Un dron, explosiones e impunidad: el CJNG exhibe su capacidad de fuego en Michoacán
Primero hay una explosión. Fuego. Humo. En seguida se ve a decenas de personas salir corriendo de lo que parecen cabañas escondidas entre los árboles. Otros tres proyectiles caen sobre el poblado. La cámara amplía el foco y desde las alturas se ve cómo las llamas empiezan a consumir un bosque amarillento. El video, de dos minutos y 20 segundos, está grabado desde un dron teledirigido del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que también fue el encargado este lunes de soltar los bombazos sobre las chabolas del municipio de Tepalcatepec, en el Estado de Michoacán.
Después, zooms torpes sobre el incendio; otros sobre los vecinos que escapan despavoridos. En el minuto 1:18 la cámara empieza a girar caóticamente y ya solo se ven imágenes borrosas, corridas: los habitantes de la zona han logrado derribar el dron. Así es como se consiguieron las imágenes, de acuerdo con El Universal.
No fue el único ataque del día. El grupo criminal lanzó una ofensiva en distintos poblados del mismo municipio. En otro video difundo por los vecinos se ve a dos miembros de un grupo de autodefensa local, armados y refugiados contra el tronco de un árbol. A su alrededor resuenan secos los tiros de los narcos. En un momento dado, uno de los hombres coge su fusil y trata de devolver los disparos, pero la capacidad de fuego del CJNG es mucho mayor y se ven obligados a huir. Ahí la grabación se vuelve adrenalínica: se aprecia como escapan a través del bosque en imágenes distorsionadas y rápidas de ramas y hojas secas. Mientras, la balacera retumba de fondo, omnipresente.
La situación se ha vuelto extrema para los habitantes del municipio. La semana pasada, en otro video difundido en redes sociales, se escucha a la alcaldesa, Martha Laura Mendoza, en una reunión pidiendo ayuda desesperada a las autoridades: “En Tepalcatepec tenemos cuatro meses ya de inseguridad. Nadie voltea a vernos por ahí. Todo lo que se habló ahorita es muy bonito, ojalá y se cumple. Pero este es el único municipio en el que tenemos más de 3.000 desplazados”. Hace una pequeña pausa que da gravedad a su intervención y, con un tono de voz urgente, repite: “¡Cuatro meses y nadie voltea a vernos, nadie da solución!”.
Michoacán ha sido una zona caliente para el narco desde su existencia, aunque en los últimos meses la situación se ha recrudecido en una pugna entre carteles rivales en la que siempre sobresale el nombre del CJNG. De hecho, no es la primera vez que el grupo criminal ataca con drones en la región. Se ha convertido en una forma habitual de demostrar su poderío, una capacidad de fuego propia de un ejército profesional. La jugada es doble: además de acabar con cualquier oposición, desafían al Estado, a menudo sin encontrar respuesta. No es extraño tampoco ver noticias en la prensa local sobre pueblos que se quedan sin policía: los agentes huyen entre amenazas, superados por el despliegue armamentístico de los narcos.
Al cóctel se le sumaron también desde los años noventa decenas de grupos de autodefensa que, cansados de lo que consideraban abandono institucional, decidieron armarse y protegerse ellos mismos contra las organizaciones criminales. Entre 15.000 y 25.000 personas integraron estos comandos a partir de 2013, de acuerdo con estimaciones de Romain Le Cour, coordinador del programa de seguridad de México Evalúa, que realizó una investigación profunda sobre ese fenómeno. El resultado final fue como añadir más pólvora a una bomba con la mecha demasiado corta: la violencia se multiplicó.
Las masacres se suceden con total impunidad en Michoacán, un Estado que no llega a los cinco millones de habitantes, pero en cuyos límites se acumulan alguno de los récords más tétricos de México. Es una de las regiones con más asesinatos: de media, siete personas son ejecutadas al día—solo de enero a octubre de 2021 se han registrado 2.234 homicidios, según El Sol de Morelia—. Desde 1964 han desaparecido 4.242 personas de acuerdo con datos oficiales, pero la realidad se hace más grave cuando se tiene en cuenta que de ellas, 952 han ocurrido el último año.
Sus habitantes se han visto obligado a acostumbrarse a dosis de violencia extrema en un territorio donde el brazo del Estado no alcanza. Matanzas, cuerpos abandonados en las cunetas o colgados de puentes, oficinas institucionales arrasadas con cócteles molotov o jugadores de baloncesto profesional secuestrados —aunque en este caso, luego apareció con vida y atado un árbol—son únicamente algunos de los últimos episodios. Y de fondo, siempre omnipresente, el CJNG, con una capacidad de fuego en aumento y ningún miedo de presumir de ella con total impunidad.
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