Reglas para elegir alimentos que mejoren su salud y la del planeta
Desde el punto de vista nutricional, una dieta equilibrada, como la atlántica o la mediterránea, presenta múltiples beneficios para nuestra salud, ya que ayuda a mitigar y reducir el impacto negativo de diversas enfermedades.
El beneficio personal también puede extenderse al bien colectivo y contribuir al cuidado del planeta cuando consumimos productos respetuosos con el medio ambiente, ya que se debe tener en cuenta que la producción y consumo de alimentos conlleva un gran impacto ambiental.
Para dilucidar la cuantificación de dicho impacto, son dos los indicadores que podemos utilizar: huella de carbono y huella hídrica.
Huella de carbono y huella hídrica
La huella de carbono es una medida de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y se define como la cantidad de dióxido de carbono equivalente que un producto genera en un período de tiempo a lo largo de su ciclo de vida (extracción, producción, envasado, transporte, consumo y gestión de residuos).
Junto con los sectores energético y del transporte, el sector de la alimentación es una de las actividades antropogénicas con mayor generación de GEI. Actualmente, el Acuerdo de París trata de poner límite a todas estas emisiones, de forma que cada país se compromete a una reducción efectiva de las mismas.
Por otra parte, la huella hídrica cuantifica el volumen total de agua dulce usada a lo largo de toda la cadena de valor para producir los bienes que habitualmente consumimos. La FAO ha establecido que un 70 % de la huella hídrica mundial está relacionada con la producción de alimentos.
Los valores de ambas huellas son bastante variables en función del sistema de producción (Figura 2) y del tipo de alimento:
- Las frutas tienen valores medios de 350 g CO2(eq)/kg y 900 L/kg para la huella de carbono e hídrica, respectivamente.
- Las legumbres y hortalizas presentan valores promedio de 450 g CO2(eq)/kg y 250 L/kg.
- En la leche y derivados lácteos, se observan valores en un orden de magnitud superior, situándose en promedios de 1 500 g CO2(eq)/kg y 1 000 L/kg.
- Los pescados y las carnes presentan variaciones notables en función de la especie. A modo de ejemplo, la sardina se sitúa en 360 g CO2(eq)/kg, el bacalao en 1 500 g CO2(eq)/kg, el pollo en 3 000 g CO2(eq)/kg y la ternera en 9 000 g CO2(eq)/kg.
Cómo elegir los alimentos más sostenibles
Una vez definida la dieta adecuada a nuestro estilo de vida, edad y estado de salud, disponemos de una gran variedad de alimentos con funcionalidades y propiedades nutricionales similares.
Llega entonces el momento de introducir 5 reglas básicas y fáciles de incorporar en nuestro consumo diario que, en términos generales, permitan garantizar una minimización del impacto ambiental de los alimentos a consumir.
- Verificar el origen de los alimentos. Como hace ya más de 15 años publicitaba una gran cadena de distribución alimentaria francesa: “Moins de transport, moins de CO2” (Menos transporte, menos CO2). Bajo esta premisa ha surgido el apelativo de concienciación de Km 0, que consiste en identificar los alimentos producidos en un radio de 100 km al punto de consumo, siendo así una llamada a potenciar el producto local.
- Analizar el envase. A menudo, el continente tiene un mayor impacto que el contenido. Los envases pueden poseer una alta intensificación de material (sobreenvasados) y energética (consumo de combustibles fósiles en su fabricación). Orientar la compra a productos con envase mínimo y biodegradable es siempre una buena opción ambiental.
- Respetar la temporalidad de los productos. Está asociada a cada estación del año y región del planeta, acorde a los ciclos naturales de producción. La coordinación entre las condiciones climáticas y los sistemas de producción suponen una reducción notable de la huella de carbono e hídrica.
- Buscar la presencia de ecoetiquetas. Pueden certificar y garantizar que se alcanzan diversos criterios ecológicos, lo que a su vez permite potenciar y fomentar la incorporación de dichas estrategias en el marketing (Figura 3). Si bien es cierto que la aplicación de estas cuatro reglas va a depender de la oferta, se trata en definitiva de influir en la misma con nuestra demanda.
- Reducir el desperdicio de alimentos. Esta quinta y última regla depende exclusivamente del consumidor. Basta pensar en la cantidad de materia y energía necesaria para que los alimentos lleguen a nuestras neveras y alacenas, para que lamentablemente no sean consumidos y, por tanto, se conviertan directamente en residuos. Una mayor concienciación en este aspecto ayudaría a reducir el actual desperdicio medio en nuestros hogares.
Una reducción del 50 % en la pérdida de alimentos en los hogares puede llegar a suponer en España la emisión anual de medio millón de toneladas de CO2(eq) (que, teniendo en cuenta que el valor medio durante el 2020 en el mercado de CO2 fue 24,75 €/tonelada, supondría unos bonos por valor 12 millones de euros) y 510 Hm³ de agua (prácticamente el consumo de agua anual de Berlín y Madrid).
En el este enlace está disponible una hoja de cálculo sencilla para estimar el impacto ambiental y económico que produce el desperdicio de los 64 alimentos más comunes en el carro de la compra del consumidor.
Es el momento de convertirnos en parte activa con el compromiso medioambiental del planeta, cada uno de nosotros podemos aportar nuestro grano de arena.