Mercado binacional: comerciantes haitianos temen llevar productos

Mercado binacional: comerciantes haitianos temen llevar productos

La verja fronteriza de Elías Piña provocó conflictos entre civiles y autoridades en 2019. La situación era muy distinta: el muro se veía como un experimento y Haití no estaba en el fondo de un pozo de violencia. Ahora todo es muy diferente. La gente ha asumido que hay una verja, convive con ello, y está el añadido de que el país vecino está en una situación muy complicada.

Por este motivo, el mercado binacional en Comendador, en la provincia de Elías Piña, es un punto estratégico importante para el abastecimiento de comida y recursos para las comunidades haitianas cercanas a la frontera, como pueden ser Thomonde, Paredon, Petit Fond o Roy Sec.

Conducir o morir

Entre dos almacenes en los que se guardan todo tipo de alimentos, un haitiano está cargando una guagua con la ayuda de cinco personas. Preguntamos quién es el conductor. Es evidente que, si la están cargando, va para Haití. Él no habla español, pero con la ayuda de un traductor logramos entenderlo.

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El conductor de la guagua. (EDDY VITTINI.)

«Llevo muchas cosas, harina, aceite…», explica. La guagua está por encima de su capacidad. La mercancía que lleva se eleva hacia arriba más de dos metros.

Es uno de los pocos conductores que se arriesga a transportar comida hacia Haití. Es un trabajo peligroso. «Lo llevo todo a Thomonde», dice. Esta es una localidad que queda a 91 kilómetros en carro del mercado binacional. Se tardan dos horas y media en hacer ese trayecto. Quizá un poco más con todo su cargamento.

Diario Libre: «¿No tiene miedo de transportar el cargamento a Haití?»

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Infografía
Una guagua con alimentos para ser llevados hacia Haití. (EDDY VITTINI.)

Ante esta pregunta, toda la gente de alrededor, tanto dominicanos como haitianos, responden por él. «¡Claro que tiene miedo!». Sin embargo, aunque sus palabras también son importantes, la voz del conductor es la que más oídos merece.

Él es el que arriesga su vida kilómetro a kilómetro durante tres horas, bajo la amenaza de las pandillas, que se aprovechan de los comerciantes para abastecerse con la poderosa arma de la amenaza.

Cuando le traducen la pregunta al conductor haitiano, su rostro se vuelve serio. Sabe cuál es la respuesta. Quién no lo sabría.

  • «Claro que tengo miedo. En cada pueblito que tengo que cruzar, tengo que pagar 100, 500 o mil ‘gouds'», explica en creole.

Mil «gouds» equivalen a unos 400 pesos. Eso, sin duda, significa un precio alto que tiene que pagar para llevar la mercancía a su pueblo. Es un costo alto, sin embargo, el que tendría que pagar si no aceptara esos maltratos, sería mucho más alto. Quizá la vida. Su trabajo es honorable, porque abastece a la gente con la comida y mercancía que transporta del mercado, pero también es muy peligroso.

Una puerta fronteriza en condiciones

A diferencia de otros mercados binacionales, el de Elías Piña tiene un aspecto mucho más avanzado en cuanto a infraestructura. Dos banderas de la República Dominicana ondean encima de una instalación militar con dos puertas, una de entrada y otra de salida.

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Infografía
La instalación militar en Elías Piña. (EDDY VITTINI.)

Allí es donde se controla la entrada de mercancías y personas. Al igual que en los otros mercados binacionales, toman las huellas dactilares de aquellos haitianos que acceden a territorio dominicano. De esta forma pueden ver si alguien está fichado.

Uno de los guardias identifica la camioneta de Diario Libre y procede a tomar los nombres de los periodistas para informar a sus superiores. «¿Cómo se llaman?», pregunta. El trabajo del Cesfront (Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrestre) es exhaustivo, la tónica habitual en los puntos fronterizos visitados.

«Todos los camiones que vienen de Haití se revisan», afirma uno de los agentes del Cesfront, señalando la infraestructura pintada de camuflaje militar: verde y marrón.

Dominicanos y haitianos

El mercado binacional de Elías Piña, con la particularidad de que favorece más a Haití que a República Dominicana, por sus necesidades actuales, contiene gente de ambos países. Un ejemplo es Rober, de 23 años.

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El joven Rober, de 23 años, quien es comerciante en el mercado binacional. (EDDY VITTINI.)

«Soy comerciante. Nosotros exportamos para Haití, compramos aquí y exportamos para Haití», explica a Diario Libre. Rober vende mantequillas, margarinas, aceites, dependiendo de lo que esté de temporada.

Dice que cada día va al mercado «a las ocho de la mañana, cuando las puertas de la frontera se abren, y cerramos a las tres».

El trabajo de Rober es suministrar a los haitianos. Negociar con ellos. Es el primer eslabón de esa cadena de trabajos que empieza con el vendedor, continúa con el comprador y acaba con el transportista, que se adentra en Haití temiendo ser atacado en una emboscada.

También hay droga en la frontera

Caminando por el mercado puedes encontrar cosas de todo tipo. Más cerca de la frontera hay un puesto donde venden recambios de vehículos y gomas. A su lado, venden huevos. Justo allí, una cabra pequeñita llora porque uno de los camiones que regresa para Haití le ha pisado una pata.

Nos adentramos en una de las calles perpendiculares a la avenida principal y un hombre se nos acerca. A simple vista no lleva nada que vender. Sin embargo, quiere hablar. No le asustan las cámaras.

Él se llama Jefferson y es haitiano. Cada día cruza la frontera porque tiene un negocio particular.

«Yo vendo hierba, marihuana, ya sabes», explica sin tapujos. Es por este motivo que no lleva ninguna bolsa en las manos y ninguna comida que ofrecer. Su mercancía es ilegal.

Sin embargo, hecha la norma, hecha la trampa. El negocio le va bien. «Vendo mucho, mis compradores la mayoría son haitianos», explica a Diario Libre.

Apenas hay niños

Las calles de la provincia de Elías Piña están repletas de niños vestidos con sus uniformes que regresan de la escuela. Esto es algo que contrasta con Pedernales, mercado en el que se pueden ver muchos niños que trabajan como vendedores o pidiendo.

En Elías Piña es diferente, los niños están en la escuela y los adultos en el mercado.

Llegan las tres de la tarde y los vendedores empiezan a cerrar sus puestos. Se acaba el mercado. Pero la frontera aún no cierra, aún quedan algunos que quieren cerrar los últimos tratos antes de volver a Haití. De alguna forma, tanto para compradores como para transportistas, las horas de mercado son un oasis de seguridad, pues cuando cierra la frontera están encerrados en el país donde nacieron, aquel que está sacudido por la violencia y la precariedad. Los mercados binacionales significan un soplo de aire fresco para muchas localidades haitianas.

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