La violencia visible en EE.UU. es la punta del iceberg
Estamos tan ideologizados – y divididos– que cada quien ve las causas de la violencia, exclusivamente, como el problema causado en la acera de enfrente. Lo que no me gusta que hacen “los otros” es la causa que provoca la “cultura de la muerte”.
Para la izquierda del espectro político, las causas están en la derecha y para estas, en la izquierda. Regularmente simplificamos y preferimos respuestas fáciles, recreando una versión postmoderna de la “banalización del mal” de Hannah Arent. Un sistema de poder político-económico puede trivializar la muerte de seres humanos cuando se tienen líderes y funcionarios públicos incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus decisiones o ausencias de estas.
Son pocos los que se detienen a reflexionar profundamente sobre las causas y las raíces de la violencia que vive hoy EE.UU. Con este objetivo, recordemos el mapa de la formación de la violencia, según el método de Johan Galtung:
La violencia directa, física y/o verbal, se derivaba de dos raíces: de la cultura de la violencia y de la estructura social, que utilizan actores que se rebelan por motivaciones de fundamentación psicocultural y sociales por medio de las cuales intentan legitimar el uso de la violencia.
La violencia cultural es la expresión de la suma de todos los mitos de gloria, traumas, machismos, intolerancias y prejuicios, que sirven para justificar la acción directa. La violencia estructural a su vez es el resultado de la suma de todos los conflictos incrustados en las estructuras sociales, económicas, judiciales, políticas y comunicativas, consolidados de tal forma que son casi inmutables.
Circunscribir la violencia al control de la tenencia y uso de las armas para intentar detenerla es un importante primer paso para abordar la violencia directa, visible según el mapa anteriormente presentado, pero no podemos olvidarnos que esta tiene fuentes invisibles: la violencia cultural y la estructural. Por supuesto, no tomar en cuenta el uso abierto e indiscriminado de las armas es provocar y promover la propagación de esa cultura de violencia.
EE. UU. es un país de una historia guerrerista, belicista, inmensamente rico, pobremente educado y en la actualidad totalmente dividido. En su origen tuvo la necesidad real de tener y portar armas para sobrevivir y protegerse. Así nació, una estructura jurídica “santificada”, ratificada junto a otras nueve enmiendas el 15 de diciembre de 1791, la Segunda Enmienda de la Constitución Norteamericana que reconoce el derecho de poseer y portar armas. Se estableció que ni el gobierno federal ni los gobiernos estatales ni locales pueden infringir ese derecho.
Las diez primeras enmiendas de la Carta de Derechos de la Constitución de los Estados Unidos de América (U.S. Constitution’s Bill of Rights), fueron escritas por los Padres Fundadores para proteger a los individuos y a los estados del poder central federal. Una idea brillante de James Madison que, conociendo la dificultad de conseguir la ratificación de la Constitución por los delegados y representantes, se inspiró en tener una Carta de Derechos que estableciera un balance entre el poder de los estados con el gobierno central.
Para defender activamente el porte libre de armas, está el influyente lobby de la poderosa “National Rifle Association”, nacida en 1871 con el objetivo de proteger precisamente la Segunda Enmienda de la Constitución, y operar como el brazo político de la industria armamentista. Sus donaciones directas son extraordinarias, solo en el 2016 invirtieron más de 30 millones de dólares en la candidatura de Donald Trump, que pide armar a los docentes para proteger las escuelas.
Ningún presidente de EE.UU. puede aparecer en público sin un batallón fuertemente armado del Servicio Secreto. Varios presidentes han sido asesinados, Abraham Lincoln fue el primero en 1865, seguido por James Garfield en 1881, William Mckinley en 1901 y John Kennedy en 1963. También se han producido varios intentos felizmente fallidos, entre ellos a los presidentes Gerald Ford y Ronald Reagan. Ni el ciudadano común ni sus hijos pueden disponer de esta costosísima protección.
En el presente la violencia doméstica se expande como una pandemia en el territorio de EE.UU.
Este terrorismo interior no proviene de islamistas extranjeros, sino del corazón de esa gran nación, que requiere ser sanado. La historia nos enseña que todo proceso de disminución de la violencia descansa en instituciones públicas fortalecidas que actúen como interlocutores de la sociedad y los ciudadanos. Hoy el sistema de partidos, la Suprema Corte de Justicia y el Congreso Norteamericano están más divididos que nunca, se hace más difícil asumir agendas bipartidistas unificadoras.
EE.UU. Requiere renovar su pacto de nación ¿Tendrá su liderazgo la visión para hacerlo?
God bless América!