El país necesita un nuevo estadio de béisbol
Desde que el 23 de septiembre de 1956, día en que Osvaldo Virgil estrenara el uniforme de los Gigantes de Nueva York, hasta el 2022, pasaron por las Grandes Ligas cerca de 884 peloteros dominicanos. Esa cifra nos convierte en el segundo país del mundo, después de los Estados Unidos, con más peloteros en la Major League Baseball (MLB).
Solo en la temporada pasada, de los 275 jugadores en roster de los equipos de la MLB procedentes de 21 países fuera de los Estados Unidos, la República Dominicana tenía un total de 99, frente a Venezuela con 67, Cuba con 23 y Puerto Rico con 16.
La República Dominicana es el tercer país latinoamericano con miembros en el Salón de la Fama de Cooperstown, con cuatro, después de Puerto Rico y Cuba, con cinco y seis, respectivamente. Es posible que en los próximos tres años el país se coloque en el primer lugar.
Asimismo, la República Dominicana es líder en campeonatos ganados en la Serie del Caribe, con 22. Tenemos una corona en el Clásico Mundial de Béisbol, evento global de este deporte, organizado por la MLB. Los jugadores dominicanos siempre han pertenecido a una elite en el béisbol de los Estados Unidos, y la República Dominicana, con una tradición de más de un siglo, es considerada la segunda potencia mundial de ese deporte.
Actualmente los treinta equipos de la MLB tienen academias de entrenamiento y operaciones en la República Dominicana, único país del mundo donde el Comisionado de Béisbol de los Estados Unidos mantiene una oficina fuera de su territorio. De las operaciones de la MLB el país percibe ingresos por un valor aproximado de 370 millones de dólares anuales y los estelares dominicanos en el gran circuito siempre han contado con los mejores contratos.
Frente al cuadro anterior, la pregunta se impone de forma mecánica: ¿por qué no tenemos un estadio moderno? Las instalaciones deportivas del béisbol dominicano no se corresponden con las credenciales que acumulamos en ese deporte.
Nuestros estadios no solo son viejos (1955, Estadio Quisqueya; 1958, Estadio Cibao; 1959, Estadio Tetelo Vargas), sino con limitaciones de aforo (Estadio Cibao, el más grande, con 18,077 asientos y el Tetelo Vargas, el más pequeño, con apenas 8,000 asientos). Sus estructuras, accesos, club house, vías de movilidad, facilidades de parqueos, espacios para tiendas, restaurantes, bares y oficinas son precarios y poco funcionales. Casi todos los estadios están situados en áreas marginales de las ciudades con entornos degradados por la arrabalización.
La construcción de un nuevo estadio no es un lujo, es una oportunidad para consolidar nuestra marca como potencia mundial. Se trata de una inversión redituable: es una facilidad que se podría incorporar al calendario de juegos de los equipos de las Grandes Ligas; pudiera ser sede del Clásico Mundial; serviría como base para organizar, en coordinación con la MLB, una liga con las academias de los equipos de Grandes Ligas o para la temporada de entrenamiento de la MLB, aparte de que serviría como arena para el montaje de grandes eventos y espectáculos.
Un estadio de 50,000 asientos, y con los estándares mundiales en obras de ese tipo, le daría al béisbol dominicano otra dimensión y el empuje que ha perdido por décadas. No han sido pocas las ocasiones en las que el país ha sido desestimado como destino para juegos especiales o de exhibición de equipos de las Grandes Ligas porque sus plazas no son aptas ni seguras.
El argumento de que se trata de una obra superflua para un país pobre no se sostiene. Existen diversas maneras de explotarla rentablemente. Cuba, en el 1946, construyó el Estadio Latinoamericano, una plaza para 55,000 espectadores, sede hoy del equipo Industriales de La Habana. Venezuela, por su parte, acaba de inaugurar el más moderno estadio de béisbol de América Latina, el Monumental La Rinconada, con capacidad para 40,000 asistentes. Claro, antes eran obras grandilocuentes de los viejos caudillos, hoy son estrategias del negocio deportivo.
Si hay una obra compatible con un esquema de coinversión público-privada es esta. El Estado puede aportar terrenos y el sector privado el capital y la operación. Es más, el aporte conjunto de potenciales inversionistas como Pedro Martínez, Álex Rodríguez, David Ortiz, Manny Ramírez, Albert Pujols y Vladimir Guerrero, entre otros, en asociación con cualquier equipo de Grandes Ligas, sería suficiente para sustentar la participación mayoritaria de la inversión privada. Creo que si el presidente Abinader los invita a participar en un proyecto de esta dimensión su aceptación no se haría esperar. Se trata de diseñar y soportar un buen plan de negocio. Lograr esta obra en un momento en el que la República Dominicana es dueña de la estelaridad en el béisbol mundial sería un jonrón con las bases llenas.