Don Quijote y Sancho, a sus anchas
Una cervantófila confesa sigue curcuteando el Diccionario de la lengua española y no descansa hasta localizar pequeños tesoros léxicos creados a partir de personajes de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Hoy nos vamos a centrar en los nombres de sus protagonistas: Don Quijote y Sancho Panza, su fiel escudero.
Quijote puede utilizarse como nombre común, y, por lo tanto, escrito con minúscula inicial, para referirnos a los quijotes de apariencia o de convicción; bien a los hombres altos y flacos, cuyo aspecto nos recuerda al protagonista cervantino; o bien a aquellos que anteponen sus ideales a su conveniencia y obran desinteresadamente a favor de causas que consideran justas. Por su semejanza con el personaje los calificamos de quijotescos. Cuando nos referimos a su comportamiento hablamos de quijotismo. Si alguien actúa como un quijote, decimos que quijotiza. Los fieles lectores de la novela sabemos que el carácter de Sancho se va acercando en ciertos aspectos al de su amo conforme avanza la acción; decimos así que Cervantes quijotiza a Sancho o que Sancho se quijotiza. De la misma forma que lo que se asemeja a los rasgos o actitudes de don Quijote es quijotesco, aquello que consideramos que se acomoda con facilidad y que se apega a la realidad con socarronería es sanchopancesco.
El hidalgo cervantino cabalga a lomos de Rocinante, su caballo, mientras que Sancho lo hace a lomos de un rucio. Ambas caballerías tienen su lugar en el Diccionario. Llamamos rocinante al caballo de trabajo, flaco y endeble, mientras que el rucio de Sancho tiene su protagonismo en la expresión topar Sancho con su rocín, que expresa que alguien se encuentra con una persona que se le parece. Sancho y Quijote han llegado a ser tan universales y cotidianos que campan a sus anchas por nuestra lengua.