La ruptura de Malí, Níger y Burkina Faso con sus vecinos dinamita medio siglo de integración africana
La retirada de Malí, Níger y Burkina Faso de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), anunciada el pasado 28 de enero, hace saltar por los aires un largo proceso de integración, sobre todo económica, en la región occidental africana que hasta ahora se consideraba un modelo para el resto del continente y que comenzó hace medio siglo. No solo la libre circulación de mercancías y personas se verán afectadas. La ruptura preconiza una África occidental separada en bloques, según el peso de la influencia de actores exteriores como Rusia o la Unión Europea, pero al mismo tiempo condenada a entenderse por sus enormes vínculos económicos, culturales y de población. “La Cedeao se acabó como la conocíamos, ya nada será igual”, asegura por teléfono Abdoulaye Mar Dieye, coordinador para el desarrollo en el Sahel de Naciones Unidas. Incluso la opción de romper con el franco CFA y crear una moneda propia se abre paso.
La decisión fue anunciada de manera simultánea en las televisiones públicas de los tres países, gobernados por juntas militares surgidas de golpes de Estado, mediante la lectura de un comunicado de prensa conjunto. “Dominan perfectamente el arte de la distracción”, opina Gilles Yabi, director del think tank senegalés Wathi. “El anuncio de la retirada ocupa y ocupará las mentes durante semanas y meses mientras las prácticas represivas de los gobiernos se endurecen (…) y mientras desaparece del debate público la discusión sobre el fin de las transiciones”. Los tres regímenes militares anunciaron su carácter provisional y la celebración de elecciones al tomar el poder, pero en Malí y Burkina dicho proceso de transición se ha interrumpido y en Níger ni siquiera ha comenzado, lo que revela la intención de los nuevos dirigentes de mantenerse en el poder más allá de lo prometido.
Después de la independencia de los países africanos, que cristalizó sobre todo en los años sesenta del siglo pasado, surgieron cinco bloques económicos regionales. La Cedeao, creada en 1975, agrupa a las 15 naciones de África occidental, aunque durante un corto periodo integró también a Mauritania, que se retiró en 2000 adhiriéndose al bloque del Magreb. Desde su nacimiento, esta organización ha promovido la integración económica regional y la creación de un espacio de libre circulación de bienes y personas, con la existencia, por ejemplo, de un pasaporte Cedeao que comparten sus ciudadanos. Incluso con dificultades y problemas de armonización aduanera, el comercio interior se vio fortalecido en el último medio siglo.
Pero la Cedeao es más que un bloque económico. Cuenta con un tribunal de justicia y ha intervenido de manera decidida en cuestiones políticas y de defensa y seguridad, incluso con fuerzas de paz, como fue el caso de Sierra Leona o el más reciente de Gambia en 2017 para forzar la salida del país del dictador Yahya Jammeh, derrotado en las elecciones. “No se trata solo de integración comercial y económica, sino de la construcción de un bloque regional que podría defender colectivamente los intereses de sus poblaciones a largo plazo y representar un polo económico, diplomático, en materia de seguridad, humano y científico influyente a nivel continental y en sus relaciones con el resto del mundo”, explica Yabi.
Margen para negociar
Según los propios textos legales de la Cedeao, la decisión de retirada de Malí, Níger y Burkina Faso no será efectiva hasta dentro de un año, plazo previsto en su reglamento. Ello da un cierto margen para la negociación. “Los jefes de Estado han aprendido de sus errores, como las duras sanciones contra Malí o la amenaza de intervención en Níger. Después del palo, han comprendido que es el tiempo de la zanahoria”, asegura Bakary Sambé, director del Instituto Timbuktu. “En este momento hay una intensa actividad diplomática para encontrar una solución negociada”.
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Sin embargo, parece difícil que se vuelva a una Cedeao como la de la actualidad. “La historia no camina para atrás”, insiste Dieye. “Surgirán nuevas formas de cooperación entre los países porque están obligados a entenderse, pero la crisis es muy profunda y las repercusiones económicas de esta decisión son enormes”, continúa. Incluso la unión monetaria está en cuestión. Níger, Malí y Burkina Faso comparten el franco CFA, junto a otros cinco países —Senegal, Costa de Marfil, Benín, Guinea-Bisáu y Togo—. Esta moneda, heredada de la época colonial francesa que mantiene una paridad fija con el euro, es muy cuestionada por una parte de la sociedad civil de África occidental. En coherencia con sus políticas actuales de rechazo a Francia, el debate sobre su posible sustitución emerge en el seno de los países del Sahel.
Tanto el presidente de Burkina Faso, Ibrahim Traoré, como el de Níger, Abdourahamane Tchiani, han abierto estos días la caja de Pandora de la posible ruptura con el franco CFA y la creación de una moneda propia para los tres países, que podría denominarse Sahel. La complejidad de tal decisión frena de momento sus aspiraciones. Los economistas coinciden en que, para ello, los Estados sahelianos tendrían que contar con reservas de materias primas suficientes que garanticen su estabilidad, la infraestructura necesaria para fabricar los nuevos billetes y un banco central que fije la política monetaria. “En el momento oportuno, tomaremos una decisión”, dijo el general Tchiani en una entrevista televisada. El capitán Traoré considera que esta es una etapa necesaria en su proceso de “cortar todo lazo con Francia”.
La decisión de retirarse de la Cedeao, de enorme calado, fue adoptada directamente por los jefes de Estado de los tres países y no fue objeto de ningún debate parlamentario, que podrían haberse dado en el caso de Malí y Burkina Faso, donde existen órganos de representación en el contexto de la transición, ni de consultas con la población. Los tres países crearon el pasado año la Alianza de Estados del Sahel, que emerge como un bloque propio que cuenta con el apoyo exterior de Rusia como nuevo aliado militar preferente, frente a una Cedeao cuyos miembros —como Nigeria, Senegal o Costa de Marfil— mantienen alianzas estratégicas con Estados Unidos y, sobre todo, la Unión Europea.
La traslación a África de las tensiones globales entre nuevos actores emergentes, por un lado, y Occidente, por otro, preocupa a los expertos. “Rusia, China, Irán o Turquía aprovechan el vacío en el Sahel, donde la Unión Europea, ocupada con otras crisis, carece de estrategia común. Vemos a Italia cómo mueve sus peones, o a Francia, que todavía está en shock tras su expulsión de los tres países”, añade Dieye.
“¿Realmente queremos hacer de nuestra región un terreno para una confrontación violenta por parte de las potencias grandes, medianas y pequeñas más antagónicas, cada una de las cuales apoya militarmente a líderes amigos que de otro modo ya no necesitarían ninguna legitimidad interna?”, se pregunta Yabi. “La fragmentación institucional de la región es la auténtica amenaza para las perspectivas de paz, seguridad y progreso compartido”, concluye.
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