En el restaurante del chef Orlando Feliz
Hay lugares que son más de lo que parecen y tienen efectos maravillosos sobre la salud y el bienestar general.
Conocí al chef Orlando Feliz hace muchísimos años, cuando mi buen amigo Sócrates Mckinney me habló de él y me motivó a entrevistarlo para la desaparecida revista Mujer Única. En ese tiempo yo tenía bajo mi responsabilidad la sección de gastronomía de la publicación que incluía una entrevista central.
Orlando me recibió en el local y me dio una entrevista muy particular que aún recuerdo. Con una sólida formación culinaria y estudios especializados de salud, nutrición y cocina ayurvédica, Orlando regresó al país con una misión personal tan difícil como la de Juan el Bautista, guardando las distancias: enseñar a comer saludable en un país donde se come tan mal.
Orlando es de los que creen firmemente en que la salud no es circunstancial, es una decisión personal. Nadie puede estar sano por usted. Multitud de enfermedades tienen su origen y su cura en los alimentos.
Más de una década después, Sócrates, vegetariano confeso y asiduo comensal del restaurante vuelve a invitarme. Esta vez me recomienda realizar un programa de desintoxicación de 10 días.
En sus palabras, habría una Himilce al inicio y otra al final de esos días. Con más miedo que vergüenza y temiendo pasar un hambre atroz (y yo soy de las que no pueden pasar hambre), inicié el detox.
No fueron las libras que bajé (que fueron muchas) lo más impresionante. Pude notar casi de inmediato cambios en mis niveles de energía, de sueño, en la piel y el pelo, en mis visitas al baño. Hasta el humor era más ligero.
Increíble cómo tu cuerpo responde cuando no es agredido y come lo que verdaderamente necesita. Poco a poco seguí visitando el restaurante y hoy casi estoy a punto de reclamar una silla como propia y un lugar en la familia.
Creo que hasta este momento no he dicho que el restaurante de Orlando es vegetariano de arriba abajo. Yo no soy vegetariana, pero tampoco se necesita serlo para visitar el lugar y disfrutar de la comida y de su particular ambiente.
Orlando es un mago de los sabores y de las texturas. Y guisa unas habichuelas como nadie. Respeta el alimento y le saca el mejor partido. Es capaz de combinar elementos, especias y hierbas en un crisol imposible y sacar aplausos y ovaciones de pie. La comida es rica, variada, abundante y saludable. Mil veces saludable.
Pero no quiero dejar de hablar de los comensales y del ambiente. Lo primero es que donde Orlando y Belkis, su amada esposa y compañera, se arma una peña diaria donde se puede hablar respetuosamente de todo y de todos. Hay especialistas y aprendices en todos los temas y los debates pueden irse a más.
Donde Orlando, nada humano es ajeno a los comensales que se presentan desde todos los puntos de la ciudad a comer y opinar. Encuentras en una misma mesa médicos, ingenieros, músicos, actores, financistas, emprendedores, militares, peloteros, profesores, estudiantes, funcionarios y afines de todos los gobiernos, comunistas y antisistemas. Las conversaciones y las risas van a la par con la comida. Igual de sustanciosas.
Orlando es ampliamente conocido por deportistas de élite en este país. Fue dirigente ganador del Club Lázaro en la década del 70 y todavía recibe el cariño respetuoso de aquellos jugadores que vistieron de gloria el basquetbol nacional. Todos van detrás del coach, del consejero sabio y de la comida maravillosa.
Donde Orlando no necesitas visa ni tarjeta de presentación. Da igual que llegues en traje o en shorts. Allá no se reserva el derecho de admisión. Todos son recibidos como viejos amigos, aunque sea su primera visita. Solo se necesita hambre, buena disposición y el deseo de comer para sanar. Risas incluidas.