De regreso a la opinión
Mi primer contacto con la comunicación social se produjo a través de la opinión escrita. Fue en los postreros años del siglo pasado. Entonces mi actividad laboral se desarrollaba en el sector privado industrial, y a diferencia de los tiempos que vivimos, en aquellos años quienes teníamos inquietudes sobre temas de actualidad sólo podíamos canalizarlas por los medios tradicionales.
Fue un breve artículo sobre la financiación pública a los partidos políticos. No recuerdo el enfoque preciso, pero sí que lo pase a mi padre para fines de corrección y publicación. No compartía mi perspectiva, eso lo recuerdo, pero igual lo tramitó al Listín Diario y su director gentilmente accedió a publicarlo.
Años después, ya integrado a los medios, el viejo me invitó a sustituirle de cuando en vez en su columna diaria. Un espacio que bautizó «En Relevo», y que con en el tiempo devino en una colaboración semanal.
La columnita creció, se empequeñeció, cambió de nombre, de página y hasta de formato. Pero la constante fue que todas y cada una de ellas eran revisadas y corregidas de forma didáctica por mi padre. Primero con un lapicero rojo en su oficina, luego con el uso de las tecnologías como consecuencia del distancia que nos imponían sus funciones diplomáticas. Con cada corrección venía la explicación y el razonamiento, buscando aprender del error y el mejoramiento continuo.
Por eso puedo afirmar categóricamente que, así tocó a mi madre alfabetizarme, lo poquito que sé escribir me lo enseño mi viejo, y lo hizo desde el más absoluto respeto a mis opiniones… Un enorme privilegio poder recibir esas lecciones de primera mano de un periodista de su extraordinario experiencia y capacidad de expresar ideas por cualquier medio, fuera la expresión oral, la palabra escrita o la gestualidad.
Con los años se acostumbró a pasarme también sus trabajos para que les «echara un ojo» antes de despacharlos. Una dinámica que nos permitía intercambiar ideas sobre los temas que ocupaban la actualidad social, económica y política del país y del mundo. Coincidíamos, disentíamos, acordábamos, discutíamos… Pero sobre todas las cosas creó una complicidad que nos mantenía cerca aunque estuviéramos a miles de kilómetros, que nos conectaba, y que sólo detuvo el agravamiento de su enfermedad y su posterior desaparición física.
Meses después de su muerte y por razones que no vienen a cuento, mis colaboraciones cesaron. Lo que provocó una abrupta y dolorosa ruptura con ese vínculo que de alguna forma y en alguna dimensión manteníamos. Un quiebre con esa especie de herencia inmaterial legada por mi viejo.
Por eso cuando se me invitó a retomar mis colaboraciones, no dudé ni un segundo… Muchas gracias don Aníbal… Estamos de regreso.