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José Ramón López fue un destacado editor y pensador

José Ramón López fue un destacado editor y pensador

José Ramón López fue un destacado editor y pensador

José Ramón López (1866-1922), una personalidad multifacética en la escena dominicana de finales del siglo XIX e inicios del XX, colaboró con la administración (1906-1911) del presidente Ramón Cáceres (1866-1911). Signada ésta por la Convención Domínico Americana de 1907 que restructuró la deuda externa y formalizó el control norteamericano de las Aduanas, la ejecución de obras de infraestructura (ferrocarril, puentes, carreteras, escuelas), la apertura de Escuelas Agrícolas, la expansión de la industria azucarera y la pacificación a cargo de la Guardia Republicana.

En 1909 López editó El Dominicano, un órgano de prensa que dio apoyo al impulso modernizador cacerista, cuyos trabajos fueron compilados por Andrés Blanco Díaz en Escritos Dispersos (1909-1916) en 2005. Extraemos algunos textos de 1909 que resaltan temáticas de la época y la visión progresista del intelectual medular que fuera JRL.

El Vae victis es medieval. A propósito de las palabras que pronunció el Presidente de la República en Salcedo han sido externadas opiniones contradictorias, alabando unos esas ideas, cercenándoles otros su trascendental alcance, a fin de hacer creer que todavía es imposible en este país la política civilizada.

Fue a fines de la Edad Antigua que Breno dijo a los romanos vencidos: jVae victis! Para significarles que el vencido no tenía derecho a otra cosa que a la tirana injusticia del vencedor. Durante toda la Edad Media prevaleció esa misma doctrina y el que triunfaba apoyaba su bota sobre el cuello del sojuzgado, considerándose muy clemente si sólo le dejaba desnudo y con vida.

Pero la civilización ha cambiado radicalmente ese salvaje criterio, sobre todo cuando se trata de luchas civiles. La patria es de todos, y hasta ahora jamás se han organizado partidos exclusivamente morales e intelectuales. Cuando uno de los dos triunfa sería estúpido poner fuera de la ley y de las garantías ciudadanas al vencido que representa una mitad de la patria, o poco menos.

Para los fines políticos, y aún para los industriales y comerciales, el Estado dominicano vería, con esa doctrina, rebajada su población de 600,000 a 300,000 habitantes, reduciéndose así la potencia del país a un 50%, mientras la quietud durara, que al venir la rebelión como consecuencia natural de los atropellos del porcentaje de la reducción sería mucho mayor.

Cuando un partido triunfa, en su propio interés está el no excluir sistemáticamente a sus contrarios. Para conservar la paz, para mantener el orden, para activar el progreso, debe asociar a su labor los buenos elementos del partido contrario, de manera que el Gobierno que se organice sea la genuina representación de cuanto vale y sirve en el país.

Naturalmente, la mayoría de ese Gobierno y de sus empleados debe ser del partido triunfador, no por favoritismo, sino porque así conviene para la práctica de las ideas que lo llevó al Poder; pero para esa misma honrada y tranquila práctica es indispensable que el Gobierno abra una puerta a la parte sana del partido contrario.

El Presidente ha sido, no solamente buen dominicano, sino también buen horacista, al decir y practicar que no ve en los ciudadanos partidarios y enemigos, sino buenos dominicanos o malos dominicanos, aceptables los unos en la vida pública y recluidos los otros a la vida privada.

Los horacistas deben ser los primeros en aplaudir esas ideas. Ellas aseguran la paz y la perduración del Gobierno que tan tesoneramente han contribuido a formar.

Los tambores. En las costas dominicanas hay un pececillo llamado tamboril que parece haber servido de modelo a los políticos que funcionan en el presente, como cosa de hoy, y son del tipo antediluviano, de pretéritas edades, ejemplares supervivientes de una fauna ya desaparecida.

Cuando el tamboril se llena de prudencia, o quiere causar miedo a un adversario, se infla, y el pequeño cuerpecito, como un buñuelo de viento, adquiere un volumen tres o cuatro veces mayor que su sustancia. Los otros peces, asombrados de esta transformación, retroceden y abandonan el campo a aquel ser sólido-líquido-gaseoso.

Así la política criolla antediluviana. Cuando quiere soliviantar al público agarra un hecho perfectamente proporcionado, un hecho sabio y patriótico y, una de dos: lo avienta como un tamboril, o lo deforma como se deforma ante un espejo defectuoso la imagen que está delante.

Bombas de un lado, depresiones de otro, y la misma Venus de Milo parecería un mamarracho, reflejada por el traidor espejo.

Desde el mes pasado comenzaron el procedimiento tamborilesco. Que crisis, que el Dr. Hollander, que los seis millones, que la compra de la cosecha por el Gobierno, que la coacción al Ayuntamiento de La Vega y todos esos hilitos fueron a parar al desgraciado vértice del agavillamiento de Zenón Toribio.

El procedimiento es conocido, y ya la gente de paz, la gente que quiere tranquilidad y garantías para su trabajo, cuando ve inflarse el pececillo y aparecer el espejo defectuoso dice: «Bueno, le están buscando los tres pies al gato y van a encontrarse con un cañón de Krupp».

Las calles. Están reparando ahora parte de la calle Separación. Le han quitado el afirmado para colocarle otro nuevo.

Ahí, en el afirmado, es que está el quid de las calles. Generalmente lo construyen de greda y trozos de piedra. Como ambos materiales tienen peso, densidad y tenacidades diferentes, por bien apisonados que estén en cuanto cae un aguacero la greda se ablanda, cede al peso de la piedra, y el piso toma el aspecto de un pan con mantequilla, resultado completamente desagradable, porque la mantequilla es barro amarillo que empuerca desastrosamente el calzado y, cuando brilla el sol y la seca, se convierte en finísimo polvo que se nos cuela por las narices y en su ascendente carrera, después de deteriorar muebles y mercancías, se asienta, colonizado de microbios, en los techos, y de ahí baja al aljibe y envenena el agua que tomamos.

Es, pues, conveniente que en el trozo de la calle Separación que ahora reparan se haga un ensayo de afirmado con piedra únicamente, a ver si se comienza a expulsar el polvo y el lodo, actuales enemigos vitandos de los capitaleños.”

Por el Cibao. Sabemos que el Gobierno está en tratos para traer un sabio agrónomo a fin de ponerlo al frente de las Estaciones experimentales de agricultura que piensa fundar. Una de esas estaciones corresponde al Cibao, y en el Cibao a Santiago. Es lo lógico. La agricultura de la Provincia de Santiago y sus vecinas es la que más necesita, para salvarse, de enseñanza y ejemplo científicos.

La Estación experimental podría dirigir el cultivo de tabaco, después que hubiese hecho los ensayos y comprobaciones necesarios, a fin de que nuestros cosecheros obtuvieran una hoja de superior calidad, colocable en los grandes mercados de Europa. Sólo así se puede lograr independizarnos de los mercados que nos arruinan y lograr, en nuevas plazas, precios lucrativos.

De esa manera se enriqueció la isla de Trinidad con el cacao. Producía un grano en malísimas condiciones. El Gobierno inglés mandó agrónomos que dirigieron y supervigilaron el cultivo, y seleccionaron la semilla, y hoy el cacao de Trinidad se vende en todas partes del mundo, sin desmerecer comparado a las mejores almendras de otras procedencias.

Mientras la hoja sea inferior no habrá ley que por la sola virtualidad legal la convierta en superior cotizable a elevado precio.”

Oropeles. No es la orfebrería tan sólo donde se comercia y se engaña con el dolo de los oropeles imitando el metal fino. En la política también, y más en ella que en ningún otro campo, se da al pobre pueblo oropeles por oro puro.

En la paz no se puede adelantar sino por méritos intrínsecos. Es necesario servir para algo que no sea simplemente disparar tiros para progresar en la política pacífica. Y de ahí el empeño de los traficantes de sistema antiguo, pistolas en comparación a los revólveres máuser de la actualidad, de trastornar el orden público, tratando de hacer odioso lo que representa utilidad y provecho para la mayoría.

Como no tienen el oro de la verdad y del provecho tratan de regalar al pueblo con la falsedad de prendas de cobre doradas, recalentándole la imaginación, fungiendo de Apóstoles, imitando una excitación de nervios de que no están poseídos, a fin de contagiar a la eterna víctima, al pueblo, al hijo de Ma Chepa, a quien llevan a campamentos para darle luego en las narices con la puerta de las oficinas.

Con una sabiduría de Tartufos acusan de tuno a quien reluce como honrado y justo; llaman demócrata a quien simplemente despilfarra los tesoros nacionales; y mientras uno y otro disputan, careados por ellos, entierran descaradamente las manos en el Pactolo de las rentas nacionales, saciando así el único móvil de sus pérfidos manejos.

¡Qué tristes se quedan los pueblos después que descubren la sangrienta burla! Pero reinciden a veces, con la misma ingenuidad con que un niño vuelve a incurrir en la falta por la cual fue castigado.

Politiqueando. Entre los ciudadanos de la República un buen número se consagra a la política. De ellos una parte, como Don Quijote, llevando por bandera el ideal, alta la frente, limpio el corazón y, como el mismo ingenioso hidalgo, faltos de timón, al garete hacia lo bueno, sin ver los escollos del camino ni hacer un inteligente esfuerzo por evitarlos. Van, como el filósofo griego Tales, con los ojos en el cielo.

La otra parte, a semejanza del escudero Sancho, monta en el asno y pone el pensamiento en la pitanza. Imagina y obra con el estómago y proscribe por completo el ideal, convirtiéndose en planta criptógama, sin una flor que la recomiende al aprecio de las gentes.

Uno y otro tipo son perjudiciales. El primero por falta de timón. El segundo por carencia de ideales. Una hibridación de ambos tipos, en la que hubiera timón guiando hacia el ideal, sería todo si es numeroso. Pero, de ninguna manera, es conveniente el gremio de políticos profesionalistas, sobre todo si es numeroso.

Porque más útil es a la patria quien siembra una mata de plátanos que quien dedica a la política una vida entera.”

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.

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