Cuando la limosna es grande…
El dominicano avispado sabe que lo que tiene que esperar de la vida, del Gobierno, de la Policía y del destino, siempre son más golpes que caricias.
Sabe también que de política, de mujeres y de pelota, nadie sabe nada.
De ahí que el discurso del presidente en la noche del miércoles, aunque sonó tranquilizador, no despejó totalmente sus dudas ni desató ninguna euforia, porque al fin de cuentas, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía.
Mientras en los territorios de la oposición reinaba más bien el desconcierto que obligó a desensillar hasta que aclare, el hombre de a pie, el empleado, el que se desloma para tener un nivel de vida aceptable, escuchó el mensaje presidencial con calma pero miró para todos lados.
Es que acostumbrado a los ajustes, a las corridas cambiarias, a los reacomodamientos de precios y todas esas zarandajas, es como si esperara que el agua que no entra por el piso caiga a raudales por las goteras.
El dominicano sabe que aquello de “estamos mal pero vamos bien”, significa que los que están bien no tienen forma de joderse y los que estamos mal vamos a seguir así por mucho tiempo. La pregunta del millón es ¿por dónde vendrá ahora el cimbronazo?