Participación electoral | La abstención en perspectiva
«La era de la democracia de partidos ha pasado.» Esta es la sombría conclusión con la que abre Gobernando el Vacío, el célebre trabajo que el politólogo irlandés Peter Mair empezara a escribir en el año 2007 y que fuera publicado, dos años después de su muerte, en 2013. Allí sostiene que «aunque los partidos permanecen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están empeñados en una clase de competición que es tan carente de significado que ya no parecen capaces de ser el soporte de la democracia en su forma presente.»
El título del libro resume el fenómeno subyacente a la conclusión a que arriba el autor: un proceso consistente de pérdida del componente popular de la democracia, que conduce a la existencia de un gobierno despojado del demos que le otorga a las autoridades electas el soporte de su legitimidad. Y en el centro de todo el análisis está la constatación de un creciente declive de la participación electoral en una buena parte de las democracias del mundo occidental.
La cuestión del declive de la participación electoral forma parte de un importante conjunto de fenómenos que han ido, progresivamente, poniendo en tela de juicio la legitimidad de gobiernos y partidos políticos alrededor del mundo: el incremento de la desconfianza ciudadana en las instituciones centrales de la política y del gobierno, el vaciamiento del contenido ideológico de las propuestas programáticas de los partidos, el quiebre de la lealtad partidaria y la consiguiente veleidosidad del voto, la ineficiencia, cuando no la ausencia plena del Estado, a la hora de dar respuesta a los problemas más perentorios de la población, entre otros.
Los datos que sistemáticamente han venido arrojando los estudios empíricos, como resultado de los problemas antes enunciadas, son más que elocuentes. Tomemos una muestra: según hallazgos de la Encuesta Mundial de Valores -un proyecto de investigación a gran escala que durante varios años entrevistó a más de 73 mil personas de 57 países que, a su vez, representaban más del 85% de la población mundial-, entre 1999 y 2000, un 33.3 % de los encuestados veía con buenos ojos la emergencia de un líder fuerte que no tuviera que preocuparse por las elecciones ni por el parlamento. Entre 2005 y 2008 ese porcentaje aumentó a un 38.1 %. Para este último lapso, el segmento de encuestados con un grado de confianza nula o escasa en el gobierno era de 52.4 %. En el caso de los parlamentos, ese nivel de desconfianza se elevaba a un 60.3 % y, en el de los partidos, a un significativo 72.8 % (citado por David Van Reybrouck en Contra las elecciones).
«El año 2024 pone a prueba las democracias» es el título de un amplio y bien documentado reportaje, fechado el 31 de diciembre de 2023, en el que Andrea Rizzi, corresponsal de Asuntos Globales del periódico El País, además de dar cuenta de que más de la mitad de la población mundial está convocada a las urnas para este año, afirma: «Los principales estudios internacionales coinciden en detectar una senda de deterioro desde hace tiempo, por la que cada año son más los países en los que se registra una involución que una mejora. El Instituto V-dem, por ejemplo, pondera que en 2022 el balance de la democracia en el mundo había retrocedido a niveles de 1986, antes de la caída del telón de acero. Freedom House también registra una racha de declive democrático mundial que dura desde hace 17 años.»
En lo que tiene que ver con República Dominicana, cuando se analizan los resultados de los reportes anuales de la Corporación Latinobarómetro, nos encontramos con un dato que llama a preocupación: entre 2008 y 2023 el apoyo ciudadano a la democracia ha perdido un robusto 33 %, al descender de 72 % a 48 %, mientras en paralelo crecen la indiferencia y la inclinación al autoritarismo que, en conjunto, suman un 48 % de nuestros ciudadanos.
Creo que ese telón de fondo es el contexto en el que debe ser leído el resultado de las elecciones municipales recién concluidas que, a la par de otorgar una rotunda mayoría al Partido Revolucionario Moderno y sus aliados en los gobiernos locales, dieron cuenta de una media nacional de abstención de 53.38 %. Este último asunto ha movido a preocupación a una parte apreciable de la opinión pública, entre otras cosas, porque el indicado porcentaje es considerablemente más elevado en varias de las demarcaciones con mayor número de electores, en las que la media ronda el 60 %.
Resulta paradójico que este pico de abstención haya tenido lugar apenas unas semanas después de que se publicara el Índice de la Democracias 2023, preparado por la unidad de negocios independientes del grupo The Economist. ¿Por qué? Porque con una calificación de 6.44 sobre 10, la dominicana es considerada por ese estudio como una «democracia defectuosa» que, sin embargo, encuentra en la participación política su segundo mejor indicador.
En este punto me es inevitable recordar a Don Manuel García Pelayo, el legendario primer presidente del Tribunal Constitucional español, que estudiara como pocos en nuestro ámbito iberoamericano el fenómeno de la «democracia de partidos.» Consideraba que la estabilidad del gobierno que le es propio a esta modalidad de democracia descansa sobre dos pilares: la fortaleza de sus instituciones y la fortaleza de sus partidos.
Sobre el tema institucional, en el caso dominicano, todos los diagnósticos realizados en los últimos 30 años sobre cultura política dan cuenta de la existencia de un sistema institucional débil y profundamente deficitario. Pese a la fragilidad de nuestras instituciones, el país ha contado con un fuerte sistema de partidos que se nutre, de manera preponderante, de un amplio nivel de participación ciudadana en los procesos electorales. Es, por tanto, en la fortaleza del sistema de partidos, y en la prolongada continuidad de la estabilidad política que la misma proporciona, donde está la clave de la permanencia de un sistema político con una institucionalidad tan frágil.
Ciertamente, con la información de que disponemos no se puede afirmar que el nivel de abstención registrado en las elecciones municipales marca una tendencia. Pero analizado en el contexto que he intentado describir, un 53.38 % a nivel nacional, y una media que ronda el 60 % en las principales demarcaciones electorales, debe ser tomado como una voz de alerta que mueva a preocupación, no solo a la dirigencia de todas las organizaciones políticas, sino a la sociedad en su conjunto. Con nuestras fragilidades institucionales, una crisis de representación política resultante de un proceso sostenido de abstención electoral, podría poner en entredicho la continuidad de la inestabilidad de nuestro sistema político.
En lo que tiene que ver con República Dominicana, cuando se analizan los resultados de los reportes anuales de la Corporación Latinobarómetro, nos encontramos con un dato que llama a preocupación: entre 2008 y 2023 el apoyo ciudadano a la democracia ha perdido un robusto 33 %, al descender de 72 % a 48 %, mientras en paralelo crecen la indiferencia y la inclinación al autoritarismo que, en conjunto, suman un 48 %.