La guerra de Putin en Ucrania entra en una espiral internacional de consecuencias imprevisibles
La guerra de Rusia contra Ucrania, que ha entrado en una espiral que desborda el choque entre dos Estados, corre el riesgo de adquirir proporciones internacionales. El fiasco militar de Vladímir Putin, la moral de victoria de Volodímir Zelenski y los intereses geoestratégicos de Joe Biden encaminan el conflicto hacia una nueva fase, más mortífera aún que la inicial y con potenciales reverberaciones mucho más graves para el resto del continente europeo. Los dos bandos afrontan una semana decisiva, con la fecha del 9 de mayo marcada en rojo como posible punto álgido de la ofensiva rusa o como pausa para negociaciones de paz. Pero el escenario más probable, según fuentes de Bruselas y Washington, es que la guerra se prolongue y que Rusia mantenga una escalada en la que está esgrimiendo, cada vez con más frecuencia, su arsenal nuclear.
“Al Gobierno ruso le encantan las efemérides y probablemente les gustaría que el 9 de mayo fuese un hito en el conflicto”, apuntan fuentes de la OTAN en alusión a la próxima conmemoración de la victoria de la URSS sobre la Alemania nazi en 1945. La simbólica fecha, según esas fuentes, sería propicia para que el Kremlin intentase reivindicar su éxito en la invasión de Ucrania o para que ofreciese una senda hacia la negociación. “Pero lo más probable es que Rusia no pueda hacer ni una cosa ni otra. La batalla continúa y los ucranios están convencidos de que pueden ganar”, añaden las mismas fuentes.
La espiral de retórica agresiva por parte del Gobierno del presidente ruso, Vladímir Putin, y, sobre todo, su continua violencia nada retórica de las últimas semanas, hacen temer un agravamiento del conflicto y una extensión de las ramificaciones internacionales. Los aliados occidentales están entregando al Ejército ucranio un armamento cada vez más abundante y sofisticado para que pueda defenderse de los incesantes bombardeos rusos.
Fuentes aliadas reconocen que esas entregas requerirán una participación permanente de Occidente en el mantenimiento y gestión del material suministrado y una labor de formación a los militares ucranios encargados de utilizarlo, dos factores que acrecientan el riesgo de un ataque fortuito o deliberado por parte del Ejército de Putin. Militares ucranios ya están desplazándose a bases estadounidenses en Alemania y otros países para ser entrenados, según ha anunciado el Pentágono.
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Objetivo: diezmar el Ejército ruso
Washington, además, se ha marcado el objetivo de ayudar al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, a diezmar el Ejército ruso hasta dejarlo incapaz de acometer una invasión como la iniciada el 24 de febrero. Y el presidente de EE UU, Joe Biden, va a elevar las ayudas a Kiev hasta alcanzar niveles que ya igualan el gasto anual de EE UU durante su campaña en Afganistán.
Putin ha amenazado, por su parte, con recurrir a armas nunca usadas para responder a una implicación occidental que, según Moscú, empieza a rozar la cobeligerancia. Y su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, acusó el pasado lunes a la OTAN de haberse embarcado en una guerra contra Rusia por intermediación de Ucrania. Advirtió que el riesgo de una conflagración nuclear es “grave, real”. “No debemos infravalorarlo”, añadió amenazante.
Rusia amaga también con extender el conflicto hasta Moldavia aprovechando la presencia de sus llamadas fuerzas de paz en la región separatista de Transnistria, lo que abriría otro frente en el flanco suroccidental en Ucrania. Y, por primera vez, las autoridades rusas empiezan a utilizar el término de “guerra” para calificar un conflicto que hasta ahora describían como una “operación militar especial”. Fuentes occidentales señalan que el ala más dura de Moscú sería partidaria de declarar ya abiertamente la guerra contra Ucrania, un movimiento que implicaría la movilización general de la población adulta rusa para su posible llamada a filas.
Fuentes aliadas atribuyen la creciente agresividad de las gesticulaciones del Kremlin a sus continuas dificultades en el campo de batalla. “Alzar tanto la voz en estos momentos es una prueba de debilidad más que de fortaleza”, apuntan esas fuentes. Jamie Shea, del centro de estudios Friends of Europe y ex alto cargo de la OTAN, coincide en que las protestas rusas contra el suministro de armas occidentales son una clara señal de que Moscú teme un fracaso militar en Ucrania. “El Kremlin sabe que tendrá que frenar su ofensiva en la región de Donbás y en el mar Negro cuando el Ejército ucranio empiece a usar armas sofisticadas y de alta tecnología, como los drones Switchblade, lanzamisiles o sistemas de defensa aérea y de radar”.
Incluso la Unión Europea, al principio reacia a la idea de involucrarse en la resolución bélica del conflicto, se muestra cada vez más combativa. “La agresión de Rusia es una amenaza directa contra nuestra seguridad, haremos que sea un fracaso estratégico”, afirmó esta semana la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. “Este es un momento decisivo, nuestra respuesta decidirá el futuro tanto del sistema internacional como de la economía global”, pronosticó Von der Leyen durante una visita oficial a la India.
Washington marca el paso
Pero es Biden quien marca el paso en la carrera de armamento a favor del Gobierno de Zelenski. El salto adelante de Washington ha llegado después de que, según fuentes aliadas, “se haya comprobado la falta de fuelle del Ejército ruso” y las aparentes carencias de los servicios de inteligencia del Kremlin. “Las armas de Occidente empezaron a entrar en Ucrania el 25 de febrero, al día siguiente del comienzo de la guerra, y todavía no hay constancia de que Rusia haya golpeado ni a uno de los envíos occidentales”, apunta una fuente aliada.
“Está claro que hay un cambio de estrategia en Washington y en muchas capitales europeas”, explica por teléfono desde Nueva York Richard Gowan, analista de la organización independiente International Crisis Group. “Digamos que ahora se ha abierto una rendija por la que ven posible ir más lejos y acabar debilitando a Rusia para evitar que se atreva en el futuro con otros países”.
El giro de Estados Unidos en el frente ucranio comenzó el pasado lunes con su secretario de Defensa, Lloyd Austin, diciendo, tras una sigilosa visita a Kiev, que espera que la guerra sirva para “debilitar a Rusia”. Continuó el martes con Austin colocándose al frente de una alianza de 40 países en la base militar de Ramstein (Alemania). Y llegó a su apogeo el jueves, con la petición de Biden al Congreso para que apruebe 33.000 millones de dólares (31.000 millones de euros) más de ayuda para el país atacado. Cabe interpretar esos tres hitos como las señales de un cambio sobre lo que EE UU espera del conflicto: de ser la batalla por defender una frágil democracia y evitar su desmembramiento ha pasado a una escalada que implica un enfrentamiento cada vez más directo entre Washington y Moscú.
Si la cantidad total prometida esta semana se suma a los 13.600 millones de dólares de ayuda aprobados a principios de mes por el Congreso, Estados Unidos ha enviado 46.600 millones de dólares en los primeros cuatro meses de este año a Ucrania, más de lo que se gastó anualmente en su aventura en Afganistán (unos 40.800 millones de media, según el Pentágono). Ese anuncio es también la muestra inequívoca de que la Casa Blanca trabaja en el escenario de una guerra larga. Uno de sus altos funcionarios reconocía el jueves, desde el anonimato, que ese dinero, una cantidad “histórica” de ayuda a un país extranjero, garantiza “al menos, ayuda para cinco meses más de conflicto”.
Ian Lesser, director ejecutivo de la delegación en Bruselas del centro de estudios German Marshall Fund, cree que si el objetivo de Austin de debilitar a Rusia se confirma “significaría que en Washington y en la OTAN se contempla un periodo duradero de confrontación y riesgo en relación con Rusia”.
El riesgo de una potencia amargada
El optimismo de Occidente, y de la Administración Biden en particular, sobre la derrota de Rusia y su debilitamiento definitivo inquieta a algunos analistas. “Creo que es un error convertir la debilidad de Rusia en el principal objetivo. Deberíamos evitar que acabe convertida en una potencia cabreada, amargada y peligrosa, como lo fue Alemania en los años veinte del siglo pasado”, opina Michael O’Hanlon, director de investigación en Política Exterior del laboratorio de análisis Brookings Institution, experto en defensa estadounidense y seguridad nacional, “y no hace falta que recuerde lo que, hace un siglo, vino después de esa humillación”.
Gowan también se muestra partidario de que las potencias occidentales sigan enviando un mensaje a Putin de que aún hay opción para una salida dialogada, por mucho que en este momento “ambas partes estén convencidas de la posibilidad de su victoria”. “Si el único mensaje que ve el Kremlin es que Estados Unidos está listo para una larga guerra, es probable que Moscú redoble su apuesta y ese largo conflicto sea del todo inevitable”, asegura.
Fuentes de la Alianza Atlántica reconocen que “cabe la posibilidad de que Putin opte por la escalada”. Y desde Bruselas observan con evidente aprensión a un presidente ruso que, según esas fuentes, “a menudo no parece ser bien informado por sus mandos sobre lo que está ocurriendo en el campo de batalla”.
Dos meses después del inicio de la guerra, el Ejército ruso solo dispondría de 90 batallones en territorio ucranio, con otros 20 de vuelta en Rusia por motivos de aprovisionamiento, según fuentes de la OTAN. Las mismas fuentes calculan que al comienzo de la invasión pudo haber hasta 130 batallones, lo que indicaría que, entre bajas y repliegues, queda un 30% menos de tropas rusas en Ucrania.
La inteligencia occidental considera, además, que el Kremlin ha agotado su arsenal de armas de precisión y no dispone de capacidad financiera ni técnica para dotarse de unos misiles que cuestan unos dos millones de dólares (1,9 millones de euros) por unidad. “Rusia está recurriendo a la artillería de toda la vida y a ataques indiscriminados que en lugar de destruir un objetivo concreto se llevan por delante todo un barrio de civiles”, señalan fuentes aliadas.
Amenazas de ataque nuclear
Tamaño descalabro llevó la semana pasada al Kremlin a retomar sus amenazas de ataque nuclear, esgrimidas al principio de la contienda. “No podemos especular con lo que harán o no harán los rusos, pero el hecho es que son una potencia nuclear y no sabemos si es todo un farol”, reconocen fuentes de la OTAN. Las mismas fuentes consideran “tremendamente irresponsable que una potencia nuclear se esté embarcando en ese tipo de retórica”, aunque subrayan que las alusiones a un posible ataque nuclear proceden más del entorno mediático de Putin que del propio régimen.
Andrei Kolesnikov, responsable de política rusa en el centro de estudios Carnegie en Moscú, considera que las referencias a la hecatombe nuclear “forman parte del lenguaje del odio e incluso fuentes oficiales recurren ahora con facilidad a hablar de temas que hasta hace poco eran tabú”. Para Kolesnikov, esa retórica “revela un cierto grado de frustración”. Pero advierte contra el riesgo de ignorarla. “Putin puede hacer cualquier cosa: nadie creía que pudiera anexionarse Crimea y, desde luego, nadie pensaba que pudiera lanzar una ‘operación especial’, pero lo hizo”.
En ese sentido, el portavoz del Pentágono, John Kirby, dijo el miércoles: “Nadie quiere que esta guerra escale más de lo que ya lo ha hecho. Y desde luego, en ningún caso hasta el territorio nuclear”. Biden, por su parte, calificó de “irresponsables” los fantasmas atómicos agitados en los últimos días por Moscú. “No son ciertas [las amenazas]”, añadió. “Me preocupan porque muestran la desesperación que siente Rusia ante su abyecto fracaso”.
Ian Lesser cree que el riesgo nuclear es “pequeño, aunque no cero”. El director del German Marshall Fund en Bruselas ve “mucho mayor el riesgo de un choque convencional entre la OTAN y Rusia, bien de manera intencionada o, más probablemente, por un incidente en una operación militar. Y eso podría provocar una escalada”. Los expertos señalan, además, que las zonas de fricción para ese temible chispazo no se limitan al territorio ucranio y alrededores. “Podría ser en la frontera polaca, en el Báltico o en el mar Negro, pero incluso es concebible en el Mediterráneo, en Siria, Libia o en el Sahel, donde las fuerzas rusas y occidentales están en contacto”, recuerda Lesser.
“Rusia sabe que no puede ganar una guerra nuclear y que EE UU y la OTAN tienen unas capacidades en ese terreno que son mucho más que de igualdad con Rusia”, afirma Jamie Shea. Este analista, que también fue portavoz de la OTAN durante la guerra de Kosovo, interpreta que las gesticulaciones nucleares de Moscú no solo buscan amedrentar a Occidente. “También es un instrumento de propaganda interna para crear ante la opinión pública rusa la falsa impresión de que Rusia libra una guerra existencial en Ucrania, en la que se juega su supervivencia frente a una agresión occidental”.
Para Shea, ese relato “prepara el terreno para más reclutamientos obligatorios a medida que aumentan las bajas del Ejército ruso en Ucrania”. Esta decisión puede resultar muy impopular para una población rusa, a la que Moscú mantiene amordazada o hipnotizada a base de propaganda sobre una presunta desnazificación de Ucrania.
La propaganda de Putin alcanzará su apogeo durante el desfile militar previsto para el 9 de mayo, que este año se celebra en medio de una nueva guerra. Ese mismo día, la UE conmemorará el aniversario de la Declaración de Schuman, texto fundacional del club comunitario. Y en el Parlamento Europeo, en Estrasburgo, se pondrá fin a la conferencia sobre el Futuro de Europa, un ejercicio de reflexión ciudadana que aspira a adaptar la Unión a la realidad del siglo XXI.
La Europa en guerra de Putin frente al diálogo y la concordia de la UE en una misma jornada, un choque de impredecibles consecuencias. Aunque puestos a soñar, también cabe imaginar una posguerra en la que una Rusia liberada de su deriva autoritaria y con su arsenal nuclear sujeto a normas internacionales pudiera sumarse al viejo proyecto de construir un continente de paz y prosperidad desde Lisboa a Vladivostok. La reconciliación de Alemania y Francia también parecía una quimera cuando Robert Schuman apostó por la integración europea en 1950, solo cinco años después de la derrota de Adolf Hitler.
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