Italia y España deben dar un salto en Defensa
Comienza el tercer año de guerra a gran escala en Ucrania tras la invasión rusa. Tiempo de balances. Los países de la UE han reaccionado con apreciable unidad —salvo el constante fastidio de Hungría— y vigor a la agresión de Putin. Han apoyado a Ucrania financiera y militarmente en cuantía conjunta superior a EE UU, han ofrecido a Kiev estatus de país candidato a integrarse a la UE, han cortado las importaciones de gas ruso por ductos. Fue un error —de Washington también— la lentitud con la que se tomaron ciertas decisiones, como las entregas de ciertos sistemas de defensa antiaérea, tanques o aviones de combate, que se negaron al principio para luego decidir enviarlos tras haber perdido tiempo precioso. Lo hecho hasta ahora no es suficiente: hará falta mucho más. Pero lo hecho no es poca cosa.
En paralelo a este balance conjunto, discurre el de las acciones individuales de los países. En este apartado, por supuesto, influye la fuerza del factor geográfico: a más cercanía a Rusia, reacción más intensa. Pero en un mundo tan peligroso como el actual, la única garantía de defensa de los europeos es aumentar juntos las capacidades disuasorias y cerrar filas. En esta óptica, esta columna exhorta Italia y España a dar un salto en Defensa.
Los Gobiernos de ambos países han sido impecablemente solidarios con Ucrania y han facilitado las acciones comunes de la UE en ese sentido. Han hecho gestos políticos y han suministrado ayuda militar. Pero su aportación nacional no es satisfactoria en proporción a su capacidad económica.
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Esto en buena medida se debe a décadas de escasa inversión en el sector, lo que las dejó con capacidades limitadas cuando estalló la invasión de Putin. El pasado no se puede alterar. El problema es que los planes de futuro tampoco son adecuados. Italia y España tienen previsto cumplir con el objetivo de gastar un 2% del PIB en Defensa hacia finales de esta década. Es una trayectoria inadecuada al tiempo que vivimos. Ambos países deberían acelerar, y mucho.
Ya en la cumbre de la OTAN de Gales —celebrada en 2014, después de que Putin se anexionara Crimea— los aliados que no cumplían con el objetivo del 2% se comprometieron a converger hacia él en una década. Hoy, 10 años después —y una masiva invasión de Ucrania después— tanto Italia como España se hallan muy lejos de ahí. Italia, en un 1,46%; España, en un 1,26%, según estimaciones OTAN de mediados de 2023. Otras fuentes apuntan a cifras algo diferentes, pero todas a gran distancia de los objetivos.
Ambos países han dado pasos en adelante en los últimos años. En 2014, Italia gastaba un 1,14%; España, un 0,92%, siempre según datos OTAN. El país transalpino estrenará pronto un nuevo portaviones, el Trieste. Bajo el Gobierno Sánchez, España impulsa una importante serie de nuevas adquisiciones de material.
Su posición no es exactamente igual. Italia dispone de un conjunto de capacidades superior, por razón de un peso económico mayor y de una inversión que, aunque baja, fue algo superior a la española durante un tiempo prolongado. Pero ambos comparten una historia de atención escasa o muy baja a la Defensa y un presente de reacción demasiado tibia ante unas circunstancias extraordinarias.
Europa afronta un reto descomunal. Ucrania está en dificultad por escasez de suministros de armas. No está claro que EE UU siga siendo un respaldo para Kiev. Tampoco está claro que Washington siga siendo en el futuro el garante de la seguridad europea como en las pasadas décadas. Mientras, Putin, bien respaldado militarmente por Irán y Corea del Norte, y económicamente por China, va a por todas.
Europa debe, por tanto, cambiar de mentalidad para garantizar su seguridad. Algunos países ya lo han hecho. Por supuesto, los países bálticos, Polonia o los nórdicos, muy cercanos a la amenaza rusa. Pero también Alemania, rompiendo una muy radicada cultura de renuncia a la fuerza militar. Berlín alcanzará este año el objetivo del 2%. En 2022 estaba en un 1,5%. Su ministro de Defensa dice que es consciente de que puede que haga falta ir más allá. En efecto, el 2% es probablemente insuficiente para el mundo al que nos dirigimos. Francia podría haber hecho más en las entregas a Kiev, pero, por otro lado, es la potencia militar más solvente de la UE, con un historial de inversión superior al de los otros grandes países del grupo. Fuera de la UE, el Reino Unido es muy activo.
Italia y España deberían dar un salto parecido al de Alemania, con la misma decisión. Deben hacerlo porque Europa necesita las capacidades para evitar que Kiev quede arrollada, y para disuadir futuras malas ideas de Putin; y deben hacerlo rápido porque en este sector las inversiones tardan años en dar frutos concretos. Esto no es una aventura militarista, es una inversión para proteger nuestra seguridad, nuestra libertad, nuestro estilo de vida. Ahorrar ese gasto hoy puede salir muy caro mañana. Para ello es indispensable y justo que dos países con 110 millones de habitantes y un PIB conjunto que es el doble del de Rusia aporten con vigor. No vale la lógica de que la amenaza queda lejos. Compartimos una unión de destinos. Debemos estar en ella de forma solidaria, no solo cuando conviene.
España, en concreto, debería recordar que se ha beneficiado enormemente de su pertenencia a la UE. Primero, con ingentes fondos estructurales. Luego, con la fuerte ayuda tras la pandemia. Ahora es el momento de devolver una gran acción solidaria, por la vía de constituir capacidades de Defensa que puedan ponerse al servicio de un interés común.
En España suele haber mucha rapidez en la crítica a Alemania. Hay razones para ello, sobre todo por el equivocado austericidio que impuso Berlín tras la crisis de 2008. Pero Alemania sufragó los fondos estructurales, avaló los fondos pandémicos, y ahora asume su responsabilidad con gran inversión en Defensa. España debe ahora asumir también sus responsabilidades, y por eso sería muy útil que dispusiera de nuevos presupuestos que contemplen esta cuestión.
Italia, aunque con una historia distinta —país fundador de la UE y contribuyente neto— también debe dar un paso al frente. Esto no puede ser una cosa solo del motor franco-alemán. El tercer y cuarto país de la UE deben aportar con vigor. La senda actual es insuficiente. El reto es tan grande que no puede ser un freno el temor a cómo lo recibirá la opinión pública o a fricciones en una coalición. Hay que intentarlo, explicando bien el riesgo existencial que enfrentamos, el deber de solidaridad, y que el progreso social no puede desentenderse de la seguridad. Actúese con decisión. Nos lo jugamos todo.
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