China se mantiene al margen de conflictos
“Le había tocado una época en que todo el mundo, en todas partes, por todos los medios, tenía un solo objetivo: hacer la revolución”.
En su formidable novela Volver la vista atrás, Juan Gabriel Vásquez relata la historia de Sergio Cabrera y su padre Fausto, este último un español republicano que se exilia en Colombia y que, posteriormente, viaja a China para conocer la Revolución Cultural que allí se ejecutaba y prepararse para regresar a hacer la revolución en su patria.
Fausto regresa a Colombia, donde lo esperan los enclaves armados de la guerrilla urbana y rural a las que estaba destinado. Sergio se queda en China para estudiar y seguir formándose en los ideales de su padre. China era entonces el recinto de una divinidad, Mao Tse-Tung, y de una biblia, el Libro Rojo que marcaba todas las pautas. El “espíritu internacionalista proletario” facilitaba a Sergio su estancia en China, con todos los gastos cubiertos.
Pronto, Sergio observaría a sus anfitriones que cada vez que pedía ayuda para cuestiones específicas sólo recibía evasivas, silencios y negativas. “Todo nos indica –exclama Sergio en un momento de presión y angustia- que la línea que se nos ha aplicado es errónea en extremo y que no es la línea revolucionaria proletaria del camarada Mao Tse-Tung…es una obstrucción a nuestra formación política en lugar de ser lo contrario…Lo que pedimos es concreto: que se nos dé la oportunidad para integrarnos con las masas revolucionarias chinas para aprender de ellas, ya sea en una fábrica, una comuna popular, una escuela o una institución de traducciones…aunque nuestro mayor deseo –el cual le pedimos hagan todo lo posible por cumplir- es el de recibir entrenamiento político militar en unidades del Ejército Popular de Liberación”. Era imposible. Sergio y sus amigos descubrirán más tarde que las fábricas estaban deterioradas y sin producción, que las comunas populares no funcionaban como debían, que muchas escuelas estaban cerradas, que las instituciones, del tipo que fueran, acusaban fallas operativas y gerenciales y que, en definitiva, el sistema mostraba grietas que los chinos no deseaban que se conociesen.
Al mismo tiempo, Rusia y China estaban enfrentados en el terreno político de modo activo, en franca rebatiña por la hegemonía del pensamiento marxista en el mundo, en los grupos que, en los distintos países del globo, estaban aliados a uno o a otro, a más de los que seguían la divisa cubana y hasta la de la República Popular Socialista de Albania de Enver Hoxha, que pregonaba el antirevisionismo y se manifestaba contrario a la desestalinización. El “revisionismo” planteaba una revisión a fondo del pensamiento de Carlos Marx y los fundamentos del materialismo histórico. Utilizando el argot eclesial era una exigencia de la hora el aggiornamento de las ideas marxistas, concebidas en el siglo XIX, para actualizar la doctrina bajo cuyos principios se cobijaban los partidos socialistas o comunistas. Mao ya había iniciado ese proceso y su pensamiento estaba contenido en el Libro Rojo que sustituía a El Capital y los textos de Lenin. En la antigua Yugoeslavia, Tito se apartaba por igual de la doctrina y establecía sus propias ideas. ¿Acaso no hizo lo mismo Stalin y los otros que detentaron el poder en distintas latitudes? En la práctica pues, el marxismo fue revisado y readaptado a las circunstancias objetivas, y lo que fue quedando no era más que la letra de un discurso para las masas, que fue perdiendo vigencia a pasos agigantados porque cada líder absoluto imponía sus propias evaluaciones de aquel pensamiento originario.
El final del socialismo marxista –como siguió llamándose falsamente- planteó nuevas perspectivas que no todos los países que giraban en esa órbita ideológica acogieron. Pero, las dos fuerzas centrales de aquellos planes de conducción del mundo, que tenían a Estados Unidos y parte de Europa como enemigos comunes (entonces, lo único que parecía unirlos) se enlistaron en otras corrientes, alejadas del marxismo, del leninismo y de cualquier otra práctica individual o colectiva de la ideología que había marcado sus respectivas existencias. Rusia, con Mijaíl Gorbachov, inicia ese proceso revisionista a partir de 1985, exigiendo transparencia, liberalización, reconstrucción, y denunciando que la economía soviética estaba estancada. Y eso estaba pasando en Rusia, pero igual en China. Sólo la propaganda, tan eficaz en los regímenes socialistas, mostraba otra realidad que a Sergio Cabrera –el personaje de la novela de Juan Gabriel Vásquez- fue revelándosele paso a paso. Rusia fue perdiendo los países que formaban la Unión Soviética, pero China mantuvo todo su dominio, pasando por diferentes etapas hasta convenir en que el revisionismo era la tarea imprescindible y se hacía urgente modificar las estructuras, aunque siempre bajo un mando centralizado, para hacer convivir el capitalismo con las ideas socialistas, estas últimas solo como referencia institucional, sin mayor alcance y con menor despliegue. Lo obtenido por China continental –dejémosla de llamarla ya China Comunista, porque eso pertenece a otra etapa- es hoy absolutamente inaudito. Aquella China, agrietada por mal funcionamiento del sistema, reorganizó su aparato político, redireccionó su economía, se planteó nuevas alternativas de desarrollo y expansión, que ya no abarca lo ideológico y lo político, hasta quedar convertida en una auténtica potencia financiera con la que el mundo debe contar, y cuenta ya, en materia de comercialización, difusión de tecnología, creación de espacios de progreso individual y colectivo, aun cuando permanezcan todavía bolsones de pobreza en tan extenso territorio.
La diplomacia del Ping Pong que Richard Nixon inaugura con China en 1970, quince años antes de la Perestroika rusa, fue sin dudas el inicio de una era nueva que a fines de esa misma década comenzará con la apertura de sus mercados, el establecimiento de la propiedad privada, la modernización de sus estructuras financieras, el combate propositivo contra la desigualdad y la creación de fuentes de riqueza. Quedaban lejos años de atraso y de ocultamiento de una realidad que se vendía con falsos argumentos. Era -es- una nueva China. La nueva Rusia intentó lo mismo, comenzó a renegar de sus antiguos líderes y maestros ideológicos, pero no ha podido igualar la audacia de la China capitalista. No extraña pues, que en el contexto de la invasión rusa a Ucrania, China busque un entendimiento “constructivo y sincero”, pues como ha declarado Xi Jinping, “la crisis en Ucrania se ha deteriorado hasta un punto que no nos gusta ver”. China, aunque aliada a Rusia, busca resolver la crisis actual, ha dado ayuda humanitaria a Ucrania, importante socio comercial suyo, y su líder ha enfatizado que “el conflicto y la confrontación no benefician a nadie”. China y su liderazgo tienen claro lo que buscan, y han conseguido, con su capitalización y con su soberbio engranaje comercial, la verdadera ruta de la seda de nuestros tiempos. En esta frase de Xi Jinping, en su conversación con Joe Biden, se muestra a una China que no desea ya confrontaciones ni “hacer la revolución”, opuesta a la guerra y -¿quién lo hubiese pensado cuatro o cinco décadas atrás?- deseosa de que todo regrese a la normalidad para seguir liderando el comercio mundial. Dice el líder chino: “Debemos evitar el desencadenamiento de problemas graves en el comercio global, las finanzas, el sector de la energía, el de la alimentación y las cadenas de suministro, algo que empeorará las dificultades de la economía mundial y causará pérdidas irreparables…es necesario mostrar un respeto mutuo entre las grandes potencias, abandonar la mentalidad de la Guerra Fría, evitar la confrontación y construir gradualmente una arquitectura de seguridad regional y global que sea equilibrada, efectiva y sostenible”. El revisionismo aparcó hace rato su doctrina original. Y el capitalismo aggiornamentado ha cambiado el orden mundial. Es sencillo: China es un país en ascenso y con empuje. No quiere broncas que afecten su desarrollo y supremacía. Rusia lucha contra su declive, según lo ha expresado Ryan Hass, especialista en China y Asia. A Rusia le conviene apurar el paso.
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VOLVER LA VISTA ATRÁS
Juan Gabriel Vásquez, Alfaguara, 2021, 475 págs. Una familia arrastrada por la fuerza de la historia. Del mejor novelista colombiano de la actualidad.
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EL MANIFIESTO COMUNISTA
Karl Marx / Friedrich Engels, Galaxia Gutenberg, 2021, 158 págs. Nueva edición con comentarios de cinco especialistas. Un texto que nos permite conversar con la historia.
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MAO
Philip Short, Círculo de Lectores, 2003, 762 págs. El hombre que sentó las bases de la China moderna. Los archivos del Partido Comunista Chino sirvieron de base para escribir esta biografía.
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LÍDERES
Richard M. Nixon, Planeta, 1982, 349 págs. Perfiles y recuerdos de los hombres que forjaron el mundo moderno, escrito por alguien que conoció a todos íntimamente.
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DIPLOMACIA
Henry Kissinger, Ediciones B, 2010, 963 págs. Un libro monumental, considerado un clásico para comprender la historia del siglo XX. Una visión de la alta diplomacia.