Israel está más solo y amenazado seis meses después del inicio de la guerra en Gaza
“¡Un aplauso para todos los que estamos aquí. Somos más de 100.000. Es la manifestación más grande desde que empezó la guerra!”, celebraba este sábado desde el estrado, simbólicamente ubicado ―por vez primera vez desde el ataque de Hamás del 7 de octubre― en la intersección en Tel Aviv que el Ayuntamiento rebautizó como Plaza de la Democracia porque allí confluían las protestas contra la reforma judicial del entonces y hoy primer ministro, Benjamín Netanyahu. Es la misma masa de banderas nacionales, pero con un lema (“Elecciones ahora”) y un contexto distintos, que resumía desde el estrado Shai Meidar, de la organización antigubernamental El día después, y llamada a filas, como otros 300.000 reservistas: “Cada día vivo la contradicción de servir a mi país como reservista bajo un Gobierno en el que no confío y que conduce esta guerra con absoluta falta de responsabilidad”. O como describía Lior Akerman, investigador y ex alto mando de los servicios de inteligencia: “Nos vemos obligados a combatir contra un enemigo externo y contra aquel cuyo papel el 7 de octubre se supone que era defendernos”.
No clamaban contra la guerra. De hecho, un 88% de los judíos israelíes la apoyan y más de la mitad se opone a la entrada de ayuda humanitaria a Gaza mientras haya rehenes y aboga por que el ejército use aún más fuerza. Lo hacían contra la gestión de Netanyahu, el hombre que más tiempo ha estado en el poder y al que los israelíes aman u odian, sin punto medio. Cada vez más de los segundos creen que alarga la guerra artificialmente por supervivencia política y salen a las calles, con una mezcla de eslóganes antiguos (”¡Bibi [Netanyahu], a casa!”) y nuevos, como “¡Pacto ya!“ o ¡Todos ahora!”, para pagar el precio que pide Hamás por los 133 rehenes que quedan en Gaza. Son, sobre todo, los mismos, pero menos numerosos, y en la misma ciudad (Tel Aviv), que salieron a las calles contra la reforma judicial durante nueve meses de 2023.
Sus rostros reflejaban el ambiente enrarecido en el que Israel cumple este domingo seis meses de guerra. La emoción colectiva ha ido mutando. Primero, fue la sorpresa y tristeza por la jornada más letal en la historia del país. Los relatos de asesinatos a sangre fría y de civiles esperando durante horas la llegada de los soldados despertaron todos los fantasmas de indefensión del Holocausto. Siguió la euforia por la destrucción en Gaza, como una especie de venganza redentora con un discurso de criminalización de los civiles. Ahora cunde la sensación de falta de rumbo y de que Netanyahu no tiene más plan que alargar lo más posible la invasión por mera supervivencia política. El lema “Juntos venceremos” sigue decorando edificios y carteles luminosos por doquier, pero suena ya a eslogan vacío.
Primero, los hechos. Israel ha matado a más de 33.000 palestinos (según el Ministerio de Sanidad del Gobierno de Hamás) y dejado media Gaza en escombros y a cientos de miles de personas al borde de la hambruna, al usar la comida como arma de guerra. Ha sepultado su imagen internacional y carece de plan realista para acabar la guerra y el día después. La presión internacional ha frenado la invasión de Rafah, que anunció hace más de un mes, y tiene aún a unos 130.000 ciudadanos (más del 1% de la población) evacuados de las fronteras con Líbano y Gaza sin un horizonte claro de que regresen.
Su ejército ―el más poderoso de Oriente Próximo― no ha completado, sin embargo, uno solo de los objetivos: el regreso de todos los rehenes (quedan 133 y, de estos, al menos un cuarto son cadáveres), destruir por completo política y militarmente a Hamás y asegurarse de que Gaza “no vuelve a representar una amenaza”. Netanyahu insiste en que la “victoria total” está “al alcance de la mano”, tras desmantelar 18 de los 24 batallones de Hamás, y pasa inexorablemente por invadir Rafah, precario refugio de la mayoría de gazatíes y donde sus propios aliados han trazado una línea roja.
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“Hoy está claro para todos —excepto para los que le siguen a ciegas— que las promesas de ‘victoria total’ que Netanyahu hace un día sí, un día también, son totalmente inútiles”, escribía este viernes Amos Harel, comentarista de asuntos militares del diario Haaretz. “La expectativa de desmantelar el régimen de Hamás y aniquilar todas sus capacidades militares era demasiado alta, desde luego en un rígido plazo de tiempo de unos pocos meses. La guerra estaba destinada a prolongarse y cuesta creer que sea posible desmantelar el régimen por completo incluso en el futuro”.
Israel, además, nunca ha estado más cerca de una guerra con la milicia libanesa Hezbolá o incluso con Irán, tras asesinar el pasado lunes a uno de sus principales mandos militares. Eran Etzion, vicedirector general del Consejo de Seguridad Nacional de Israel, definía este sábado esa decisión justo ahora como una de “las más escandalosas” de la historia del país, ya que “la probabilidad de respuesta es bastante alta”. “Israel se encuentra en la mayor desventaja estratégica de su historia, pero el Gobierno responsable de ello nos lleva al borde de una guerra con un enemigo más poderoso y sofisticado que cualquiera que hayamos conocido”, en un momento en el que su imagen internacional “está en un mínimo histórico”, su principal aliado (Estados Unidos) no se fía de Netanyahu, los países árabes se hartan de buscar sin éxito un alto el fuego en Gaza y Europa ve la guerra como “dañina para su agenda estratégica”.
“Seis meses después de embarcarse en una guerra supuestamente destinada a restaurar la seguridad, se puede decir que Israel está mucho menos seguro y afronta muchas más amenazas, escenarios y frentes que en cualquier otro momento” de sus 75 años de historia, lamentaba este sábado Mairav Sonszein, analista sénior sobre Israel del think tank International Crisis Group, en la red social X. Este jueves, los israelíes hacían acopio de alimentos, generadores eléctricos y agua envasada por temor a una represalia inminente.
El debate en torno a Netanyahu
El debate ―a menudo más personal que político y más emocional que ideológico― gira en torno a Netanyahu. Es, en cierto modo, como si Israel hubiese regresado al 6 de octubre. El Gobierno corre peligro por un tema que toca mucho al Israel más secular y de origen europeo que ya protestaba contra la reforma judicial: la exención del servicio militar obligatorio para los ultraortodoxos.
La semana pasada se manifestaron juntos quienes piden su dimisión, un adelanto electoral y un pacto para que regresen los rehenes. Las luchas a veces se conectan. Al acabar la protesta en la Plaza Democracia llaman a unirse a la de las familias de los rehenes, en la misma ciudad. La brecha de confianza entre el Gobierno y estos últimos ha ido creciendo ante la convicción de que Netanyahu frena un segundo canje con Hamás por oscura conveniencia personal. Imputado en tres causas por corrupción, perdería con holgura las elecciones, según todos los sondeos difundidos desde el 7 de octubre. El ataque de Hamás dejó por los suelos sus credenciales de “Señor seguridad”. La reforma judicial, hoy en un cajón, ya había desgastado su popularidad.
El miércoles, el Parlamento vivió una imagen inédita. Familiares de rehenes y activistas mancharon de amarillo (el color que simboliza su movimiento) con las palmas de las manos la vitrina de la tribuna de invitados. Intervino la seguridad. “En ningún otro país del mundo, este Gobierno estaría en el poder el 8 de octubre”, reaccionó el anterior primer ministro y líder de la oposición, Yair Lapid.
Las palabras de Netanyahu sobre su constante implicación personal para alcanzar un pacto no esconden ya la dimensión de la brecha, que ha salido este sábado a la luz con particular crudeza. El ejército anunció la recuperación del cuerpo sin vida de uno de los rehenes, Elad Katzir, en una operación nocturna en Jan Yunis. La información de inteligencia, agregó, apunta a que fue asesinado en enero por sus captores de la Yihad Islámica.
Su hermana, Carmit Palty Katzir, ha respondido con un dolorido mensaje en Facebook en el que acusa al Ejecutivo de la muerte de Elad. “Podría haberse salvado a tiempo con un acuerdo […] Miraos al espejo y ved si vuestras manos no han derramado esa sangre”, escribía. Palty Katzir se hacía eco de la incertidumbre que sufren los familiares tras medio año de espera y manifestaciones semanales: “Lo que el portavoz militar no te dirá es que el primer ministro, el Gobierno y el ejército no tienen ni idea de dónde están retenidos la mayoría de los rehenes, ni tienen cómo protegerlos, aunque supiesen dónde están”.
Netanyahu insistía la pasada semana en que “Hamás endurece su posición” en el diálogo cuando “Israel muestra flexibilidad”, por lo que aumentar las concesiones “no acerca un pacto, sino que lo aleja”. Nisim Vaturi, uno de los diputados del partido de Netanyahu (Likud) que menos se muerde la lengua, ha llegado a acusar a “una minoría de las familias de los rehenes” de preferir “tumbar al Gobierno” a abrazar de nuevo a sus seres queridos. El ministro de Legado, el ultra Amijai Eliyahu, calificó una reciente protesta en Tel Aviv de “regalo para Hamás” que “debilita a los soldados en el frente”.
El primer alto el fuego, en noviembre, fue fácil y barato: tres presos por un rehén. Una década antes, el propio Netanyahu había excarcelado a un millar por un solo soldado, entre ellos a Yahia Sinwar, el líder de Hamás en Gaza sobre el que los líderes políticos y militares llevan semanas sin decir que es “hombre muerto” porque sigue previsiblemente escondido en algún túnel de la Franja, pese a los drones de vigilancia, los miles de interrogatorios y las tropas en todos los rincones, salvo Rafah, cuya invasión Netanyahu ha convertido en una mezcla de frase hecha para el electorado y maniobra de distracción.
Uno de los motivos que lleva a más israelíes a asumir que Netanyahu está ganando tiempo es la cercanía de las elecciones en Estados Unidos. Son en noviembre y Donald Trump parte como favorito. Es una apuesta arriesgada, porque tuvieron una mala relación cuando coincidieron en el poder. De hecho, con la sangre de los cadáveres del 7 de octubre aún caliente, salió a decir que “nunca olvidará” que Netanyahu le “dejó tirado” al anular la noche antes “sin explicar por qué” su participación en el asesinato poderoso general iraní Qasem Soleimani, en 2020 en Bagdad. También porque cuesta entender qué quiere. Aboga por un alto el fuego, porque no está “seguro” de que le guste cómo Israel está llevando la guerra y porque “está perdiendo la batalla de las relaciones públicas”, pero le anima a “acabar rápido lo que ha empezado” para volver “a la normalidad y a la paz”. Y ha llegado al absurdo de responsabilizar directamente al presidente, Joe Biden, del ataque del 7 de octubre: “No le respetan, no puede juntar dos palabras, es tonto […] Nunca lo habrían hecho, si yo estuviese allí [en la Casa Blanca]”.
Israel no está aislado. Ni siquiera los países árabes han cortado relaciones y EE UU no ha dejado de enviarle armas y ha vetado tres resoluciones de alto el fuego. Pero cada vez más voces demócratas piden cerrar el grifo. Su reciente abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU marcó un primer toque de atención y la matanza esta semana de los siete cooperantes cimentó el cambio de tono y de presión. Biden arrancó este jueves a Netanyahu su primera concesión de peso en medio año: la apertura de un paso (Erez) y el uso de un puerto (Ashdod) para que entre ayuda humanitaria.
Trump es impredecible, pero durante su mandato reconoció Jerusalén como capital de Israel ―despedazando décadas de política exterior estadounidense y el consenso internacional― y encomendó a su yerno Jared Kushner un “acuerdo del siglo” que duerme el sueño de los justos por su parcialidad hacia el Estado judío. Kushner, por cierto, dijo el pasado febrero en una entrevista que las propiedades en la destrozada costa de Gaza “pueden tener mucho valor” y sugirió que el ejército lleve a los civiles en Rafah al desierto israelí del Neguev “hasta que acabe el trabajo”.
El pasado domingo los medios recibieron por error imágenes de Netanyahu minutos antes de la rueda de prensa. Quizás por la operación de hernia que tenía justo después, de la que ya ha recibido el alta, se ve a un dirigente déspota (“¿Estáis locos?”, lanzaba al equipo), irritable e inseguro sobre cómo iniciar la alocución (”Ciudadanos de Israel, buenas tardes… ¿Por qué ‘buenas tardes’?, bueno, da igual). Tres días más tarde, la clave de la estabilidad del Gobierno de guerra, Benny Gantz, pidió elecciones anticipadas en septiembre. Hace semanas que no comparece ante la prensa junto a Netanyahu y al ministro de Defensa, Yoav Gallant. Con el primero, el lenguaje corporal denota desconfianza. Con el segundo, respeto entre dos ex altos mandos militares, pese a sus diferencias ideológicas.
Gantz lo justificó en “impedir grietas en la nación”. En realidad tiene más que ver con que los sondeos le dan como eventual vencedor y con las presiones que recibe dentro de su partido (Unidad Nacional) y de la parte de la oposición que no quiso integrar el Ejecutivo. Su marcha no dejaría a Netanyahu en minoría (mantendría con ultranacionalistas y ultraortodoxos, sus socios desde las elecciones de 2022, la coalición más derechista de la historia del país), pero activaría el cronometro hacia las urnas.
Gantz puso fecha a los comicios “en el punto más bajo de la corta vida del Gobierno del que forma parte”, recordaba en el diario Yediot Aharonot uno de los comentaristas políticos más influyentes, Nahum Barnea, al resumir el momento: “El ejército titubea en Gaza, el ataque por error a siete activistas de derechos humanos ha causado un daño posiblemente irreversible a la expansión de los combates a Rafah, el asesinato del genera iraní puede llevar a Israel a una guerra regional y las relaciones con la Administración Biden y la posición de Israel en la opinión pública estadounidense se están derrumbando”.
Seis meses de guerra en Gaza
7 de octubre de 2023. Hamás lanza un ataque masivo por sorpresa en el que mata a unas 1.200 personas y toma más de 240 rehenes. Es la jornada más letal en la historia de Israel. Netanyahu anuncia una guerra «larga y difícil».
8 de octubre de 2023. La milicia Hezbolá comienza a lanzar proyectiles contra Israel, que bombardea Líbano. Los enfrentamientos continúan a diario y han subido de intensidad.
9 de octubre de 2023. El ministro israelí de Defensa anuncia el «bloqueo total» de Gaza: «Ni agua, ni comida, ni electricidad».
13 de octubre de 2023. Israel ordena a más de un millón de gazatíes desplazarse al sur de Gaza.
19 de octubre de 2023. Los hutíes de Yemen lanzan misiles y drones contra un buque de guerra de EE UU.
21 de octubre de 2023. Un acuerdo forjado por EE UU permite la entrada (muy escasa) de ayuda humanitaria desde Egipto.
28 de octubre de 2023. Israel inicia la invasión terrestre.
15 de noviembre de 2023. Las tropas penetran por primera vez en Al Shifa, el principal hospital de Gaza.
Del 21 de noviembre al 1 de diciembre de 2023. Alto el fuego en el que Israel y Hamás canjean rehenes por presos palestinos.
29 de febrero de 2024. Más de 100 civiles gazatíes mueren al perseguir un convoy con ayuda humanitaria. Una parte, por disparos del ejército.
18 de marzo de 2024. La principal red de análisis de la seguridad alimentaria alerta de que la hambruna en el norte de Gaza es “inminente”.
1 de abril de 2024. Israel pone fin a su segunda invasión del hospital Al Shifa, que queda seriamente dañado y con cadáveres en el suelo. Asegura haber matado en dos semanas a unos «200 terroristas» y detenido a otros 500.
1 de abril de 2024. Israel eleva el riesgo de guerra regional al asesinar a un alto mando militar iraní en la residencia del embajador en Damasco.
2 de abril de 2024. Condena unánime al ejército israelí por matar en un triple bombardeo aéreo a siete cooperantes de la ONG del chef José Andrés. En la investigación, admite «graves errores» y suspende a dos mandos.
5 de abril de 2024. Presionado por la Casa Blanca, Netanyahu abre una vía de entrada a Gaza de ayuda y permite el uso de un puerto.
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