Mattarella, el hombre que sostuvo a Italia
La mañana del 6 de enero de 1980 toda Palermo celebraba el día de Reyes. Piersanti Mattarella, gobernador de Sicilia y hombre fuerte de la Democracia Cristiana, conducía su Fiat 127 blanco hasta la iglesia donde iba a acudir a misa con su esposa, sentada en el asiento de al lado, y su hija y su suegra, acomodadas en las plazas traseras del vehículo. Cuando llegaron a la céntrica Via della Libertà, un sicario de la Cosa Nostra se acercó a su ventanilla y le disparó seis veces a bocajarro. En la fotografía que tomó la legendaria Letizia Battaglia, se ve a un tipo de pelo blanco y gafas sacando dramáticamente el cadáver por la puerta del acompañante en un intento desesperado por salvarle la vida. Era su hermano, Sergio Mattarella (Palermo, 80 años), un hombre íntegro que vivió para siempre marcado por una tragedia que subrayaba las debilidades de Italia y que le impulsó siempre a cumplir con una insólita voluntad de servicio al país.
El actual jefe del Estado italiano, el segundo presidente que repetirá en el cargo en la historia de la República ―el anterior fue su predecesor, Giorgio Napolitano― ha demostrado ser un hombre comprometido, moderado y neutral capaz de mantener el frágil equilibrio de un país con tendencias suicidas en los peores momentos de estos siete años. Mattarella es uno de los últimos representantes del ala progresista de la vieja Democracia Cristiana. Fue elegido presidente por el Parlamento de Italia en febrero de 2015. Era el as en la manga del entonces primer ministro, Matteo Renzi, para impedir la llegada de Giuliano Amato, que ya habían acordado a sus espaldas Massimo D’Alema y Silvio Berlusconi dentro del llamado pacto del Nazareno —por la calle donde está la sede del Partido Democrático (PD) en Roma—. Il Cavaliere estaba harto de Napolitano, un hombre que nunca le bailó el agua, y quería asegurarse un periodo de paz: para él y para sus empresas. Pero se impuso el nombre de Renzi (como pasa siempre que el político florentino se propone algo). Pero el tiempo demostró que se equivocaba si pensaba que Mattarella podía sentirse en deuda.
La relación, explican quienes tratan con ambos, se rompió cuando Renzi dimitió en diciembre de 2016 pensando que se convocarían elecciones y recuperaría con más fuerza el puesto de primer ministro. Mattarella, poco amigo de movimientos personalistas de palacio, impidió que se disolvieran las cámaras y apostó por la figura de Paolo Gentiloni como relevo. Fue la primera intervención en la legislatura para evitar un descalabro. La segunda, quizá, llegó cuando impidió que Paolo Savona fuera ministro de Economía (la apuesta antieuropea del entonces ministro del Interior, Matteo Salvini, en 2018). La jugada fue tan violenta, que el presidente de la República tuvo que explicarlo en televisión.
El mandato de Mattarella ha sido agitado y crucial en muchos momentos. Ha vivido cinco Ejecutivos distintos ―el de Matteo Renzi, el de Paolo Gentiloni, los de Giuseppe Conte y el de Mario Draghi― y estuvo a punto de formar un Gobierno técnico para evitar la deriva nacionalpopulista en la que se embarcó peligrosamente Italia de la mano de Matteo Salvini. Sufrió una grotesca campaña para realizarle un supuesto impeachment por parte del Movimiento 5 Estrellas. Y vio como Salvini, en desacuerdo con sus decisiones, tuiteaba que él no era su presidente. Su relación, sin embargo, ha sido buena con casi todos. En el Quirinal recuerdan que la legislatura empezó con un Ejecutivo en el que un partido quería salir del euro —el Movimiento 5 Estrellas (M5S)— y el otro de la Unión Europea —la Liga—. Uno con pulsiones filorrusas y el otro inclinado a contentar a China. Mattarella logró contener todas esas derivas y mantener a flote la imagen internacional de Italia.
El Parlamento le ha pedido ahora un último servicio, pese a que Mattarella dijo de todas las formas posibles que quería marcharse a su casa y que un segundo mandato le parecía forzar en exceso la Constitución. Todos sabían, sin embargo, que un hombre de su compromiso, que vio como su familia se rompía por su voluntad de servicio al país, sería incapaz de negarse.
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