Desembarco en Haina
La historia es muy conocida por todos. El Almirante Penn y Robert Venables entraron a la isla por Haina, que en algunos libros está escrita con J.
No sería extraño que en esos alrededores del desembarco haya algún monumento indicando la proeza, o algún restaurant que permita e incentive tirarse fotos. La apacibilidad de una playa histórica permite a los viajeros sentirse parte de un hecho que ha sido cronometrado de manera locuaz por nuestros preclaros investigadores.
En lugar de hablar de proeza deberíamos hablar de desastre: en los libros de historia está consignado lo que ocurrió esa fatídica noche para los ingleses. Los hombres que hoy están en esa playa puede que se sepan la historia, animados por algún investigador que haya decidido ir al escenario de los acontecimientos históricos.
A diferencia de Drake, como se sabe, Penn y Venables fracasaron en su intento de tomar la plaza. En cambio, Drake saqueó en su momento la ciudad. Penn y Venables sí pudieron tomar Jamaica que, desde entonces, tiene el inglés entre sus herencias. Imagine el lector una cámara de diputados que diserte en el idioma de la Reina Isabel y del príncipe Carlos, William y Kate Middleton y Harry. Imagínese el lector leyendo en el bachillerato todo lo que habría de ocurrir, pero en el idioma de Shakespeare: King Lear, La tempestad y Hamlet.
No sabemos si Penn tenía conocimientos económicos para llevar a cabo un buen gobierno en Santo Domingo. Se aplica a este asunto un corolario que han visto todos aquellos que han ido a una tierra recién descubierta o una empresa a la que se le ha asignado un nuevo CEO: el proceso de administrar un país, como demostraría la ONU en el caso de Haití, se da de manera lógica, a tiempo para acelerar cambios y conocer las facetas importantes de los nuevos gobiernos. Por esta razón, tenemos claro que Colón y Ovando tienen dos estilos diferentes, así como Elon Musk tiene otro estilo: dice que no gusta de los ingenieros que complican los procesos sino aquellos que reducen los problemas.
Queda más que claro que los gobiernos coloniales tuvieron que ser lo suficientemente inteligentes para adaptarse a otro universo: la isla de Santo Domingo tenía otro mundo y la persecución del oro estuvo acompañada de la lucha por mantener una plantación que diera frutos: campeche, tabaco, añil, algodón y aguardiente.
Lo que si está claro es que Ovando hizo su mapa de la ciudad e implantó lo que se necesitaba: quienes van a la zona colonial se asombran con la belleza de un trazado que no sería el mismo cuando Trujillo reconstruyó la ciudad luego del ciclón San Zenón en 1930.
Los que van al Malecón se dan cuenta de la gran oportunidad que este representa en todo en engranaje de diseño que se planea para los próximos años. Penn tiene una ciudad que lleva su nombre: Pennsilvania. Los habitantes de Haina no es que del todo sepan que por allí intentaron desembarcan miles de hombres armados, pero que corrieron al escuchar, según dice la leyenda, el chocar de los cangrejos en las rocas de la playa, creyendo así los invasores que se trataba de las tropas españolas, según queda consignado en Troncoso de la Concha, quien debió tener fuentes confiables.
Ahora pensamos cómo debe ser ese sitio, un lugar que todos han oído mencionar pero al que no todos han ido. Las elecciones se darán también allí: los votantes de Jaina no saben a ciencia cierta si ellos serían los primeros en sentir las propuestas de Penn de que se cambiara el idioma: una cosa es que hayan entrado por tu sitio y otra es que un almirante comience a hacer vida política en tu región. Una cosa, como demuestra la Ucrania actual, es que se entre por un lado de tu capital y otra es que los bombardeos caigan en el mismo sitio. Ese votante de Haina dice que no está preparado para argumentar mucho sobre su voto: espera que su jefe político le diga por quien debe decidirse.
El votante de Haina tiene claro que forma parte de la capital, una ciudad que sabe que ha cambiado en los últimos diez años. Los habitantes de Piantini y de Gazcue saben lo mismo, solo que el último vive cerca de la casa de Balaguer. Le dijo Balaguer a Peña Gómez: «doctor no me haga venir a esta biblioteca, venga a mi casa que yo soy un hombre viejo». Era 1994, y los votantes de Haina y de Manoguayabo no sabían lo que se tejía entretelones. «Doctor Peña, aquí votaron los militares y los muertos. Usted sacó un millón y yo un millón, deme dos años a mí y coja dos años usted». Peña Gómez ripostó: «No, doctor, vamos a hacer elecciones». ¡Que gancho!
Los que oíamos a Bob Marley en 1989, teníamos claro que en Jamaica se hablaba inglés. El viejo Bob era un tipo bastante importante en la música como lo demuestran sus sencillos.