El FMI siempre evalúa
El FMI acaba de publicar su nota de prensa sobre la evaluación anual de la economía dominicana. En el pasado esta información tenía gran impacto. En buena parte ha perdido su eficacia. Sufre del síndrome que afecta a la ONU: sensación de inutilidad por carencia de músculos para cumplir sus roles. Es una prueba más de que la arquitectura política y financiera mundial ha envejecido y requiere, con urgencia, ser adaptada a las nuevas necesidades y correlación de fuerzas. Demostración de lo anterior es el lenguaje ambiguo que se utiliza.
Estas notas, en el fondo, son un catálogo de deberes pendientes de realizar y siguen la política del sándwich: dos tapas de pan para envolver el contenido y que no se note tanto el picante.
En otras palabras, decir las cosas sin herir susceptibilidades y acomodar los cambios que los técnicos estiman necesarios a la conveniencia de tiempo de la clase política que manda. Así todo el mundo queda contento: el FMI cumple con plantear los problemas con sutileza, de modo que nadie se sienta agobiado. Se dice lo que hay que hacer, pero su ejecución se remite a los cerros de Úbeda. Hay años por delante para que alguien, de seguro un zoquete, haga las cosas imprescindibles.
La nota del FMI sobre la República Dominicana alaba la resiliencia de la economía y del sector financiero, la recuperación y la fortaleza del sector externo, las señales de sostenibilidad de las políticas. Y muestra preocupación por la tardanza en producirse la convergencia de la inflación hacia la meta, justificada por los elevados precios internacionales de la energía y alimentos y la disrupción en la cadena de suministros.
El FMI pronostica que en 2022 el PIB convergerá al 5% y que la inflación retornará al rango meta a principios de 2023. Los principales riesgos son la guerra en Ucrania, la pandemia y la subida en las tasas de interés en los EE. UU.
El organismo internacional reconoce que la disciplina presupuestaria y la gestión proactiva de la deuda pública han reducido los riesgos de financiamiento (de obtenerlo, de poder seguir endeudándose) y que se ha iniciado la normalización (contracción) de la política monetaria.
La misión señala lo que entiende son las prioridades de corto plazo que, a su criterio, debe establecer el país: garantizar la reducción de la inflación, mantener una trayectoria descendente de la deuda pública, lograr la consolidación fiscal.
Y, como cada año, expresa su apoyo a las eventuales reformas del sector eléctrico (año tras año se posponen) para “garantizar un suministro confiable de electricidad, reducir las transferencias fiscales al sector y mejorar la calidad del gasto público”. Esas reformas implican “crear condiciones que faciliten la inversión y ejecutar reformas en las tarifas y el sistema de subsidios”. Estas últimas son una especie de cuco que asusta a la clase política y siempre se postergan, a costa de más dispendio y deuda.
El FMI apoya la aprobación de una ley de responsabilidad fiscal (encomiada, pero nadie da el primer paso para aprobarla), mejorar la transparencia y gobernanza, y alinear el marco de supervisión y regulación bancaria a los estándares internacionales.
En el mediano plazo el FMI visualiza la necesidad de recapitalizar el Banco Central (no establece la meta, ni la forma de reducir anualmente el gasto financiero del BC que compromete las finanzas públicas), supervisar las cooperativas, mejorar los estándares de supervisión y regulación financiera.
También propone incrementar los ingresos fiscales mediante la ampliación de la base y la racionalización de las exenciones, tópicos que llevan años sugiriéndose, pero se posponen hasta que llega el período electoral y, por razones partidarias, se hace imposible aprobarlos, ponerlos en vigencia.
En adición, la misión considera relevante introducir políticas para mitigar el cambio climático, mejoras en el clima de negocios, mercados laborales más flexibles y formales, focalización de los programas sociales y reforzar la aplicación de la ley de seguridad social.
Este pliego del FMI, lista para los Reyes Magos, está lleno de buenas intenciones que harían mucho bien si se concretaran, pero todos saben que no se llevarán a cabo en el tiempo en que deberían realizarse. Lo triste es que se convierte en escenificación anual, en un juego en que las bolas de billar se colocan al borde del hueco para que no se yerre el tiro, a consciencia de que el juego no se está realizando en la forma debida y que los jugadores no juegan el papel que están llamados a ejecutar.