Seis golpes de Estado este año: la epidemia ‘putschista’ que recorre África
Este lunes, un grupo de militares dio un golpe de Estado en Sudán y frustró la transición democrática que se puso en marcha en 2019. Es la sexta asonada militar que vive África este 2021 y que, en el caso de Malí, Guinea y Chad, llevaron al poder a jóvenes oficiales sin pasar por las urnas. Una auténtica “epidemia” putschista, tal y como la calificó el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres. La corrupción, el mal gobierno, la crisis económica y social derivada de la covid-19 o la tibieza, incluso complicidad, de la comunidad internacional generan el ambiente propicio, advierten los expertos.
Sudán estaba viviendo una frágil transición democrática pilotada por una tensa alianza entre civiles y militares e iniciada después de que el exdictador Omar Al Bashir –que había llegado al poder tres décadas antes mediante otro golpe de Estado– fuera derrocado en 2019 en una asonada militar tras meses de masivas protestas en el país. La tensión entre civiles y militares se había disparado en las últimas semanas: los primeros habían acusado a los uniformados de estar fomentando la inestabilidad con el objetivo de tener un pretexto para actuar, en un escenario que recuerda a la estrategia seguida por los militares en Egipto en 2013. En el caso sudanés, el golpe está siendo ampliamente contestado por la mayoría del país y por buena parte de la comunidad internacional. El general golpista, Abdel Fattah al Burhan, ha asegurado abiertamente que el primer ministro civil depuesto, Abdallah Hamdok, es su primera opción para encabezar un nuevo Gobierno, pero múltiples medios afirman que el último se estaría negando a ceder a la presión.
Pero Sudán no ha sido el único país africano en vivir una situación similar: los números respaldan la tesis de Guterres. Tras cuatro décadas de inquietantes injerencias militares en las incipientes democracias africanas, los últimos 20 años parecían apuntar a un cambio de tendencia con solo una media de 1,5 golpes entre los años 2001 y 2019, la mitad que la registrada entre 1956 y 2001, según una investigación llevada a cabo por las Universidades de Florida y Kentucky. Sin embargo, en lo que va de año ya se han producido siete golpes de Estado en el mundo, de los cuales solo uno (Myanmar) no ha ocurrido en África. De los seis africanos, cuatro han tenido éxito (Sudán, Malí, Guinea-Conakry y Chad) y dos han fracasado (Níger y Sudán en septiembre).
La reducción del número de golpes de Estado en las últimas dos décadas se había atribuido a los avances democráticos de muchos países africanos, pero algunos analistas alertan de que este proceso de democratización liberal ocultaba retrocesos igualmente significativos. Algunas de estas contradicciones incluyen, por ejemplo, el florecimiento de partidos políticos con un marcado carácter étnico, el enraizamiento de la corrupción en democracias aún débiles o un ensanchamiento de la desigualdad pese al contexto de crecimiento económico.
“Un golpe de Estado militar nunca es una buena señal y las condenas internacionales son necesarias, pero insuficientes”, asegura Gilles Yabi, coordinador del centro de investigación africano Wathi, “la mejor manera de evitarlos es no crear las condiciones para que sean posibles. Los militares saben que la clave para mantenerse en el poder no es solo triunfar desde el punto de vista operacional, sino verse dotados de una cierta legitimidad”. En Malí y Guinea-Conakry, por ejemplo, la población celebró de manera mayoritaria los recientes golpes de Estado en un contexto de fuerte deterioro democrático y corrupción.
Según una encuesta realizada entre 2019 y 2020 por el Afrobarometer en 18 países de África subsahariana, un 59% de los encuestados percibía que la corrupción había aumentado en su país en el último año, y el 64% opinaba que no se estaba haciendo nada para atajarla. No es que los africanos amen las dictaduras militares, es que ante gobernantes que se aferran al poder, fuerzan su Constitución o imponen el nepotismo y el mal gobierno sin dar ninguna opción a una alternancia democrática, los militares emergen como la única opción de cambio. “No se pasa del autoritarismo a la democracia en unos pocos años, sabíamos que esta batalla no estaba ganada. Pero el retroceso reciente no es exclusivo del continente, lo vemos en todo el mundo”, añade Yabi.
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En los casos de Malí y Guinea-Conakry hay un elemento compartido. Sus autores son jóvenes oficiales que rondan los 40 años y que, tras recibir una completa formación militar con el apoyo de potencias como Estados Unidos, Rusia o incluso la Unión Europea, se ponen al frente de la lucha contra el terrorismo o forjan su reputación en el campo de batalla de países como Libia o la República Centroafricana. “Gran parte de la población es joven y sin mucha educación. Están pidiendo un relevo generacional en su clase política que no se produce. Eso no significa que estos militares sean demócratas o lo vayan a hacer mejor”, concluye Yabi. En Chad fue Mahamat Idriss Déby, el hijo del dictador Idris Déby fallecido en combate contra un grupo rebelde, un joven general curtido en la guerra de Malí y la lucha contra Boko Haram, quien asumió el poder con la total complicidad de la comunidad internacional en aras de la estabilidad regional.
Golpes blandos
Con los golpes de Estado en alza, también ha crecido la preocupación por los llamados golpes blandos, que no son considerados golpes como tal porque los efectúan aquellos que ya ostentaban el poder con el fin de ampliar los límites y prerrogativas constitucionales de sus mandatos. Un caso de estos golpes controvertidos es el que tuvo lugar en Túnez en julio, cuando el presidente del país, Kais Saied, asumió plenos poderes apoyándose en una dudosa interpretación de la Constitución y aprovechando un progreso democrático por debajo de las expectativas, una baja confianza en las instituciones, y una grave crisis económica, política y sanitaria en el país, el único que hizo la transición hacia la democracia tras las llamadas primaveras árabes en 2011.
En medio de este retroceso democrático, algunos países africanos siguen dando ejemplo de estabilidad y alternancias pacíficas, como Ghana, Sierra Leona o Liberia. Este mismo mes de octubre, el candidato opositor José María Neves, del histórico Partido por la Independencia de Cabo Verde, ganó las elecciones y se convirtió en presidente de su país pese a que el Gobierno y la mayoría parlamentaria están controladas por el partido rival. Sin embargo estos modelos de democracia que también prosperan en África pasan más desapercibidos.
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