Transnistria se mira en el espejo de Crimea
Una bomba de relojería que puede explotar en cualquier instante. Así describen sus vidas muchos ciudadanos de Transnistria, un enclave de mayoría prorrusa dentro de las fronteras de Moldavia y fronterizo con Ucrania. Pero ahora, tras años convertido en un polvorín que no terminaba de explotar, la parte de la población que se siente más cercana a Moscú desea ser una especie de Crimea —la península ucrania anexionada por Rusia en 2014 a través de un referéndum no reconocido por la comunidad internacional— moldava.
“Vivimos como si estuviéramos fuera del mapa”, confiesa Masha, una empresaria de 35 años en un genuino bistró situado en la fortaleza medieval de la ciudad de Bender, con una espléndida panorámica hacia el río Dniéster, cuya estrecha franja separa la región rebelde del resto de Moldavia. Su rostro jovial muestra un estado de calma que contrasta con las explosiones registradas esta semana en este antiguo territorio soviético. Pese a su aparente tranquilidad, Masha, que se dedica a buscar trabajo a sus conciudadanos en el extranjero, confiesa que el miedo en la zona cotiza al alza: “Somos conscientes de que Ucrania está en guerra desde 2014, pero ahora se habla tanto sobre el tema que los temores a perder a alguien son cada vez mayores”.
Las explosiones de estos días contra el Ministerio de Seguridad, antenas de radio y televisión y el aeropuerto de la capital de facto, Tiraspol, han dejado claro que la tensión entre Rusia y Occidente amenazan la seguridad de este territorio. Los dirigentes de Transnitria declararon la independencia en 1990 para evitar una posible reunificación de Moldavia con Rumania y denominaron al territorio República Moldava de Pridnestrovia. autodenominada República Moldava de Pridnestrovia se declaró independiente en 1990 para evitar una posible reunificación de Moldavia con Rumania tras la caída de la Unión Soviética. En todo este tiempo, su independencia no ha sido reconocida ni por la ONU ni por la propia Rusia. Pero tras más de 30 años hibernando como un conflicto congelado de la Guerra Fría, este enclave con un tamaño equivalente a la provincia española de La Rioja podría convertirse en el terreno de juego donde internacionalizar la guerra en Ucrania. La escalada de tensión ha provocado que siete países —Estados Unidos, Canadá, Bulgaria, Francia, Israel, el Reino Unido y Alemania— pidan a sus ciudadanos que no entren en la región, e incluso que abandonen Moldavia.
“Los transnistrios esperamos adherirnos a Rusia, sin conflicto armado, de manera pacífica, de la misma manera que Crimea, donde la calidad de vida ha mejorado sustancialmente desde 2014″, subraya Igor, un abogado de 29 años de Bender con siete años de escuela militar. Igor no menciona que la anexión de Crimea violentó la legalidad internacional y abrió un foco de inestabilidad en Ucrania. Es comprensible este olvido, ya que la propaganda del Kremlin reina en este territorio que sobrevive gracias a la ayuda económica rusa.
Propaganda del Kremlin
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“Sabía que iba a estallar la guerra debido a la conducta desvergonzada de Occidente”, expresa Oleg, dueño de una tienda de regalos para niños en Tiraspol. Sembrar dudas sobre los actos de Rusia en Transnistria resulta una tarea casi imposible. Durante tres décadas, no ha habido ningún movimiento prooccidental que discuta las tesis del Kremlin. “Soy un niño de la URSS, no entiendo la vida sin Rusia”, remacha Oleg.
Pese a la declaración de independencia de 1990, nadie reclama un nuevo Estado, sino un estatuto de autonomía bajo la tutela de Moscú. Los transnistrios no creen que sea una coincidencia que las explosiones de estos días se produjeran después de que un comandante ruso declarara que el ejército planeaba capturar el sur de Ucrania, y desde allí abrir un corredor terrestre hasta este enclave que oficialmente tiene medio millón de habitantes, aunque se estima que ahora solo residen allí unas 200.000 personas, ya que el resto ha emigrado a Rusia y otros países del entorno.
“Nuestros dirigentes debieron tomar medidas drásticas de control desde el 24 de febrero”, cuando se inició la guerra en la vecina Ucrania, señala con semblante sereno Igor. “Moldavia también está en peligro, ya que a través de Transnistria puede haber movimiento de armas que puede desembocar en acciones impredecibles en la zona”, advierte el abogado, que desmiente que las autoridades locales hayan prohibido la salida de los hombres del territorio ante un inminente estallido de guerra.
En el puesto de la línea divisoria invisible entre Moldavia y Transnistria, con colas más extensas de lo habitual, apuntan a que algunos residentes se están marchando. En sus coches solo se ven hombres, quizás por miedo a que los alisten de manera obligatoria ante un posible conflicto. “Algunos amigos se han desplazado a Chisináu [la capital de Moldavia] hasta que la amenaza escampe”, revela Igor, quien cree que la situación económica de la zona, que se beneficia del bajo coste del gas ruso, sufrirá otro duro revés.
El comercio se ha desplomado un 80% por la suspensión de las relaciones con Ucrania. La búsqueda de empleo es extremadamente difícil. Solo contrata el grupo Sheriff, un conglomerado de empresas que agrupa desde gasolineras hasta supermercados, pasando por compañías de telecomunicaciones y energía. El precio de la vivienda es aún asequible en un territorio donde el salario medio ronda los 3.200 rublos transnistrios (unos 177 euros).
Tras el inmediato cruce fronterizo artificial, tres soldados rusos, pertenecientes a las autodenominadas fuerzas pacificadoras, intimidan al exhibir sus armas. Las autoridades rebeldes anunciaron esta semana una mayor supervisión de los movimientos de personas, pero todo parece estar como antes. Solo por las tardes se ven más militares transnistrios deambulando por las calles de las ciudades con una metralleta ceñida al cuerpo y acompañados de perros adiestrados. En este ambiente, se atisba un estado policial en el que muchos evitan reunirse con extraños. “Nunca hablamos sobre el trabajo por teléfono”, explica Masha. “Si compras un coche o un móvil de última gama, empiezan a indagarte”, prosigue.
Hasta 2020, cuando la proeuropea Maia Sandu se erigió como primera presidenta de Moldavia, los gobiernos de esta ex república soviética de las últimas dos décadas actuaron de manera indulgente hacia Transnistria, consintiendo (o siendo directamente cómplices) del persistente contrabando de tabaco e incluso de armas, según apuntan diversas investigaciones. Esta actitud ha alimentado entre sus ciudadanos un mayor desapego hacia Chisináu. “Moldavia cede demasiado, hasta el punto de inclinarse de rodillas”, lamenta Liuba Cornitel, directora interina del Instituto Lucian Blaga, el único centro que imparte sus clases en lengua rumana en Tiraspol.
“Los transnistrios quieren que las autoridades moldavas les ayuden económicamente, pero sin someterse a sus leyes”, abunda Cornitel, que rememora con dolor su experiencia de resguardarse por miedo en el bosque y en cuevas durante el conflicto armado de 1992. “Si nos salpica la guerra de Ucrania, las consecuencias serán mucho peores que entones”, añade.
Cornitel, profesora de Geografía de 52 años, se enfrenta cada día a la angustia de padres que se preguntan qué puede pasar a raíz de la invasión rusa de Ucrania. Muchos temen que sus hijos sean obligados a alistarse en el Ejército, tal como prevé la ley transnistria, nada más cumplir los 18 años, y ser enviados a la guerra a la que tachan de injusta e ilógica.
En Cioburciu, una localidad a unos 50 kilómetros al sur de Tiraspol, reina la calma y el sosiego entre sus 5.000 habitantes, donde la mitad de la población habla ruso y la otra, rumano. Para explicar su apoyo a Moscú, apelan al minúsculo coste de la energía, las pensiones —18 euros mayores que las moldavas— y a que Rusia les dio la oportunidad de trabajar en su territorio. “Creo que Kiev nos atacará, como lo ha hecho en la región de Donbás, donde han muerto muchos niños, porque nos consideran como separatistas”, relata Sergiu, un veterinario de 56 años, repitiendo así la propaganda del Kremlin. “Solo queremos paz, tranquilidad y que nos vuelvan a abrir las carreteras hacia Rusia para que podamos vender nuestros productos agrícolas allí”, proclama Sergiu, que insiste en que ve incapaces a los rusos de haber cometido un genocidio en Ucrania.
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