Las deudas políticas en nuestro país
En los prolegómenos de la presente etapa democrática, se popularizó con escaso rendimiento electoral el eslogan «préstame tu voto, hermano», casualmente del partido génesis del Revolucionario Moderno, la Alianza Social Demócrata. En préstamo ahora, la indiscutible popularidad del presidente Luis Abinader.
Lo vimos en las recientes elecciones municipales. Abinader se encargó de pasearse por toda la geografía nacional y a su lado privilegiaba a los candidatos necesitados del empujón de su liderazgo. Resultó. Algunos de los recién electos se habrán creído que ganaron por méritos propios y no por contagio presidencial. El engreimiento es moneda de fácil circulación en la clase política. El recrecimiento del ego trasciende la mera farándula.
Se repite la historia de cara a la contienda electoral legislativa. Los éxitos suelen tener siempre protagonistas, no así los fracasos. En política como en cualquier otra actividad, la prudencia aconseja reducir los riesgos. A unos pocos aspirantes, ni siquiera la compañía presidencial salvaría. Lastrados por las sospechas, candidatos habrá a los que el mandatario, ni tonto ni perezoso, les huye como diablo a la cruz. Jugarse el bien ganado prestigio político a la carta de unos dueños de lotería contraviene un módico de sentido común. Si más aviso urge, la condena de Miguel Gutiérrez en un tribunal norteamericano es demasiado reciente como para arrojarla al saco del olvido.
Las deudas suelen tener fecha de vencimiento. En el próximo congreso, Luis Abinader será el gran acreedor. Arrastrará buenos y malos camuflados de virtuosos, todos ungidos por el abrazo sonriente en la foto posada y unas palabras públicas de encomio. El arrastre pinta inevitable y preocupante. A menos que el electorado haya adquirido suficiente destreza para conocer al cojo sentado. Las dudas, me temo, sobrepasan las certezas.