Hackers: engaños y estafas
En las últimas semanas varias personas han querido engañarme a través de estafas por WhatsApp y redes sociales. Parece que estoy en alguna lista caliente del penal de la Victoria, donde dice el rumor público funciona el “call center” para este tipo de llamadas y trabajos.
Yo sé que este tipo de estafas no son nada nuevo, pero últimamente ha habido como un repunte. Las personas afectadas pierden de forma temporal el control de sus cuentas, mientras que los desaprensivos intentan pescar lo que puedan a través de movidas y textos burdos que rayan en lo ridículo.
A veces uno cuestiona quién cae en ese tipo de engaños, pero es evidente que lo siguen haciendo porque han encontrado un campo lleno de ingenuos y miles de contactos disponibles. La verdad es que se pasan, hablando coloquialmente. El ultimo que intentó estafarme hasta me llamó por el celular intentando suplantar a una amiga, después de haberme pedido dinero por una emergencia.
Lo primero es que mis amigos no me llaman “More”, lo segundo es que rara vez cometen faltas ortográficas y lo tercero es que, si de verdad quisieran pedirme un favor, que con gusto se lo hago mil veces, no lo harían escribiéndome por WhatsApp. Es obvio que la trama tiene muchos fallos.
Ya advertida por la amiga que le habían hackeado su número telefónico, fue cuestión de esperar el contacto y darle a probar un poco de su propia medicina. Estaba más que lista y más que harta.
La interacción comenzó con un “como tú ta, more”. Mi respuesta fue un lacónico “bien”. Esto dio pie a que el suplantador de inmediato me pidiera dinero para solventar una situación “urgente” que se le había presentado.
Eso fue lo único que necesité para enzarzarme en una de las conversaciones más bizarras que he tenido. Le riposté que a mí no me llamara More, ni me pidiera dinero. Que si no recordaba que la que me debía era ella y que la deuda tenía tiempo.
Fuera de su elemento, la falsa “amiga”, me dijo que no recordaba deberme dinero, a lo que yo le contesté: ¡me imagino que tampoco te acuerdas de que me quitaste el marido! De inmediato le escribí una serie de insultos (sin faltas ortográficas y con sus comas en su lugar, por supuesto), acordes a la ocasión.
A la “amiga”, que tampoco recordaba que nos conocimos en un destacamento, lo que más le dolió fue que la acusara de “coger hombre ajeno”. Ahí fue que me llamó, muy ofendida: ¡ajeno no, more!
Después de aquello, me eché a reír y la susodicha me bloqueó, pensando que se había encontrado una más loca que ella y que evidentemente no iba a sacar nada. Pero lo realmente importante aquí es que los delitos tecnológicos y los ataques de este tipo se multiplican y se perfeccionan todos los días. Parece que a mí me tocó una principiante con principios (no roba marido, por lo menos), pero hay verdaderos cerebros detrás de estas estafas.
Las empresas están dedicando cada vez más presupuesto a prevenir estos delitos de alta tecnología por el alto riesgo que representa tener toda su data vulnerable a un ciberataque. Y es que dependemos tanto de las computadoras, los servidores y las nubes, que muchos están dispuestos a pagar para no perder.
Conozco una empresa que ha puesto tantos controles y filtros para “prevenir” que algo pase, que en lo que llega un correo electrónico de un escritorio a otro, da tiempo para celebrar un cumpleaños. Son medidas drásticas, draconianas incluso, pero necesarias según el contexto.
Esto va a seguir poniéndose peor mientras sigamos dependiendo cada vez más de la tecnología y dejando tantos detalles de nuestras vidas disponibles en línea para el atraco. Esta vez yo no caí en esta trampa, pero muchos otros sí. Por eso siguen.
Queda aprender a prevenir, a establecer controles, a advertir a niños y mayores en tu entorno y a ser un poco más conscientes de los detalles que voluntariamente compartimos con los demás. No todo el mundo es bueno. Eso a veces se aprende a la mala.