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La realidad como relato
La realidad como relato

Según el historiador Israelí Yuval Noah Harari la mayor revolución biológica de la historia, desde su comienzo en la Tierra, está por venir. Ese cambio, esa transformación no será externa al ser humano, como siempre ha sido, sino interna desde su manera de pensar, sentir y sentirse como ente más allá de sus cualidades humanas. Y a partir de esos cambios se deberían producir los cambios exteriores.

Sus libros no solo nos enseñan a repensar la historia, sino a esbozar distintas posibilidades de lo que será el futuro de la vida en la Tierra, para de esta forma evitar que ocurran las peores posibilidades y fomentar las mejores. Pues los retos éticos, políticos, económicos y sociales son profundamente sobrecogedores.

La primera revolución industrial creó la clase trabajadora y con ella el sistema jurídico y económico conocido en los últimos 200 años. La cuarta revolución industrial creará la clase inútil, afirma Harari. Porque no serán los humanos quienes harán el trabajo, sino la inteligencia artificial y las distintas tecnologías. Cuando hoy entras en una librería estás abierto a nuevas publicaciones y tal vez termines comprando un tipo de libro que nunca hayas imaginado. Cuando entras en Amazon este conoce, gracias a un algoritmo, tus preferencias y te presenta opciones que, en realidad, confirman tus preferencias.

Las preguntas serían entonces, ¿Dónde queda el libre albedrio? ¿Quién te conoce mejor? ¿Tú mismo o un algoritmo?

Tal como explica en sus obras, el punto clave del homo sapiens es su gran capacidad para cooperar en grandes cantidades, mientras los chimpancés solo pueden cooperar en docenas: los humanos podemos cooperar entre millones y billones de nosotros. De hecho, todos nuestros grandes logros como la llegada a la luna o la división del átomo están basados en la cooperación a gran escala. Y, a su vez, nuestra cooperación está basada en nuestra capacidad de crear, creer en ficciones y actuar para realizarlas. Es decir, toda cooperación a gran escala entre humanos se basa en la creencia en historias de ficción.

Primero inventamos la ficción, segundo la creemos como una posibilidad y tercero la creamos como una realidad compartida. No es ver para creer, es creer para crear.

Es imposible convencer a un chimpancé para que luche por una causa, pero podrás convencer a millones de personas para que lo hagan, desde construir una catedral, invertir en la bolsa de valores hasta librar una revolución. De hecho, el sistema económico moderno está basado en ficciones: Google, Bank of America o McDonald son ficciones legales, codificaciones del capital para crear riqueza diría Katharina Pistor en su obra “The Code of Capital: How the Law Creates Wealth and Inequality”.

El dinero, en sí mismo, es la ficción más exitosa de la historia de la humanidad, todos nos creemos y acordamos creernos que un pedazo de papel tiene valor y gracias a esa creencia compartida, podemos comprar bienes y servicios.

La gran capacidad humana está en construir mitos y sobre ellos millones y millones de nosotros cooperamos para alcanzarlos primero y convivir con base en esos mitos después. Por ello, para construir una ciudad no solo se necesitan herramientas, utensilios, producción agrícola e intercambio comercial, eso no es suficiente. Lo necesario es un mito, en su sentido jungiano, que todos se crean. A partir de él nace la cultura, los carnavales, los deportes favoritos, justo porque comparten un mito, una ficción en la que creen y que nos moviliza en redes de cooperación creativas e interminables.

La aspiración de las revoluciones conocidas ha sido siempre la libertad, la igualdad y la fraternidad. Solo logradas parcialmente y de manera efímera.

Por ejemplo, Dios, Patria y Libertad es la fuente aspiracional de los Trinitarios y con ello, el fundamento de la Republica Dominicana.

El gran olvidado es el amor como expresión y fundamento de Dios, que traducido a la vida en comunidad es fraternidad.

El gran reto es volver al amor, como principio activo, no como relato.

Nelson Espinal Báez. Associate MIT-Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School.

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