Prohibido disentir: en Transnistria solo se puede ser prorruso
Gastar bromas sobre los dirigentes está castigado en la región separatista de Transnistria, un enclave de mayoría prorrusa dentro de las fronteras de Moldavia. En este territorio autónomo, encajado entre una estrecha franja a lo largo del río Dniéster y Ucrania, las autoridades ejercen una asfixiante persecución ante cualquier tentativa de disensión de un discurso oficial inoculado de propaganda rusa, como denuncian las escasas voces críticas.
“No podemos ni bromear; son conscientes de que los chistes se construyen desde una óptica realista”, cuenta Cristina en Tiraspol, donde imparte clases en rumano, una lengua perseguida por el régimen. “Hasta infiltraron a espías en el centro educativo para detectar a supuestos opositores”, revela esta mujer, que pide que no figure su nombre completo por temor a represalias y que sueña con la unificación de Transnistria con Moldavia.
El chantaje como medida de represión está a la orden del día en este territorio, cuya independencia no ha sido reconocida por la ONU, ni por la propia Rusia. “Que los servicios secretos transnistrios [herederos de la KGB soviética] sepan que criticas al régimen puede suponer que nunca más encuentres trabajo”, asevera la profesora, cuyo salario actual depende del Gobierno moldavo. “Primero, hablan con el superior para que te transmita el aviso; luego, te despiden si continúas”, prosigue Cristina.
La República Moldava de Pridnestrovia, como oficialmente se autodenomina Transnistria, se declaró independiente de facto en 1990. Al Kremlin, que no ha reconocido este Estado, le interesa alargar esta situación para intentar así contener una expansión de la OTAN a Moldavia. También, difícilmente Chisinau logrará ingresar en la Unión Europea mientras Transnistria esté fuera de su control. Bruselas no desea que esta región secesionista pase a manos de Moscú, como ocurrió con Crimea, la península ucrania anexionada en 2014 por Rusia a través de un referendo sin reconocimiento internacional. Pero la anexión a Moscú es un desenlace que una mayoría en Transnistria respalda, debido al proceso de rusificación vivido en las últimas décadas.
Transnistria subsiste gracias al ínfimo precio que paga a Gazprom por el gas. El mercado laboral gira en torno a un nebuloso conglomerado de empresas, Sheriff, que domina la vida económica del territorio: desde gasolineras hasta supermercados, pasando por compañías de telecomunicaciones, energía, acero y alcohol; incluso controla el club de fútbol que se impuso en otoño al Real Madrid en el Santiago Bernabéu en la Liga de Campeones.
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Los bajos sueldos en esta región secesionista, unos 3.200 rublos transnistrios (unos 177 euros) de media, constituye la principal razón por la que muchos ciudadanos se marchan al extranjero. Pero las explosiones de la semana pasada en un edificio del Ministerio de Seguridad, en una unidad militar cerca de la localidad de Parcani y en las torres de radio y televisión en Grigoriopol, han acrecentado el temor a una implosión de esta región.
“Muchos amigos se han marchado y los que se han quedado están preparados”, confiesa Elena, madre de una alumna de 16 años del Instituto Lucian Blaga de Tiraspol. El depósito de combustible de su vehículo está lleno en caso de que estalle un conflicto en la frontera con Ucrania. “La gente ha ido perdiendo la esperanza de un cambio; ese cansancio ha mermado su disidencia, ya no está interesada en la política, sino en su día a día”, advierte.
La mayoría de los transnistrios rechaza reunirse con extranjeros y explicar la tensión que los atenaza estos días. Los pocos que se deciden a contarlo, prefieren mantener su identidad en secreto. El hostigamiento del régimen puede forzar su exilio. Sin embargo, Tamara una contable de 55 años, no se amedrenta al declarar su sentimiento antirruso. Perseguida en numerosas ocasiones por la antigua KGB transnistria y arrestada por llevar unos 8.000 euros en moneda extranjera para pagar los salarios de un mes de los empleados donde trabaja, comparte su postura. “Todo el caos del mundo sucede en este territorio; se puede hacer todo lo que no se debe”, asegura. Ella aboga por la unión con Moldavia y confía en que se alcance: “Cuando los transnistrios vean que la calidad de vida ha mejorado al otro lado del río Dniéster gracias a las fructuosas relaciones con Europa, querrán tomar ese rumbo”.
Tamara afirma sentirse siempre acosada por hablar el rumano, lleva consigo todos los documentos en su bolso en caso de que tenga que escapar hacia la capital moldava. En Chisinau su marido la espera en casa de sus suegros. Él ha huido por los rumores de un posible llamamiento a filas para defender Transnistria ante una invasión extranjera. No es el único hombre que ha abandonado esta región estos últimos días. A la salida del cruce fronterizo hay colas de coches más largas de lo habitual, con solo hombres dentro, mientras que en las calles de Tiraspol se ven mujeres acompañadas de sus hijos paseando.
La tensión va en aumento. Un canal de televisión informó el jueves de que se habían producido disparos en la frontera con Ucrania. Para prevenir un atentado, las autoridades han reforzado la presencia de las fuerzas de seguridad y colocado bloques de hormigón y sacos de cemento en los cruces. Hasta se observan tanques ocultos tras los matorrales, no solo en las entradas a las ciudades, sino en los pueblos, en posición de ataque.
Propaganda y rusificación
Una ley soviética entre 1975 y 1985 permitía a los militares y agentes secretos de la KGB que terminaban su carrera profesional en condiciones de extrema dureza, a mudarse a una zona más cálida por sus servicios prestados. El destino predilecto por los militares retirados fue el litoral del Mar Negro; en concreto, Abjazia, Crimea y Moldavia, y durante esa década, alrededor de 55.000 personas se acogieron a este privilegio para trasladarse a Transnistria. Y la llegada de esos antiguos miembros de las Fuerzas Armadas y espías soviéticos generó un movimiento separatista que degeneró en 1992 en una contienda bélica que duró cuatro meses y causó centenares de muertos. Hoy en los controles fronterizos, se divisan en alerta soldados de la misión de paz, y 500 de los 1.500 pacificadores desplegados tras aquel choque pertenecen al Ejército ruso.
Transnistria cuenta con hoy medio millón de habitantes, una mitad de ellos de origen ruso y ucranio, y la otra, moldavos de origen rumano, que han vivido la rusificación. Este proceso espoleado por el incesante bombardeo de información de los canales rusos (los canales moldavos están prohibidos) provoca que muchos teman expresar opiniones que no se ajustan al discurso oficial. Los más desafiantes son los mayores. “La solución pasa por la retirada del XIV Ejército [el Grupo Operativo de Tropas Rusas (GOTR) que cuenta con unos 1.500 militares rusos en esta zona]; la influencia rusa decrecería de manera considerable”, señala Natalia Balbus, que nació en una aldea colindante a Tiraspol hace 65 años.
El GOTR vela supuestamente por la seguridad de las 20.000 toneladas del antiguo arsenal soviético almacenadas en la pequeña localidad de Cobasna, cerca de la frontera ucrania. “Los transnistrios no apoyan a Ucrania porque la propaganda rusa les ha lavado el cerebro”, indica Balbus, profesora de Matemáticas, que revela su apellido, pero no su nombre. Ella se considera una patriota que nunca ha votado en unas elecciones en Transnistria. “El actual presidente Vadim Kranoseslki se impuso con un 80% en las presidenciales de diciembre, sin oposición, ni voces discordantes, mediante detenciones y apertura de causas penales contra quien critica el régimen de Tiraspol, incluso a través de mensajes en las redes sociales”, remacha.
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