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La guerra dinamita los vínculos entre Rusia y el norte de Noruega

La guerra dinamita los vínculos entre Rusia y el norte de Noruega

La guerra dinamita los vínculos entre Rusia y el norte de Noruega
La entrada a la biblioteca pública de Kirkenes, con el rótulo en noruego y en ruso, el 23 de abril.
La entrada a la biblioteca pública de Kirkenes, con el rótulo en noruego y en ruso, el 23 de abril.Luis Manuel Rivas

En la localidad noruega de Kirkenes predomina la incertidumbre. El viernes atracó en su puerto el Aleksander Grusev, el último barco ruso que verán este año sus habitantes. Tampoco llegarán más camioneros que acaben de cruzar desde el país vecino; los productos fabricados en Rusia están vetados en la frontera desde este sábado. En Kirkenes no solo se lamenta el golpe económico a la región; la invasión rusa de Ucrania ha evaporado décadas de cooperación entre ambos lados de la frontera.

Situada 400 kilómetros al norte del círculo polar ártico, el 10% de los 3.500 habitantes de Kirkenes son rusófonos. Los rótulos, en las calles o en la biblioteca pública, están en noruego y en la lengua eslava, y en el astillero de uno de los principales empleadores de la localidad se trabajaba sobre todo con barcos procedentes del puerto ruso de Múrmansk, la ciudad más grande de todo el Ártico. Durante lustros, todas las semanas se montaba en Kirkenes un mercadillo con matrioshkas e insignias soviéticas, sus habitantes cruzaban a Rusia con sus coches para llenar los depósitos, abundaba el vodka, y los eventos culturales y deportivos con participantes rusos eran frecuentes. Un futuro dando la espalda por completo al vecino aún resulta difícil de imaginar.

Solo hay un puesto fronterizo entre los dos países: el de Storskog, a 15 kilómetros de Kirkenes. Cada día, guardias noruegos y rusos retiran sus respectivas barreras a las ocho de la mañana y vuelven a colocarlas a las tres de la tarde; no podrá pasar nadie durante las 17 horas siguientes. La actividad en la frontera nunca llegó a recuperarse de las restricciones impuestas por la pandemia. En 2019 la cruzaron 266.000 personas; el año pasado, menos de 15.000 (unas 40 diarias). Jens Arne Hoilund, el comisario noruego de Fronteras, reconoce que desde el inicio de la guerra ha habido un “cierto repunte” de ciudadanos rusos en vehículos particulares, afectados por el veto europeo a las aerolíneas de su país.

Unos camiones rusos, a finales de abril en el puesto fronterizo de Storskog.
Unos camiones rusos, a finales de abril en el puesto fronterizo de Storskog.Luisma Rivas

Del lado noruego, no hay prácticamente nada alrededor de la frontera: kilómetros cuadrados de tundra, algunos pinos, mucha nieve húmeda que se ha ido acumulando desde finales de septiembre, y una tienda destartalada de souvenirs. Su dueño no parece agobiado por la falta de clientela: “No quiero a ningún ruso aquí. Por mí, que no dejen cruzar ni a uno” dice Orjan Nielssen, un septuagenario que cada día recorre más de 20 kilómetros en bicicleta con su perro, un malamute de Alaska, para abrir su modesto local. Pasan semanas enteras sin que nadie compre nada; algunos de los productos llevan expuestos muchos años. Entre ellos, unos imanes de Vladímir Putin fabricados en 2001. “Se ha convertido en lo mismo que [Iósif] Stalin”, dice Nielssen mientras señala los objetos con el rostro del presidente ruso. “Aquí hace años que todos teníamos claro que era un dictador y un asesino; todos menos Rune Rafaelsen, claro”, sentencia.

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Orjan Nielssen, en su tienda de 'souvenirs'.
Orjan Nielssen, en su tienda de ‘souvenirs’.Luisma Rivas

Nielssen se refiere al exalcalde del municipio de Sor-Varanger (cuyo centro administrativo es Kirkenes) que renunció al cargo hace un año por una enfermedad cardiaca. Pocos noruegos reflejan mejor que él las décadas de cooperación con su gigantesco vecino; y pocos han estado envueltos en tanta polémica. En octubre de 2019, Rafaelsen dio un discurso en Kirkenes al que acudieron multitud de autoridades noruegas y varias rusas, entre ellas Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores desde 2004, en el que alabó a las tropas soviéticas que liberaron en 1944 la ciudad de la ocupación nazi. “Y Putin entonces dijo que yo era merecedor de la Orden de la Amistad”, explica por teléfono el socialdemócrata.

Unos días después de que Rusia lanzara la invasión de Ucrania, Rafaelsen fue a una oficina de correos para enviar la medalla con la que se le distinguió en 2020 al embajador ruso en Oslo. “Dejé claro que no iba a tener una condecoración del señor Putin, que ha provocado una guerra y está violando el derecho internacional”, declara. El exalcalde, de 72 años, expresa que está “profundamente impactado” con la actitud de Lavrov, con quien coincidió en varias ocasiones durante los últimos dos decenios.

“He dedicado más de 40 años a estrechar lazos con la URSS y con Rusia. Siempre he defendido que los lugares de frontera deben ser zonas de amistad y oportunidades”, argumenta Rafaelsen, quien también ha estado durante años al frente del Secretariado de Barents. Este organismo, encargado de fomentar la cooperación entre los dos países, tiene su actividad congelada desde el inicio de la guerra; como el Consejo Ártico, y otros foros en los que participaban Oslo y Moscú. Tampoco habrá más simulacros conjuntos de rescate en las aguas del océano Ártico. “No se debe retomar ningún contacto oficial mientras no cambien las cosas en el Kremlin”, apostilla Rafaelsen.

La desconfianza hacia Rusia también se traduce en una mayor presencia militar en el Norte. El Gobierno noruego anunció en marzo que invertirá este año 3.000 millones de coronas (310 millones de euros) adicionales en defensa. Un tercio se destinará a la compra de munición, armas ligeras y equipamiento militar básico. “Necesitamos estar preparados para, en caso de que fuera necesario, defendernos durante mucho tiempo”, explica por teléfono Per Erik Solli, investigador del Instituto Noruego para Asuntos Internacionales. Se reforzará de manera notable a los equipos de guardacostas, a la unidad del ejército encargada de patrullar la frontera y a la fuerza aérea. Solli, un coronel retirado, recalca que esto solo son medidas urgentes, adoptadas mientras se trabajaba en paralelo en otras a largo plazo.

Oslo también aumentará los recursos para las actividades de espionaje en el Ártico, principalmente en torno a Kirkenes. “Desde los años cincuenta los servicios secretos noruegos han trabajado de manera continuada cerca de la frontera. Su prioridad siempre han sido los submarinos en el mar de Barents de la Flota del Norte, que están cargados con más de 400 armas nucleares”, explica Solli. “Hace décadas sabíamos que la URSS tenía la capacidad, pero no la intención. Ahora resulta todo más imprevisible”, interpreta el exmilitar.

Vista de Kirkenes, a finales de abril.
Vista de Kirkenes, a finales de abril.Luisma Rivas

“Kirkenes es el centro geopolítico de Noruega. Nada sucede en Oslo”, resume el exalcalde Rafaelsen. Un vecino de la localidad, Frode Berg, fue detenido en 2017 en Moscú con 3.000 euros en efectivo, acusado de estar intentando hacerse con información clasificada. Le liberaron en 2019, en un intercambio de confidentes. A principios de abril, el Gobierno noruego anunció que invertiría algo más de 10 millones de euros para “hacer frente a las amenazas híbridas y a los actos de espionaje” en el norte del país.

La relación entre Oslo y Moscú ha quedado reducida al mínimo. Hoilund, el comisario de Fronteras, tiene a su cargo a dos centenares de policías que realizan “funciones prácticas y necesarias” en el lado noruego de los 197 kilómetros de linde entre los dos países. Entre ellas, la limpieza de la vegetación y el mantenimiento de la señalización. Esas tareas están reguladas por un pacto bilateral de 1949, que también establece el número de reuniones anuales entre Hoilund y su homólogo ruso, o el protocolo de actuación para los cruces de frontera accidentales. “El acuerdo sobrevivió toda la Guerra Fría, la perestroika, [la anexión rusa de] Crimea, y debe mantenerse pase lo que pase”, sostiene el comisario.

Monumento conmemorativo de la liberación soviética, el 22 de abril en Kirkenes.
Monumento conmemorativo de la liberación soviética, el 22 de abril en Kirkenes.Luisma Rivas

Los habitantes de Kirkenes, que viven en una zona con una densidad de población muy inferior a la de cualquier provincia española, han estado años escuchando hablar de proyectos faraónicos para la ciudad. Algunos veían en el imparable deshielo del Ártico una gran oportunidad: el puerto de la localidad es el más próximo a China de toda Europa por la ruta marítima del Norte. Los barcos chinos aún se están esperando. Y los rusos ya nadie los espera. Muy lejos queda diciembre de 2019, cuando Rafaelsen le dijo al diario francés Le Monde: “Kirkenes será la nueva Singapur”.

La OTAN exhibe músculo en el Ártico

Durante tres semanas de marzo y abril, en plena guerra de Ucrania, la OTAN realizó unas maniobras militares a gran escala en el Ártico noruego. Más de 30.000 soldados de países aliados participaron en esta edición de Cold Response, los simulacros bienales que se realizan en el país escandinavo. Kristian Atland, del Organismo de Investigación de la Defensa (FFI, por sus siglas en noruego), asegura que los ejercicios por tierra, mar y aire de este año concluyeron “exitosamente”, a pesar de la trágica muerte de cuatro marines estadounidenses en un accidente de helicóptero. 

Por primera vez, las maniobras de la Alianza en Noruega se planificaron en Oslo y no en la sede de la organización en Bruselas. Estos ejercicios militares permiten al país nórdico y a sus aliados demostrar “su capacidad de operar conjuntamente en condiciones meteorológicas extremas”, apunta Atland. Para Noruega, miembro fundacional de la OTAN, pero que no permite las bases permanentes de soldados extranjeros en su territorio, estos ejercicios son clave para poder exhibir su habilidad de coordinar a las tropas aliadas. Las Fuerzas Armadas Noruegas ya han anunciado que Cold Response 2024 será el ensayo militar a mayor escala celebrado nunca en el país.

El posible ingreso a corto plazo de Suecia y Finlandia en la OTAN supondría un notable refuerzo de la capacidad de disuasión de la organización transatlántica en el norte de Europa. “Los dos países tienen mucho que ofrecer a la Alianza”, señala Atland. “Y es Rusia la que ha logrado este giro inesperado que tan poco le beneficia”, sentencia.

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