Los jóvenes ucranios encadenan crisis: “¿El futuro próximo? Sacar al enemigo de aquí”
El sonido era horrible tanto dentro como fuera del sótano. Fuera, sonaba la alerta antiaérea que advierte de que los misiles rusos están sobrevolando el cielo y dentro, una banda de rock tocaba desastrosas versiones de grupos de heavy metal. Después de más de dos meses, este viernes se celebra el primer concierto en uno de los templos de la música underground de la ciudad de Odesa, el MoreMusic, y con la naturalidad de quien lleva nueve semanas conviviendo con misiles, toques de queda, retenes militares y alertas, los primeros valientes que se asoman a algo parecido a la vida cultural de la ciudad mueven la melena y suben el brazo formando unos cuernos con la mano. La extraña fiesta termina antes de las diez de la noche, hora a partir de la cual cualquiera que esté en las calles puede ser considerado un infiltrado prorruso. Solo unas horas después, cuatro misiles se escuchan en la ciudad. La nueva normalidad en lugares como Kiev, Odesa o Lviv es algo parecido a una fiesta en la que un proyectil puede entrar en cualquier momento en el bar mientras suena Motörhead.
Hasta el 24 de febrero, un fin de semana como este Andrei solía ir a pubs, discotecas o a la playa de Arcadia a divertirse con sus amigos durante el espectacular atardecer del mar Negro. “Pero ahora la arena está llena de minas”, dice este hombre de 30 años, que prefiere no dar el apellido. Ha cambiado los viernes de vodka y cerveza por una infusión cuando cae la noche debido a la ley seca. Hasta hace unas semanas, Andrei vendía pisos en una inmobiliaria y jamás había visto un arma, pero ahora habla con naturalidad de misiles Javelin, Ónix o de crucero, sabe dónde está el refugio más cercano y es capaz de diferenciar a simple vista un tanque ucranio de uno ruso. “La guerra ha cambiado todo. Yo me quedé sin trabajo y ahora lo máximo que se puede hacer en la ciudad es tomar café. Y me siento afortunado porque a 100 kilómetros la gente está muriendo y ni siquiera pueden salir a la calle”, dice en referencia al frente de Mikolaiv, donde tropas rusas y ucranias pelean palmo a palmo.
Dimitri, como Andrei tampoco quiere dar su apellido. El miedo a Rusia, otro concepto instalado desde el totalitarismo de la Guerra Fría, está clavado en el subconsciente colectivo. De diez entrevistados para este reportaje, siete no quieren dar su apellido por temor a represalias rusas, según explican.
Ninguno de los consultados había nacido cuando Ucrania saltó a los titulares en el mundo en 1986 por el desastre de la central nuclear de Chernóbil. El suceso marcó también a una generación de ucranios que seguía bajo la bota soviética, pero que con el estallido radiactivo cambió también su historia. Hace 36 años, el país se convirtió en un paria internacional tras el mayor accidente nuclear de la historia, que provocó miles de muertos y 300.000 desplazados, y una generación de niños que estuvo desplazada por Europa para alejarse de la radiación. La contaminación se sintió incluso en las verduras o la leche de países como Holanda, Inglaterra o Alemania.
El accidente, además, supuso un terremoto político para toda una generación y fue uno de los desencadenantes de la caída de la Unión Soviética, cinco años después del accidente. “Chernóbil marcó el distanciamiento con el poder político y la desconfianza de los ucranios hacia las autoridades soviéticas de entonces”, señala Olga Tarnovska, doctora en filosofía de 45 años y evacuada de Chernóbil.
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Más recientemente, el Euromaidán supuso otro divorcio entre la calle y el poder político y al final obligó al presidente Viktor Yanukóvich, cercano al Kremlin, a huir del país ante la fuerza que tomó a finales de 2013 un ilusionante movimiento que atrajo a la juventud ucrania. Aquellas protestas que pedían acercarse a Europa y alejarse a Rusia terminaron con más de 100 muertos y el inicio de una lucha que vive ahora su momento más dramático, con cinco millones de exiliados y miles de muertos.
Repentinamente, una generación que habla tres idiomas ―ucranio, ruso e inglés― maneja el bitcoin, paga con el móvil en cualquier comercio y utiliza Telegram para informarse sobre la guerra, ha puesto en pausa la modernidad e incorpora en sus conversaciones diarias una dialéctica de la Guerra Fría que habla de búnkeres, trincheras, ataques químicos o “el regreso de los comunistas”. La juventud ucrania ha aceptado en un tiempo récord que en cualquier momento puede ser llamada a filas, que la economía está rota y se contraerá un 45%, según el Banco Mundial, y que el nuevo vínculo emocional es el odio a Rusia y un sentimiento agridulce hacia Europa.
“¿Cómo veo el futuro? No lo sé, ahora solo queremos ganar esta guerra. Esta es una generación preparada que sigue estudiando y que sabe que solo le queda levantarse para defender esta tierra y unos valores. Queremos ser libres y decidir nuestro futuro”, explica Andrei. “Nos hemos dado cuenta de que nada es regalado, pero el país entero está unido en esta lucha. Esto no empezó ahora. Por eso los países europeos deben apoyarnos más. Nos hemos quedado solos defendiendo el país de un terrorista como [Vladímir] Putin”, dice en un café junto a otros tres amigos, la mayoría recién desempleados después de que las empresas en las que trabajaban fueran cerrando por falta de género y de clientes. “Esta es una lucha entre un mundo joven, Ucrania, y un mundo viejo, Rusia. Todo el equipo que rodea al presidente Volodímir Zelenski es gente joven frente al equipo que rodea a Putin, que son todos señores viejos y amargados que nos tratan como marionetas”, añade haciendo suyo el discurso de su presidente.
Unas calles más allá, muy cerca del imponente edificio de la ópera de Odesa, dos hermanos de 15 y 21 años caminan sin rumbo claro por una zona de cafés y tiendas de moda hoy cerradas a cal y canto. “Nuestra vida lleva marcada desde 2014, cuando tuvimos que salir de Donbás, donde vivía con mi familia, y venir a vivir aquí”, explica Dimitri, el mayor de ellos. Rusia se anexionó ilegalmente Crimea ese año y apoyó desde entonces militar y económicamente a las zonas independentistas en la región del este. “Ahora el conflicto está extendido por todo el país, pero allí”, dice apuntando con la mano hacia el este, “llevamos sufriéndolo muchos años”, explica. “¿El futuro próximo? Sacar al enemigo de aquí”, responde sin vacilar.
El dueño del local de conciertos, Oleksandr Kapuka, de 38 años, cree que el país se levantará pronto porque habrá ayuda internacional y desde el Gobierno se harán esfuerzos para la reconstrucción de las infraestructuras y dar ayudas para impulsar la actividad productiva. “Este es un país joven que quiere salir adelante. Podemos hacerlo rápido y hacerlo bien si la guerra termina pronto, pero si dura mucho…”, dice dubitativo frotándose la sien, “tendremos que cerrar todos”, añade. No es capaz de prever si el conflicto bélico marcará a las nuevas generaciones. “Por el momento tenemos que ganar la guerra. No tengo cabeza para saber si esto va a marcar a las generaciones futuras”, contesta. “Lo único que sé es que la generación actual se tiene que ir a casa. Ya son las 21.30 y tengo el tiempo justo para vaciar el local y llegar a casa antes de que comience el toque de queda”, bromea. “Los heavys de ahora nos acostamos a las diez de la noche”.
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