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La selección de los 12 miembros del jurado: el gran ‘casting’ del caso ‘El pueblo contra Trump’

La selección de los 12 miembros del jurado: el gran ‘casting’ del caso ‘El pueblo contra Trump’

La selección de los 12 miembros del jurado: el gran ‘casting’ del caso ‘El pueblo contra Trump’
El expresidente Donald Trump responde a preguntas formuladas al vuelo por los periodistas mientras abandona el tribunal, este viernes en Nueva York.
El expresidente Donald Trump responde a preguntas formuladas al vuelo por los periodistas mientras abandona el tribunal, este viernes en Nueva York.SARAH YENESEL (via REUTERS)

El jueves, tercer día de la selección del jurado del primer juicio penal al expresidente Donald Trump por el pago de un soborno a una actriz porno, comenzó con siete jurados, que habían sido elegidos el martes (los miércoles no hay sesión) tras una jornada previa marcada por la renuncia de decenas de ellos por dudar de su imparcialidad. Los siete se convirtieron de repente en cinco después de que dos de ellos fueran apartados bruscamente, pero en cuestión de minutos el número se disparó a 13, los 12 titulares y el primero de los seis suplentes. El viernes concluyó la selección de los 18 en tiempo y forma, en el plazo previsto. El ritmo del juicio al arrancar se parece al de la serie de películas Fast & Furious: velocidad, frenazos, rechinar de neumáticos y hasta trompos. Una vorágine en la que no faltaron atisbos de desacato por parte del acusado. Trump también dio cabezadas, el lunes, y el jueves se quejó de un frío polar en la sala.

Una joven, elegida como miembro titular del jurado el martes, se lo pensó mejor tras recibir un aluvión de llamadas de amigos y familiares que leyeron en los medios descripciones de los electos y la reconocieron al instante (todos los miembros están amparados por el anonimato, pero se retratan al contestar las preguntas del cuestionario de idoneidad). Al verse convertida en centro de atención, la joven entró en pánico y consideró que ya no podía ser imparcial. A otro jurado lo destituyó el juez Juan Merchan porque no había respondido con precisión acerca de sus antecedentes, y eso era una vía de agua en el proceso: un caramelo para la defensa.

La selección del jurado es parte del casting de una superproducción titulada El Pueblo contra Trump. Aunque el sistema garantiza su anonimato, los candidatos se sientan a cara descubierta en el estrado, a dos palmos de Trump y sus abogados, y los periodistas, además de su edad aproximada y los principales rasgos de su fisonomía, informan con detalle hasta del número de mascotas o hijos que tienen. O sobre su lugar de trabajo, lo que, junto con otros datos como el barrio donde viven, da bastantes pistas para identificarlos.

No se trata, sin embargo, de información gratuita, sino de las propias respuestas de los aspirantes —casi medio millar, examinados en tandas de 96— a las 42 preguntas del cuestionario de idoneidad. Un interrogatorio tan exhaustivo que pretende averiguar si pertenecen a asociaciones (incluida su junta de vecinos); han sido jurados con anterioridad, tienen conocidos en las fuerzas de seguridad, incluidos los funcionarios de prisiones, o si en su entorno alguna persona cercana, o ellos mismos, han sido condenados por la justicia. “Sí, tengo varios amigos cercanos que son delincuentes”, declaró el viernes una candidata.

El sistema judicial estadounidense, que tantas buenas películas de juicios depara, pone a prueba su rigor y su elasticidad en este caso, un proceso extraordinario —por más que los procedimientos sean los habituales— debido a la trayectoria del acusado: un expresidente, el primero en la historia de EE UU que se somete a un juicio penal, que también es el candidato republicano a la reelección en noviembre. Es raro que se elimine a un jurado después de prestar juramento, por mucha información adicional que se recabe sobre él a posteriori. El escrutinio de sus redes sociales ha sido determinante. La exposición, y la presión, mediática, como demuestra la espantada de la joven identificada por sus amigos, también.

En todos los casos, Merchan, de origen colombiano, se muestra tan firme como amable, a menudo incluso empático. Especialmente con la mujer que el viernes se echó a llorar en la sala al reconocer sus antecedentes por consumo de drogas. Merchan y su equipo la envolvieron, literalmente, para protegerla de miradas —especialmente penetrante la de Trump—, mientras la mujer explicaba la vergüenza de contar esa parte oscura de su vida delante de 150 personas. La fiscal Susan Hoffinger recordó el viernes a los aspirantes en qué consiste la tarea de un jurado: “No se trata de a quién van a votar ustedes en otoño”, advirtió. Una mujer que dijo haber asistido a la Marcha de las Mujeres contra la presidencia del republicano, aseguró que sus críticas a Trump por sus comentarios racistas u homófobos no comprometerían su imparcialidad: “Esa es una cuestión que tendré que resolver en las urnas, no en los tribunales”.

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Entre los candidatos, un técnico de sonido se ofreció al tribunal por si no funcionaban los micrófonos y una mujer en tratamiento por ansiedad dijo que el caso la superaba. Otros ejemplos son más chocarreros: uno de los aspirantes declaró bajo juramento que Trump le parece “fascinante y misterioso”. Los nombres de los miembros del jurado están protegidos de los medios de comunicación y del público. En un principio, Merchan no impuso ninguna otra restricción sobre la difusión de información, porque es lo habitual. Pero después de que la joven elegida el martes se echara atrás al ser tan fácilmente identificada por los suyos, Merchan ordenó a los periodistas presentes en la sala que no publicaran el dato de sus trabajos actuales y previos, aunque los convocados tuvieran que dar esa información al tribunal. También pidió que no se informase del aspecto físico o el acento (por ejemplo, el acento irlandés originario del que ejercerá como presidente de facto del jurado). Entre los jurados suplentes hay una mujer nacida en España.

Normas para retransmitir las vistas

Las normas que limitan la cobertura de los medios de comunicación en los tribunales se remontan a hace casi un siglo, cuando una nube de cámaras y flases deslumbró a los testigos durante el juicio al acusado de secuestrar y matar al hijo pequeño del aviador Charles Lindbergh, en 1935. Las leyes de Nueva York prohíben que se televisen las vistas, aunque las permitió a título experimental entre 1987 y 1997, hasta que la presión del turno de oficio frustró el intento. A falta de televisiones, Merchan permite a un puñado de fotógrafos hacer fotos a Trump sentado entre sus abogados antes de que comiencen los procedimientos del día. Pero en el momento en que empieza la sesión, solo quedan en la sala los dibujantes, esos artistas anónimos que captan hasta el último mohín del acusado.

Las únicas imágenes en directo las proporciona el circuito cerrado de televisión que emite desde la sala principal a la adyacente, llena en su mayoría de periodistas pero también algún particular. Solo los que madrugan mucho logran entrar.

El simple hecho de que Trump esté presente durante la selección del jurado también ha tenido un impacto en algunos aspirantes. Una candidata se puso tan nerviosa el viernes después de cruzar su mirada con la del acusado que comenzó a mordisquear la esquina de la tarjeta que dan a los convocados (con una letra y un número). Para otros, en cambio, Trump resulta una figura casi familiar por su condición de neoyorquino: juzgarle es como juzgar el skyline y los oropeles del lujo desatado de los años ochenta y noventa, cuando el magnate surfeaba la espuma de las noches en Manhattan y ahormaba como promotor inmobiliario la propia imagen de la ciudad a su persona, con la Torre Trump como icono.

Las constantes publicaciones de Trump sobre el caso, así como las campañas dirigidas por sus colaboradores en internet y en medios conservadores como la Fox, han suscitado importantes preocupaciones sobre la seguridad: ya no se trata solo de mantener el anonimato de los jurados, sino también su integridad. Si a eso se añade el sentimiento encontrado y difícil de metabolizar entre las propias convicciones, la obligada imparcialidad y, en muchos casos, la reacción visceral que el republicano provoca, la selección del jurado ha resultado casi un deporte de riesgo. La defensa agotó enseguida sus 10 comodines para descartar automáticamente a un candidato; la acusación fue más morigerada en las expulsiones. Satisfechos los preliminares, el juicio pasa a la segunda fase.

Siete violaciones de la ‘orden mordaza’

Además de quejarse a diario de ser víctima de una persecución política y de desperdiciar su tiempo en plena campaña electoral (“debería estar ahora mismo en Pensilvania, Georgia y Carolina del Norte”, dijo airadamente el jueves), Donald Trump ha violado en siete ocasiones según los fiscales la orden de silencio, u orden mordaza, que le impuso el juez Merchan para embridar su natural tendencia al desbordamiento verbal. Con vínculos en sus redes sociales a artículos que descalificaban al testigo de cargo Michael Cohen, llamándole “perjuro en serie”. O compartiendo el comentario de un periodista de la cadena conservadora Fox News en el que este afirmaba que su equipo estaba «pillando a activistas liberales encubiertos mintiendo al juez» durante la selección del jurado. El próximo martes está programado un juicio en el que se decidirá si se multa o se sanciona al acusado.

Los abogados de Trump han negado que sus comentarios online “violaran intencionadamente» la orden mordaza, que criticaron por contener, a su juicio, «ambigüedades». Trump tiene prohibido hablar públicamente sobre testigos, fiscales y posibles jurados y personal del tribunal implicados en el caso, así como sobre las familias de Merchan y del fiscal de distrito Alvin Bragg, que instruyó la causa. Sí puede hablar sin embargo del juez y del fiscal. Hacer cumplir una orden mordaza a un candidato presidencial es un ejercicio en la cuerda floja, porque cualquier limitación de su derecho constitucional a la libertad de expresión podría dar lugar a disquisiciones dilatorias, cuando no a recusaciones por parte de la defensa.

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