Harris y Blinken buscan reafirmar en Múnich el liderazgo herido de EE UU
La Administración de Joe Biden afronta graves crisis en política internacional, con el bloqueo desde hace meses en el Congreso de nuevos fondos de ayuda para Ucrania; con un papel desdibujado en la crisis de Oriente Próximo, donde exhorta al Gobierno de Benjamín Netanyahu a la contención sin ningún éxito. Mientras, sigue armando a las fuerzas de Israel, con una tensa e inestable relación con la otra superpotencia, China. Y al mismo tiempo, sus aliados asisten inquietos al auge y a los planteamientos aislacionistas del republicano Donald Trump. En esta coyuntura, han desembarcado en la Conferencia de Seguridad de Múnich la vicepresidenta, Kamala Harris, y el secretario de Estado, Antony Blinken, con la misión de reasegurar a los aliados y avisar a los adversarios —que observan con lupa las dificultades actuales y las perspectivas futuras— de que, según ellos, el liderazgo de EE UU sigue y seguirá ahí.
“EE UU seguirá liderando”, afirmó Harris al final de un discurso pronunciado en la ciudad bávara este viernes, en el que arremetió, sin nombrarlo, contra Trump y el aislacionismo que este promueve. Pero no hay garantías objetivas de que así será, ni para los que lo desean, ni para aquellos que lo aborrecen. Tanto es así que, en cuanto a la decisiva ayuda a Ucrania, Harris no pudo hacer otra cosa que elogiar el último paquete aprobado por la UE y asegurar que el presidente Biden y ella trabajan a destajo para lograr algo parecido.
“Sé que hay dudas acerca de lo que hará EE UU. Si defenderá las reglas que han propiciado paz y seguridad o si permitirá que se violen; si luchará por la democracia o aceptará el auge de dictadores”, dijo Harris, antes de argumentar que la Administración de Biden lo tiene claro ante esas disyuntivas. Lo hizo incidiendo en que esto está en el “interés estratégico” nacional de EE UU, con unos giros que claramente trataban de defender una propuesta de política internacional que sintonice con el sentimiento nacionalista en auge en ese país. Harris sostuvo que la visión alternativa, la que patrocina Trump, es “peligrosa, desestabilizadora y miope, y debilitaría a EE UU”.
Sin garantías
Sin embargo, no hay y no puede haber garantías de que esa visión no se imponga, y de que EE UU mantenga su liderazgo global, sea cual sea el juicio que se quiera pronunciar sobre él, como prometió Harris. Eso está en manos de los electores estadounidenses y de la capacidad de convencerles de un candidato, Joe Biden, de 81 años, del que un fiscal especial acaba de decir que sufre llamativos fallos de memoria.
Tampoco hay ninguna garantía acerca de las crisis actuales. La falta de presión sobre el Gobierno de Netanyahu le granjea a Biden la reprobación de las opiniones públicas de muchos países. La parálisis de la ayuda a Ucrania —aunque no sea responsabilidad de la Administración— envía señales a todo el planeta, que ve que basta un bien situado grupo de legisladores republicanos bajo influencia de Trump que hace obstruccionismo en la Cámara de Representantes para paralizar la acción de la mayor potencia del mundo en la guerra más importante en décadas.
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En un episodio muy revelador de la situación, el senador Lindsey Graham, un republicano con un historial de gran apoyo al activismo global de EE UU y un frecuentador habitual del foro de Múnich, acabó cediendo a la presión de Trump votando en contra del paquete de ayuda a Ucrania e Israel y además canceló su presencia a la Conferencia de Seguridad sustituyéndola en agenda por un viaje a la frontera sur de EE UU.
El mensaje de Putin
Trump detonó una auténtica bomba hace una semana diciendo que para lo que le concierne, Rusia puede hacer “lo que le dé la gana” con los aliados de la OTAN que no gasten el preceptivo 2% en defensa —entre ellos, países como Alemania, Italia o España—. Desde fuera, otro adversario de Biden, el ruso Vladímir Putin pareció querer enviar otro mensaje a los reunidos en Múnich, con el anuncio de la muerte del opositor Alexéi Navalni.
Harris y Blinken tienen previsto en Múnich un amplio número de reuniones con aliados y socios clave, incluido el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para tratar de calmar inquietudes y avanzar proyectos. Todo el mundo observa.
La crisis financiera de 2008, las intervenciones fracasadas en Afganistán e Irak (además, en este caso, ilegal), la renuencia a hacer respetar las líneas rojas marcadas en Siria, la disfunción de su sistema político y otros episodios de los últimos años han convencido a muchos de que el poder de EE UU se halla en claro declive.
Pero, a la vez, la economía de EE UU se recuperó y tiene ahora un buen pulso, sigue siendo cuna de excelencias tecnológicas, mientras Washington ha orquestado una reacción a la invasión de Ucrania que Putin claramente no se esperaba, mientras ha estrechado los lazos con los aliados y ampliados vínculos con otros, como Filipinas.
Este balance con luces y sombras está ahora en juego con riesgo de un suspenso total si EE UU no puede seguir respaldando a Ucrania o si se muestra sin voluntad ni capacidad de hacer cumplir lo que dice —contención— en Gaza y de pilotar alguna clase de solución negociada a ese conflicto. Sobre esas mesas se juega el legado de la Administración de Biden, y alrededor de ellas hay mucha diplomacia en los pasillos del Bayerischer Hof, el hotel que tradicionalmente acoge la conferencia, que este año celebra su aniversario, y los alrededores.
Lo que vendrá después, tal vez Trump, es otra cuestión. Todo el mundo se va preparando, aunque tal vez no con la intensidad que sería necesaria. Ese es el debate central entre los líderes europeos.
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