La vidente que desafió al Vaticano
Hay historias que contienen la esencia de un país. O, al menos, un concentrado de su parte más extravagante. A orillas del lago de Bracciano, a las afueras de Roma, el día 3 de cada mes se repite una escena tan surrealista como magnética, crecida al calor de supuestos fenómenos sobrenaturales, videntes, obispos y muchas horas de prime time televisivo. La siciliana Gisella Cardia, de 54 años, que en realidad se llama Maria Giuseppe Scarpulla, congrega a centenares de fieles para rezar a la virgen. Su supuesto poder espiritual emana de una de las estatuillas de la madona que posee, aseguran sus seguidores, que lloró sangre en dos ocasiones y lágrimas en otras cuantas. Pero la Gisella —así la llaman— también es respetada como “instrumento de Dios”, insisten sus acólitos, gracias al milagro de la multiplicación alimentaria que, en este caso y a diferencia de lo reseñado en los Evangelios, no fueron panes y peces, sino ñoquis y pizza. Y eso ya fue la prueba definitiva para convencer a muchos de sus fieles, que han llegado a hacer importantes donaciones a una mujer condenada en firme por estafa y bancarrota fraudulenta que ha desafiado a la Iglesia católica con su poder de convocatoria. Este miércoles, sin embargo, no era un miércoles cualquiera.
La popularidad de Cardia creció en los últimos meses después de que los medios se hicieran eco de su turbio pasado penal (fue condenada a dos años de cárcel por bancarrota fraudulenta). La Iglesia, harta del show mensual que ya duraba cinco años, se decidió a investigar su caso y el obispo de la diócesis correspondiente, monseñor Marco Salvi, con el plácet del Vaticano y tras un enfrentamiento televisivo en uno de los programas que dedican horas a este asunto, dictó sentencia. Tras varias verificaciones, “el análisis de un comité de expertos en los que había un mariólogo, un teólogo, un psicólogo y un canonista, pero también la consultoría externa de algunos especialistas” decretó que las apariciones explicadas por Cardia “no tienen ningún valor eclesial ni podrán ser usadas como tal, tampoco en el ámbito civil”. El obispo, además, prohibió a la vidente volver a presentarse en el prado de Trevignano, lugar donde celebra su oración con los fieles y una enorme virgen bajo amenaza de excomunión. Y por eso la expectativa este miércoles, que no era como otro cualquiera, era total.
El recinto, convenientemente vallado, se prepara ese día para acoger a los fieles a las 14.30 sin saber si ella aparecería. La Gisella se había ya fugado en otra ocasión. Pier Giorgio, de 72 años, camina lentamente por el sendero pedregoso de un kilómetro que conduce al lugar. A él, asegura, le importa un bledo lo que haya dicho el obispo. “¿Acaso el obispo es Dios? No, ¿verdad?”, inquiere. Pero, claro, ¿y si la vidente fuera excomulgada? ¿Seguiría viniendo a la oración? “Por supuesto, este es un camino tortuoso. Usted es español y quizá no ha oído hablar del Padre Pío. Pero sufrió las mismas vicisitudes”. Poco a poco llegan muchos más. Angelo Abruzi, un hombre de 61 años con una flor en la mano y venido de Brindisi (Apulia), tampoco tiene reparos en situarse fuera del perímetro eclesial si es conveniente para proteger a la vidente. “Mire, yo no vendría aquí si no pensase que sucede algo sobrenatural. ¿Acaso tengo pinta de excursionista?”.
El caso es que la vidente compró la estatuilla que supuestamente llora sangre en 2014 en una peregrinación al santuario de la Virgen de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina. Y algunos de esos fieles, llegados de todo el mundo, aseguran que han visto cómo se producía ese milagro. Ahí está, por ejemplo, Andrea: fornido portero circunstancial del recinto milagroso convertido al marianismo después de una vida de discotecas, coches de lujo y zapatillas caras, según cuenta él mismo. Él es uno de los que ha visto llorar a la virgen, aunque en su caso se tratase solo de agua, matiza. Y también su colega, un hombre clavado a Paolo Vasile, que choca los cinco con algunos de los asistentes mientras atraviesan la puerta y les desea “buena oración”. Ambos admiten que la vidente sufre estos días lo indecible, “se enfrenta a un calvario como el de Jesús ante la Cruz”. Pero no aclaran si piensa o no presentarse a la cita mensual después de que el obispo haya prohibido esta celebración por decreto. Al fondo, una virgen imponente, una cruz enorme ante la que se arrodillan los hinchas de la Cardia y un hombre haciendo parapente, que añade todavía más un aura a película de Paolo Sorrentino a la escena. Pero hoy es un día distinto. Todo el mundo la espera a ella, que prometió no retroceder ni un milímetro después de las últimas noticias.
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La esperan, incluso, quienes no la quieren. Porque en la puerta también hay tres mujeres del comité contra la vidente y su asociación. Protestan, entre otras cosas, porque el terreno donde se celebra la oración, y que pertenece a la ONG Asociación la Virgen de Trevignano Romano, no debería estar vallado al tratarse de un parque natural. “Espero que esto termine lo antes posible. Somos el circo de Italia”, protesta Italia Laudano, vecina de este pueblo de 5.000 habitantes convertido en carne de programas y cotilleos catódicos. “¿Si conozco a la Cardia? Claro, antes iba por el pueblo. Y venía a la peluquería, tan pancha. Iba diciendo por ahí que multiplicaba los ñoquis y las pizzas. ¡Y que estaba embarazada del Espíritu Santo! ¡Pues que enseñe la ecografía!”, desafía con ese cinismo e ironía romanos, presente incluso en el enfrentamiento con los porteros del recinto. “¡Eh, tú, guerrero de la luz!”, le grita a Andrea, que no pierde la sonrisa en ningún momento.
La oración del Rosario empieza. Dentro hay unos 100 fieles. Una colaboradora empuña el micro y se arranca con la enumeración de los misterios. Pero la Gisella sigue sin aparecer. Pasan los minutos, crece la incertidumbre. Y nada. “Esta no viene, ya te lo digo yo”, insiste otra de las vecinas mientras algunos de los congregados alzan los brazos y otros se arrodillan sobre el prado. “Es una estafadora”, sigue la vecina. Más allá de la dificultad para aceptar sus supuestos milagros, ella se refiere a las que tiene por bancarrota fraudulenta. Y al dinero que algunos creyentes le dieron. Como el pobre Luigi Avella, un funcionario jubilado del Ministerio de Economía que le entregó 123.000 euros porque pensaba que la virgen ayudaría a su mujer enferma. Ahora, según ha anunciado, quiere recuperarlos.
Al cabo de un rato, los colaboradores de la vidente leen un comunicado. “La señora Gisella Cardia no estará presente en la oración del 3 de abril para demostrar su efectiva comunión con la Iglesia católica. Así espera poder abrir un diálogo con el obispo de Cività Castellana, Monseñor Salvi”, dice la nota. Pero ese diálogo será complicado, porque la diócesis, apoyada por el Vaticano, ya ha dictaminado que no hay nada de sobrenatural en el show de Cardia. Y porque muchos aquí, como Laudano, creen que la vidente Gisella se ha vuelto a fugar. “Ojalá, y que se lleve con ella a su virgen, las pizzas y los ñoquis”. El próximo 3 de mayo tendrá la respuesta.
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