Lo de Sergio Ramírez contra Ortega y Murillo
Recuerdo vivamente aún aquella madrugada del 26 de febrero de 1990, cuando el Supremo Consejo Electoral de Nicaragua anunció el triunfo de Violeta Chamorro como presidenta de la República, derrotando a Daniel Ortega, quien admitió haber perdido los comicios que la primera ganó con el 54% de los votos. Ortega sólo llegó al 40%.
En una sala angosta, estaban reunidos Ortega, los comandantes sandinistas, el poeta Ernesto Cardenal, el vicepresidente Sergio Ramírez, y entre otros pocos, una Rosario Murillo que lloraba a mares, mientras un grupo vocal interpretaba canciones del dúo Guardabarranco, Nacha Guevara, Violeta Parra y los hermanos Mejía Godoy. Fue una madrugada triste, porque suponía -y hoy creo que lo fue- el fin de la revolución sandinista que había llegado a su clímax el 20 de julio de 1979, casi once años antes, cuando las columnas guerrilleras entraban en Managua triunfantes. Justamente, el asesinato del esposo de Violeta Barrios de Chamorro, el director del diario La Prensa Pedro Joaquín Chamorro, fue el detonante que produjo la ofensiva final de los sandinistas contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle.
Los sandinistas, con amplísimo apoyo popular, albergaban bajo su cobija revolucionaria a social-demócratas, socialistas sin apellido, marxistas, social cristianos (los “pescaditos”, como se les conocía por el símbolo de su partido), jesuitas de la Teología de la Liberación, católicos comprometidos (tal, la usanza de la época) y a conservadores como Violeta que habían aportado dinero, esfuerzos y sangre para el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). De hecho, hubo incluso aporte familiar stricto sensu: cuando llegó la división, la familia Chamorro también entró en el caldero de las pasiones, dos hijos de la pareja apoyaron a su madre en el ente opositor creado contra el sandinismo, y otros dos se mantuvieron en la trinchera, en apoyo a Ortega y sus comandantes.
Como suele suceder, el sandinismo, que realizó importantes cambios en la economía, en la salud, la educación y la mejoría de los sectores más empobrecidos de Nicaragua, tenía una hidra de nueve cabezas. Nueve comandantes que se repartieron las responsabilidades de Estado: los hermanos Daniel y Humberto Ortega, Tomás Borge, Jaime Wheelock, Henry Ruiz, Carlos Núñez, Bayardo Arce, Luis Carrión y Víctor Tirado López. Pero, a estos se agregaron otros tres que terminarían siendo más reconocidos que los demás, salvo tal vez los Ortega y Borge: el intrépido Comandante Cero, Edén Pastora, Hugo Torres, comandante uno y la valiente Dora María Téllez, la comandante dos. Pastora no provenía directamente del FSLN, sino de la UNO, que era la Unión Nacional Opositora que presidía Pedro Joaquín Chamorro. Sergio Ramírez, que siempre estuvo al lado de los sandinistas desde la resistencia, ponía el necesario equilibrio como vicepresidente de la República.
Antes y después, llegaron los intrincados e inesperados contratiempos. Arribó la Contra, un ejército que llegó a reclutar a más de 100,000 combatientes financiados por Ronald Reagan para socavar las bases del sandinismo; el lío Irán-Contra, las desilusiones, los dogmas, el fracaso de la Reforma Agraria, el desinterés en escuchar las voces de la sociedad civil, la división entre las doce cabezas. Hace décadas leí que “un grupo no dirige nada bien, ni siquiera un desayuno”. La cabeza principal, empero, estaba aturdida con tantos dilemas, el último de los cuales, la piñata, llevó a los comandantes a crear fortunas, adquirir sin pagos bienes inmobiliarios y hubo uno incluso que plantó en medio de la mansión de la que se adueñó un gran piano blanco, mientras se paseaba como un delfín tronante por toda la gran vivienda. “Las fortunas cambiaron de manos y tristemente, muchos de los que alentaron el sueño de la revolución fueron los que finalmente tomaron parte en la piñata”, escribió Sergio Ramírez sobre aquel triste proceso, tan triste como la madrugada en que se anunció el fin de la revolución y el triunfo de Violeta Chamorro.
Y llegó también la división, que era lo que siempre debieron haber evitado. El poeta Cardenal, el vicepresidente Sergio Ramírez, Humberto (el hermano de Daniel), entre otros más, optaron por desligarse de ese universo. Se instalarían luego en el gobierno los presidentes Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños (entre 1997 y 2007), ambos del Partido Liberal Constitucionalista, hasta que Daniel Ortega resurgió y volvió al poder, con su esposa Rosario Murillo como segunda -un perfecto one-two matrimonial- y allí se mantienen desde hace quince años, aunque su propósito es continuar cinco más, hasta el 2027.
Sergio Ramírez vivió como nadie ese proceso. Carlos Fuentes lo definió, cuando Sergio salía de Nicaragua en busca de su otra opción, la literatura, del siguiente modo: “Franco y reservado. Cándido y sagaz. Directo y calculador. Libérrimo y disciplinado. Devoto de su mujer, sus hijos, sus amigos. Intransigente con sus enemigos. Elocuente en el foro. Discreto en la intimidad. Firme en sus creencias éticas. Flexible en su acción política. Religioso en su dedicación literaria. Un hombre de complejidad extrema, disfrazada por la tranquila bonhomía externa y revelada por el ánimo creativo en constante ebullición”.
Conocí a Sergio Ramírez, como escritor, en 1988, cuando apareció su inolvidable novela “Castigo divino”, luego “¿Te dio miedo la sangre?”, que es anterior (1982), y “Margarita está linda la mar”, que significó su gran entrada en el mundo de la edición internacional, con Alfaguara, en 1998. En 2018 le entregaron el Premio Cervantes, y en su discurso dijo: “A través de los siglos la historia se ha escrito en contra de alguien o a favor de alguien. La novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido. El vasto campo de La Mancha es el reino de la libertad creadora. Un escritor fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante, que es la novela. Una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas…No hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, sólo quiere fidelidades incondicionales. Somos más bien testigos de cargo. Nuestro oficio es levantar piedras, decía Saramago, si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa”.
Sergio Ramírez, a quien un día vi en el parque de mi pueblo hacer campaña para respaldar la aurora sandinista, que llegó en 1979; al que luego invité a nuestra Feria del Libro, donde dictó una conferencia magistral, inolvidable; al que ahora veo extrañado de su patria como un paria, en una de las más alocadas acciones del orteguismo reinante en Nicaragua, ha levantado piedras y ha encontrado monstruos debajo de ellas, aunque no sea suya la culpa. He firmado un documento de más de trescientos escritores a través del mundo en su defensa y en la de la poeta y novelista Gioconda Belli, a fin, no tanto de que se levante una sanción ilegal y esquizofrénica, que a fin de cuentas poco vale, sino para que la libertad de pensar y de escribir y de disentir siga siendo el núcleo central de la libertad en cualquier parte del mundo. Los absolutismos, los totalitarismos están fuera de época y constituyen una solemne vergüenza. La verdadera izquierda resulta dañada con gobiernos que, como el de Nicaragua, hace rato perdió el rumbo y atormentado por alucinaciones febriles amenaza con enterrar para siempre los viejos ideales perdidos.
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CASTIGO DIVINO
Sergio Ramírez, Editorial Nueva Nicaragua, 1988, 456 págs. Basada en hechos reales. Una de las más relevantes realizaciones literarias de los años ochenta y noventa. Premio Internacional Dashiel Hammet de novela 1990.
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UN BAILE DE MÁSCARAS
Sergio Ramírez, Alfaguara, 1995, 230 págs. El nacimiento de un niño, una época, un lugar y personajes que se vuelven universales. Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera aparecida en Francia en 1998.
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MARGARITA, ESTÁ LINDA LA MAR
Sergio Ramírez, Alfaguara, 1998, 373 págs. Rubén Darío escribe uno de sus más hermosos y populares poemas en el abanico de una niña. Una novela perfecta. Premio Alfaguara 1998 y Premio Latinoamericano de Novela José María Arguedas.
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ESE DÍA CAYÓ DOMINGO
Sergio Ramírez, Alfaguara, 2022, 214 págs. Sergio Ramírez regresando al relato. Sólo 10 cuentos de uno de los mejores cuentistas en español, heredero de las armas de Julio Cortázar y Augusto Monterroso. Su libro más reciente.
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UNA VIDA POR LA PALABRA
Silvia Cherem, FCE, 2004, 304 págs. Una entrevista con el escritor nicaragüense, realizada por la periodista y escritora mexicana que también entrevistó a Octavio Paz. La mejor forma de conocer al hombre y al escritor. Prólogo de Carlos Fuentes.