Jersón se defiende de las bombas mientras lucha contra los colaboradores y los bulos de Moscú
Dice un proverbio ruso que “la guerra es la guerra, pero la comida siempre a tiempo”. Es la una de la tarde en Jersón y, por primera vez en todo el día, los obuses del Kremlin, situados en la orilla sur ocupada de la desembocadura del Dniéper, han dejado de disparar sobre la ciudad, a menos de un kilómetro, en la ribera opuesta liberada por Ucrania. Las escasísimas personas que se ven por la calle —aquí solo quedan 50.000 de sus 300.000 habitantes— salen de sus agujeros y aparecen con cuentagotas bajo las pérgolas de las paradas de autobús. Al pasar por espacios abiertos, como el principal parque de la ciudad, corren para evitar los disparos de los francotiradores. Ni un solo edificio está intacto y casi todos los negocios están cerrados. Jersón es un infierno en el que el pellejo siempre está en juego. Por eso, todo el que puede permitírselo, se ha ido ya.
Durante la actual ofensiva de Moscú —iniciada en diciembre aprovechando la falta de munición ucrania y el cansancio de sus tropas— los rusos mantienen como principal objetivo avanzar en el este de Ucrania, según los principales analistas. Tras la retirada ucrania de Adviivka (Donetsk), el 17 de febrero, el Kremlin aprovechó el impulso para ganar terreno poco a poco hacia la ciudad de Járkov e intentar hacerse con la totalidad de la provincia de Donetsk. Al mismo tiempo, han multiplicado sus incursiones en el sur, en la zona de Robotine (Zaporiyia) y en Jersón, para evitar que Kiev concentre a sus fuerzas en la zona oriental del país. Desde hace semanas, los rusos bombardean sin cesar esta ciudad y las poblaciones vecinas más al este. A los ataques con artillería y drones se suman repetidos intentos de desembarco a bordo de lanchas rápidas que, hasta el momento, Ucrania ha logrado repeler.
Pero los hombres y mujeres de la 124ª Brigada de Defensa Territorial de Ucrania, destacada en esta área, no solo combaten al agresor en el territorio que ocupa ilegalmente. También en la propia Jersón. Tras la invasión a gran escala de hace dos años, la ciudad fue tomada por Rusia con la aquiescencia de parte de sus vecinos y políticos y el colaboracionismo con los rusos sigue siendo un problema. Los trabajadores y profesionales cualificados han huido de las bombas a otras ciudades de Ucrania. Los que quedan aquí pertenecen en su mayoría a clases desfavorecidas o son personas mayores que no tienen a dónde ir, nichos especialmente vulnerables a las campañas de desinformación del enemigo. Son los drones tipo Lancet, la artillería y los proyectiles de mortero, lo que destruye Jersón, pero la propaganda del Kremlin es un arma más que busca enfrentar a sus habitantes con los militares que tratan de defenderlos.
Evitar esos intentos de manipulación y mantener a la población fiel a Kiev es la tarea del teniente primero Oleksander Martinenko, jefe de la Oficina Central de Cooperación Militar. Su departamento, creado a imitación de los países de la OTAN, según dice, es el responsable de las relaciones entre el ejército ucranio y la sociedad civil en la ciudad. Este oficial da algunos ejemplos de cómo el enemigo trata de influir en la mente de los vecinos. “Hace unas semanas lanzaron una información avisando de un gran ataque y pidiendo a la población que saliera a la calle mostrando banderas blancas en señal de rendición”, explica. “Nos llamó mucha gente asustada y hubo que explicarles que todo era mentira, desinformación”.
Otra de las fuentes de intoxicación, según Martinenko, es Telegram, la red de mensajería más extendida en Ucrania. “Los militares rusos duplican nuestros canales de comunicación oficiales y difunden continuamente bulos sobre nuestra administración o mentiras sobre el curso de la guerra, generando alarma entre muchos vecinos que creen que esos mensajes falsos los lanzamos nosotros”, añade. También la religión se utiliza para influir torticeramente sobre la población. “Un día recibimos la información de que un individuo estaba difundiendo mensajes prorrusos en una iglesia de Chornobaivka [a las afueras] y lo denunciamos a las autoridades para que controlaran la situación”, cuenta el militar. “Ahora trabaja para nosotros y nos ayuda a descubrir a otros colaboradores de Rusia”. Cuando la amenaza es especialmente grave, su oficina informa directamente al SBU, el servicio de seguridad ucranio. Según los mapas del frente actualizados a diario con fuentes abiertas, la 127ª Brigada de Inteligencia del ejército ruso, trabaja al otro lado del río.
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Explicar quién es el agresor y quién el agredido
Inteligencia, contrainteligencia y lucha contra la propaganda. Esas son las tareas que tiene encomendadas al departamento de Martinenko. Explicar a una población asediada y cansada de bombardeos quién es el agresor y el agredido en esta guerra híbrida, creando vínculos entre militares y civiles. “Escuchamos las necesidades de la gente y las trasladamos a los departamentos que pueden ayudarles. También nos ocupamos de su evacuación si sus viviendas han sido afectadas, de los daños en las infraestructuras, de los ancianos que viven solos… Organizamos actividades culturales y sociales entre vecinos y soldados, desmontamos mitos imperialistas rusos…”. En definitiva, tratan de generar confianza en las instituciones ucranias y a la vez crear redes de información entre los habitantes de una ciudad en la que Moscú, cuyas tropas se encuentran a escasos centenares de metros, sigue pescando a través de su aparato mediático y de fake news mientras bombardea.
La historia reciente de Jersón y su clase política explica en parte esta volubilidad hacia el invasor. La capital estuvo ocupada por los rusos entre el 2 de marzo de 2022 y el 11 de noviembre de ese año. Durante ese breve periodo, Moscú puso como jefe de la administración regional a Volodímir Saldo, exalcalde de la ciudad durante tres mandatos antes de la guerra (entre 2002 y 2012) y exdiputado del Partido de las Regiones, del expresidente prorruso Víktor Yanukóvich, destituido tras la revolución del Maidán en 2014. Como alcalde, las autoridades de ocupación designaron al exconcejal Alexander Kobets, un exagente del KGB en la época soviética que se pasó al SBU (el servicio de inteligencia ucranio) tras la independencia del país para luego mostrar su apoyo al enemigo. Ambos contaban con apoyo social en Jersón, aunque, durante esos meses, también se produjeron manifestaciones y protestas a favor del Gobierno legítimo de Kiev.
Pese al enorme peligro que se cierne sobre los ciudadanos por los continuos bombardeos, la situación en Jersón ha mejorado en las últimas semanas, según Serhii, uno de los oficiales de la 124ª brigada ucrania. Las tropas leales a Kiev han conseguido empujar a las primeras líneas rusas unos kilómetros hacia el sur. El fuego de artillería sigue llegando cada día, pero no el de mortero, que ya no alcanza el centro de la ciudad, sino que se queda a la orilla del río. “Es un gran avance si piensas que, en los últimos meses, Jersón ha llegado a recibir una media de 100 ataques de este tipo al día”, explica el militar. “Ahora, la táctica de los rusos es mandar a varios hombres con lanchas en asaltos que solo pretenden descubrir nuestras posiciones. En cuanto disparamos para defendernos, nos envían un dron”.
La destrucción de la presa de Nova Kajovka, 60 kilómetros río arriba, en julio de 2023 complicó todavía más la vida de sus habitantes, que tuvieron que enfrentarse a la inundación de gran parte de la ciudad. El Gobierno ucranio y sus aliados occidentales dan por hecho que el derrumbe de la presa fue obra del Kremlin.
Mientras espera al trolebús en la parada de la calle Iliushi Kulika junto a una veintena de personas con semblante triste, Tatiana, una enfermera de 58 años, cuenta la dureza de la vida diaria en esta capital asediada. “Mis hijos se fueron a otras ciudades cuando empezó la guerra, pero yo no puedo hacerlo porque no puedo perder mi trabajo”, dice. Cuenta que su hospital, al que se dirige, sufre continuos ataques, lo que ha obligado a trasladar todas sus instalaciones, incluso las camas de los pacientes, a los sótanos. “Es muy duro no poder ver la luz del día. Tanto para los enfermos como para los sanitarios”, prosigue. “Luego, cuando sales, no hay tiendas, no hay cafés, no hay nada. Te encierras en casa sola”, añade. “Salvo los funcionarios y los militares, nadie tiene trabajo porque apenas hay empresas que contraten”, se lamenta. “Los pocos que lo conservamos nos hemos acostumbrado a salir lo mínimo y a vivir bajo tierra”.
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