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Los dominicanos: menos católicos, pero más creyentes?

Los dominicanos: menos católicos, pero más creyentes?

Los dominicanos: menos católicos, pero más creyentes?

La consulta de WIN/Gallup International realizada en 2017 con una muestra de 66,000 personas en 68 países del mundo reveló que para el 62 % de ese universo la religión tiene importancia en sus vidas. El 71 % cree en Dios y el 54 % en la vida después de la muerte. 

Una de las comprobaciones levantadas por este informe es que en América Latina, entre 1995 y 2017, los católicos, de un 80 %, pasaron a ser un 59 %. En el caso de la República Dominicana, esa tendencia fue parecida: de un 64 % a un 48 %, para una caída de -16 %. El cuadro quedó configurado así: 48 % católicos, 21 % evangélicos, 28 % sin ninguna religión. De esto se derivan dos conclusiones relevantes: primera, el catolicismo ha caído en América Latina, región donde concentra su mayor feligresía en el mundo; segundo, la población dominicana es mayoritariamente creyente, porque, aun dentro del 28 % que no tiene religión (agnósticos) hay personas que son teístas. 

El 4 de junio de 2018, el rector de la Pontificia Católica Madre y Maestra (PUCMM), Alfredo de la Cruz Baldera, convocó a un encuentro ecuménico con pensadores católicos, evangélicos y ateos para examinar las raíces de la crisis del catolicismo. Fui invitado a ese foro, que se celebró en un clima de apertura, tolerancia y libertad. Tuvimos este informe como instrumento de trabajo y nos quedamos en la reflexión sin conclusiones oficiales. 

La realidad de la crisis del catolicismo en América Latina ha sido de alguna manera disimulada, ya que en la mayoría de los censos nacionales de población y familia no se pregunta sobre la confesión religiosa de los encuestados. Han sido investigaciones privadas y consultas multinacionales las que se han ocupado de crear y actualizar ese acervo, como el Barómetro de las Américas, el Proyecto de Opinión Pública de América Central, la Encuesta Mundial de Valores, algunas encuestas del Latinobarómetro e investigaciones especializadas a nivel nacional, como la firma Gallup, entre otras.

Desde mi perspectiva, las razones que explican el trance del catolicismo en la República Dominicana son particulares y globales. En lo que respecta a las primeras, creo que la dinámica transcultural de la migración dominicana hacia los Estados Unidos ha sido un factor de primera atención. Para el 2008, el 76 % de los estadounidenses se identificaba como cristianos; el 51 % asistía a diferentes tipos de iglesias protestantes y el 26 % profesaba ser católico. Paralelamente, los dominicanos son el cuarto grupo de inmigrantes hispanos más numeroso en los Estados Unidos, después de los mexicanos, los salvadoreños y los cubanos. Se estima que cerca de dos millones cien mil personas de origen dominicano residen en los Estados Unidos. Según los resultados de una encuesta realizada en el 2014 por el Pew Research Center, casi uno de cada cuatro adultos (24 %) de los latinos en los Estados Unidos dejó de profesar la religión católica. 

Los dominicanos residentes en el exterior mantienen un robusto arraigo cultural en su país de origen. Su influencia en los familiares que quedan es muy fuerte, aparte de que la mayoría mantiene vivas esas relaciones. El activismo misionero evangélico es asumido como un compromiso personal y militante de fe, siendo muchos los dominicanos que se han convertido como resultado de ese trabajo. No he dado con algún estudio que haya medido el impacto de la transferencia de identidad religiosa producto del fenómeno migratorio, pero es un evento socialmente impactante.

Dentro de los motivos globales de la decadencia de la fe católica se cuenta la virtual inmutabilidad de su tradición ritual. La liturgia católica (como la misa) es milenariamente rígida, repetitiva y estándar. Ese modelo ha perdido conexión empática con las necesidades expresivas de la espiritualidad contemporánea y contrasta con la forma diversa, sensible y creativa de los cultos evangélicos, dominados por la escasa ceremoniosidad, la música popular y la participación devocional de los miembros. Además de ligar más estrechamente con la naturaleza emotiva de nuestra matriz cultural, los cultos evangélicos incorporan una riqueza de elementos locales que le imprimen cercanía e identidad comunitaria. La liturgia católica, en cambio, es más impersonal, universal y distante, cargada de simbología ritual. 

Otro factor global que ha menguado la fortaleza del catolicismo ha sido la crisis moral de sus clérigos, particularmente por los abusos sexuales en contra de menores revelados como un estigma “sistémico” en los últimos cincuenta años. Este hecho no es nuevo y ha convivido con la Iglesia católica desde sus primeros siglos. Así, teniendo en cuenta los casos comprobados e investigados por organismos independientes, hasta el 2015 se reconocían casi cien mil víctimas de la pederastia clerical en todo el mundo, sin considerar los miles de casos denunciados y autocensurados. Esta es la cifra que maneja ECA Global, una organización de supervivientes del abuso clerical de todo el mundo. 

Por otra parte, solo hasta el 2015, la Iglesia católica había pagado cerca de cuatro mil millones de dólares en los Estados Unidos por concepto de indemnizaciones a víctimas, según el National Catholic Reporter (NCR), periódico dirigido a la comunidad católica de los Estados Unidos. La muestra más catastrófica del efecto de esa crisis moral en América Latina ha sido Chile, país en el que, según la encuesta Bicentenario 2006-2018, la confianza de la población en la Iglesia había caído de un 81 % en el 2005 a un estrepitoso 15 % en el 2019. Una encuesta publicada en el 2018 por el Centro de Estudios Públicos (CEP) en Chile reveló que quienes se reconocen católicos alcanzan un 55 %, 18 puntos menos que hace 20 años; la principal causa son los abusos sexuales clericales.

Otra razón no menos meritoria en el deterioro del catolicismo ha sido la inconsistencia de vida y discurso entre una iglesia de base identificada con los excluidos sociales frente a una burocracia clerical desconectada y plegada a los centros de poder económico y político en un entorno de injusticias y desigualdad. Sobre esta disonancia el papa Francisco ha sido cáusticamente crítico. El 6 de noviembre de 2015 le dijo al diario holandés Utrecht: “No es posible que un creyente hable de pobreza y de los sin techo y lleve una vida de faraón (…) En la Iglesia hay algunos que, en vez de servir, de pensar en los demás, se sirven de la Iglesia. Son los arribistas, los que están apegados al dinero. ¿Cuántos sacerdotes y obispos de este tipo habremos visto?”. 

La Iglesia católica de hoy precisa más que nunca de un trastornador “aggiornamento”, como añejo adeudo que retrata las aspiraciones inconclusas de Juan XXIII y Paulo VI en el Concilio del Vaticano II. La Iglesia está perdiendo respuestas, autoridad, trascendencia y moral. Se esperaba que el papa Francisco promoviera esa renovación orgánica a través de un concilio que le diera permanencia y autoridad a una reforma de gran calado, pero la complejidad del reto, las “ocupaciones y atenciones temporales” y la resistencia de núcleos conservadores han militado en contra de este apremio. Mientras, el catolicismo requiere una adaptación a las inéditas condiciones de vida, relaciones, derechos y cambios que impone la sociedad global. De seguir ese rumbo sin encontrar las coordenadas, la Iglesia católica en América Latina correrá la misma suerte del protestantismo histórico en Europa: templos vacíos repletos de historia.

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