Libro editado por el Archivo General de la Nación
Hace pocos días se puso en circulación el libro de mi autoría titulado Horacio y Mon: avatares y gloria, editado por el Archivo General de la Nación.
La idea surgió por la pasión que siento por la verdad, la literatura y los personajes históricos, y aun más por aquellos cercanos a mi hábitat. También fue decisivo que a Bruno Rosario Candelier le diera por creer que este humilde emborronador de cuartillas estaba llamado a escribir una novela sobre los personajes de su pueblo que alcanzaron estatura histórica. Cada vez que me veía, me alentaba a hacerlo.
El libro está basado en verdades de a puño, afincadas en el uso libre de la ficción para expresar los caracteres y hacer accesibles los personajes, y en documentación y en relatos verbales poco conocidos u olvidados; alguno que otro inédito. Cubre episodios acaecidos en la República Dominicana entre finales del siglo XIX y la intervención militar estadounidense de 1916, e incluye referencias sobre años posteriores.
Interactúan actores claves, Horacio y Mon, junto a Juan Isidro Jimenes, símbolos del ideario liberal; Lilís y Trujillo, representantes del autoritarismo y despotismo. La conciencia colectiva y la voz intervienen, cuestionan a los actores, a la par que emiten sus propios juicios.
La novela pone en primer plano los valores que encarnaron tanto Horacio como Mon, adalides del bien común, verbigracia la defensa de las libertades, el apego a la democracia, el respeto a las instituciones, el fomento del progreso, la transformación de la estructura económica y de las comunicaciones, la proyección visible de un estilo de vida austero, sobrio y sencillo.
Todo esto en contraposición a los antivalores que fueron expresiones comunes de los gobiernos tiránicos de Lilís y de Trujillo, es decir el autoritarismo, despotismo, sometimiento de las instituciones a la figura de un jefe omnímodo, uso del aparato público para enriquecimiento personal, y ostentación desmedida.
Horacio fue el ideólogo, organizador y líder de la llamada Revolución del 26 de Julio, y Mon el principal brazo ejecutor que ajustició al tirano Lilís en las calles de Moca. El ideario del 26 de Julio desembocó mucho tiempo después en el ajusticiamiento del tirano Trujillo el 30 de mayo de 1961, como prueba palpable de que las creencias prevalecen sobre las circunstancias y el tiempo y penetran el ADN humano.
Horacio Vásquez Lajara fue objeto de una larga trama, disimulada pero efectiva, llevada a cabo para opacar, distorsionar y disminuir su dimensión histórica. Es justo reivindicar su legado.
Algunos, que faltan a la verdad, o rumian intrigas que no pudieron aliviar, trataron de ligarlo en la conjura contra su primo hermano Mon Cáceres Vásquez. En el fondo, favorecían el intento fallido de instaurar el despotismo montado en la razón de los sables. Esas cizañas esparcidas separaron a ambas familias. Después la flecha de Cupido volvió a unirlas, aunque nunca han faltado quienes hayan tratado de avivarlas.
El tirano Trujillo, con objeto de acrecentar su propia figura y perpetuarse a sus anchas en el poder, estimuló a grupos de intelectuales para que distorsionaran sus logros, menoscabaran su figura y ocultaran parte de la documentación que avala sus ejecutorias.
De 1961 en adelante la enseñanza secundaria y universitaria ha pecado de falta de visión crítica, carencia que se ha transmitido a segmentos de profesionales e historiadores, quienes han tendido a copiar aquello que se ha escrito con sus vicios y distorsiones.
Horacio Vásquez tuvo un credo político y ético que defendió desde muy joven hasta su muerte. Se caracterizó a lo largo de los más de 30 años de ejercicio de su liderazgo político rebosante de carisma, por ser un infatigable defensor de los principios de la revolución del 26 de Julio para promover un cambio en la educación, la sanidad, los hábitos, las costumbres, transformar la economía y los usos políticos.
Eso lo hace atractivo, sobre todo para la juventud, cansada del buen vivir de los hacedores de política y fortunas.
Como primer mandatario entre 1924 y 1930 fue el artífice de la delimitación fronteriza con Haití en 1929 y de los planes de colonización para poblarla.
Constructor de los primeros sistemas de presas y canales de riego que expandieron la frontera agrícola. Fomentó la industria, atendió a la educación, cuidó la sanidad pública y desarrolló un vasto programa de obras de infraestructura como no se había visto antes. Su labor legislativa y regulatoria es de largo alcance.
Como cualquier ser humano cometió errores, pero sus méritos los sobrepasan con largueza. Destaca su glamuroso desapego a los encantos del poder y la obsesión por el uso frugal y honesto de los fondos públicos. Enarboló ideas para gobernar en vez de un manojo de ambiciones para dominar a sus semejantes y enriquecerse en el poder.
Derrocado en 1930, y ya en el exilio, Horacio proclamó: “Miro hacia atrás mi gestión sin temor de hallar sombra. Impulsé el progreso. Acaté la ley. Conservé la libertad. Respeté la dignidad ciudadana. Mantuve inalterado un gobierno civil. Di brillo a las instituciones. Abandoné el poder con las manos limpias de oro y sangre, el espíritu libre de rencor y odio. Lo único que perturba mi alma es el porvenir de la patria, a la que he cuidado con todas mis fuerzas”.
Ese es el trasfondo de la novela.