El drink nocturno
La plaza está llena de personas. Ante la pregunta de alguno, la respuesta no se hace esperar: están en el drink.
Han dejado la yipeta en el fondo. Son cuatro y caminan con toda la sospecha de que durarán allí varias horas. La plaza es grande: se parece a la de Miami. No es una copia. La gente espera en la entrada: dos personas conversan antes de entrar en la zona donde estarán sentados. La música que suena es característica: es tanto lo que suena que se sorprenden. -Deberían bajarla un poco, dice uno. No importa, la música está mortal.
Hay un montón de chicas que los esperan. Piensa uno: -creo que lo mío es whisky esta noche. Ya entró febrero: debo calcular los tiempos, dice. El otro le responde: lo tienes todo medido, el negocio va bien y llegan nuevos trabajos. Ahora, mi hermano, de lo que se trata es de pasar el tiempo, botar el golpe y ser feliz. Salud!
Mira a su alrededor y puede ver a dos chicas que parecen que no beben, que solo están allí. La música se vuelve más lenta. Al cabo de un rato, volverá a tomar velocidad y no se podrá oír nada de lo que te dicen de una mesa a otra.
-Si por aquí pasa un funcionario, dice uno, nos hablaría. Nos diría que bajen la música, continúa. Entran en el lugar: está lleno de gente. No cabe ni un mandado, pero entran. Al cabo de unos minutos, se sientan. Comenzarán a conversar: que si el candidato tal, que si el candidato cual. Lo cierto es que tienen fe, como todos tenemos que tener, en estas elecciones del 18. -Pediré una copa, dice uno. Se muestra reticente a cierto tipo de bebida. Prefiere otra, más a su tono: en este lugar se han preparado para servirle lo que quieran. Recuerda ahora los viejos tiempos. En su lejana adolescencia, llevaba «una chata» en la mochila al colegio. Mientras daban clase de física, se daba un trago. No era nada del otro mundo: esperar que la profesora no viera y darse el petacazo.
Algunos tienen argumentos para defender a tal candidato. Dicen que lo conocen, que saben bien que hará un buen trabajo. Otro, con la botella en la mano, dice que el otro candidato es mejor.
El argumento es nuevo: tiene varias horas que no se da un trago. Intenta descifrar el Cosmos: ha visto un video donde se aclara como se creó todo. Le dice al otro: -este drink tiene de todo. Pero ese candidato no me gusta. Prefiero el otro, el que dice fulanito.
-Vamos a ver, le dice uno. Ese día, el 18 hay que levantarse temprano.
-Como en las campañas de Balaguer cuando se venía de Semana Santa, hay que prepararse. Otro dice: -sí, es como el caso de los Restauradores. Esa gente tuvo que fajarse. Era parar a los haitianos. Mi hermano, dile a fulanito que vote por fulano. No se arrepentirá. ¿Pero tu buscas un empleo? No mi hermano, yo no necesito de un político, contesta el otro. Lo mejor de todo es cuando te sirven, dice.
-Yo nunca fui balaguerista, dice uno. Mi papá sí lo fue. Tomábamos las fotos de los mítines y mire mi hermano, lo del puente de la 17 de Peña era apoteósico. Una vez fuimos a un mítin o mejor dicho a una caravana. Nos esperaba mucha gente, pero pudimos pasar por donde estaba el líder.
-Quiero volver a mi pueblo, San José de Las Matas, dice. Allá se casó Porfirio Rubirosa con Flor de Oro Trujillo. Pero bebamos ahora: esos son viejos cuentos. La plaza se llena más: en pocos minutos está abarrotada.
-Conozco gente que viene de Nueva York, dice uno. Quieren beber aquí: son más especiales en el servicio. No se atienen a las consecuencias: le sirven a los concurrentes con todo el ánimo de provocar borrachera.
-A mí me gusta venir a este lugar. Me siento cómodo, enfatiza.
Al cabo de un rato, se pone de pie y quiere ir a bailar. No le ha preguntado a sus tres amigos, si esa chica está disponible para un danzón o un chachachá. Lo que se baila aquí es reggaetón. No es nada del otro mundo. Más al sur de la ciudad, la gente se anima en otra cosa. Los restaurantes se llenan pero no todos saben cuál es el candidato de sus pueblos. En San José de Las Matas, en La Mansión, se puede ver una foto interesante de la época en la que Trujillo reinó de manera omnímoda.
-Está bueno por esta noche, dice uno. El cuarto se levanta de su sitio y aclara: -iré a votar este 18. Los demás, los amigos lo aplauden. -Mira, dice uno. Conozco a un gran candidato de Sajoma: será nuestro síndico. Solo tienes que marcar la boleta. Ahora no te puedo mostrar: pero es fácil votar, aunque no sea presidencial.
Más gente entra y se guarece en un rincón a la espera de un espacio: así son los drinks, lugares afables donde el sonido de unos tuiters puede hacerte perder la dimensión de lo que escuchas. -Está demasiado alta la música, dice otro. En pocos minutos, salen los cuatro. Tienen la seguridad de que volverán al drink, así como saben que tienen las cédulas para ejercer el voto, el cual ya está comprometido.