El perro negro de Lourdes
La condición humana es algo tan retorcido como misterioso y Tijuana es su capital. A Lourdes Maldonado el Estado le había prometido protección. Ella dijo que temía por su vida y ellos le aseguraron que tendría policías en su puerta, cámaras o un botón de pánico en caso de peligro inminente…Pero nada de eso llegó y un tipo se acercó y le disparó en la cabeza en el lugar donde ahora está Chato tumbado.
El perro de color canela llevaba 24 horas inmóvil junto a la puerta de la vivienda. Frente al animal la calle es un ir y venir de periodistas, forenses, autoridades, investigadores y policías hasta que alguien repara en el perro triste al otro lado de la cinta amarilla y toma una foto que termina de romper a todos.
Con la cabeza hundida entre las patas, pasó noche y día inmóvil y sin comer, velando a su dueña bajo el dintel. Chato acompañaba a Lourdes y a tres gatos más desde que hace algunos años la periodista lo recogió de la calle y lo adoptó. Chato tuvo un pasado en el que fue fiero, luego devino en guerrero apaleado y terminó siendo una canción de José Alfredo: “Allí estaba echado un perro, sin comer y sin dormir / Quería mirar a su dueño, no le importaba vivir / Así murió el perro negro. Aquel enorme guardián / Que quiso mucho a Gilberto y dio muerte a don Julián”.
El caso es que, al día siguiente, en sus conferencias de prensa, ninguno de los que se habían comprometido a vigilar, investigar y proteger a la periodista, en resumen, a hacer su trabajo, y habían fallado en su tarea, mostraron arrepentimiento alguno. Solo Chato era el único abatido. Sus ojos eran dos tristes rayas que no había podido cumplir la tarea de protegerla y a la puerta de la vivienda el animal parecía el más humano de todos.
Durante todo el mes de enero, con puntualidad macabra, fueron asesinadas cinco personas diarias en una ciudad de unos dos millones de personas. Así que el lunes Tijuana siguió su curso. Los carros volvieron a cruzar de forma frenética la frontera, las caducas tiendas de souvenir de la calle Revolución abrieron sus puertas, parejas de haitianos luchaban contra el frío en las esquinas y la vibrante juventud bilingüe de Tijuana volvió a las universidades con la normalidad de cualquier lunes.
La profesión amaneció destrozada. En un lugar como Tijuana, la profesión es un pequeño grupo donde todos se conocen y a quienes toca asistir por segunda vez en una semana al funeral de un colega. Compañeros de chacaleos, coberturas, cantinas, conferencias de prensa y horas de espera frente a la Fiscalía que ayer lloraron en la redacción o en casa recordando que hace solo unos días Lourdes tomó el micrófono durante una protesta para recordar al fotógrafo Margarito Martínez durante una vigilia. Allí dijo de él que “es un joven que se la rifa y siempre es el primero en llegar. Bueno, discúlpenme…”, corrigió “era un joven que se la rifa… Aún no me acostumbro a hablar de él en pasado”. En la plaza de Las Tijeras pidió celeridad en la investigación y la creación de un premio en su honor que llevaría su nombre para reconocer al mejor fotógrafo del año. Unos días después de aquello fueron a por ella sin mayor sofisticación logística. Si el asesinato del fotógrafo causó indignación, el de Lourdes deja una profunda sensación de soledad.
Entre tanta descomposición, la primera gota de vida llegó al caer la noche. Cuando periodistas, forenses, autoridades, investigadores y policías habían dejado el lugar, una niña en pijama se acercó sutil a la cinta amarilla que acordonaba la vivienda. La niña caminó, se agachó suavemente y susurró a los gatos para avisarles que había llegado con comida. Al otro lado de la línea amarilla dejó otro plato para Chato. Al día siguiente, su vecina Xiomara llegó para llevarse los gatos y otra más para convencer a Chato que había que comer y caminar un rato. Así, poco a poco, junto a la puerta fueron floreando muestras de cariño donde antes había un erial. Los parientes de Lourdes aún no habían llegado a reconocer el cadáver, pero su familia ya estaba siendo atendida.
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