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Un poemario para sublevar la razón

Un poemario para sublevar la razón

Un poemario para sublevar la razón

Los tiempos han cambiado y aunque la poesía, de cualquier continente y contenido, sigue inmutable a los designios y transformaciones epocales, el ejercicio poético deslumbra con otros signos, eleva otras antorchas proyectivas y conmina a las “emociones” a sentir los influjos de nuevas direcciones. Poetizar el mundo, como Novalis pretendía, no tiene sentido como estética del pensar. El lirismo se sostiene en nuevos ingredientes de consustanciación –a veces quizá de sana confabulación- entre el lenguaje y la explicación individual de la realidad, entre la vigilia del Ser y el sueño del No-Ser, entre el mito y la verdad, entre la eufórica visión del ruido interior y la cubierta ensoñación de la imagen y del símbolo. El “impulso emocional” tomará pues unos matices diferentes a los que percibía Moreno Jimenes y al correr por nuevos caminos la aventura poética construirá un sendero de resonancias aún no totalmente previstas ni clarificadas.

Plinio Chahín forma parte de una escuela que entiende y formula el trabajo poético como sustancia del pensar, como estética de la razón filosófica. Existe en esta corriente la idea de un rompimiento, de la quebrazón de una visión de lo poético; la poetización como “acto de ruptura” con cualquier otro ejercicio distante y distinto. “Pienso que lo poético del filosofar o el filosofar de la poesía es la poética más próxima a la nueva sensibilidad y tradición literarias”. Chahín condiciona el concepto al equilibrio de la interrelación entre poesía y filosofía. “Es decir, que lo filosófico se deslice de un modo plástico en la imagen y el mito, un movimiento que recapture lo sensual o lo puramente verbal, para entrar con ello en el dominio de la poética del pensar. Una poética donde siente el intelecto y piense el sentimiento, como quería Unamuno”.

Haciendo un ejercicio intelectual sobre el lenguaje, sobre un lenguaje “regido” por la filosofía, Plinio Chahín escribe Solemnidades de la muerte. El poemario obliga a más de una lectura. En el concepto poético que Chahín enarbola, el poema está construido con materiales que exigen un razonamiento, que establecen un puente con la materia de la que está hecha la filosofía. Por tanto, hay que tomarse el trabajo de leer y releer, de indagar y profundizar sobre la línea de los versos para encontrar la órbita y vagar a conciencia plena por los intersticios del poema.

El poemario de Chahín subleva la razón del lector, lo coloca en un camino sin escapatoria. O se le relee para sustanciarse a plenitud del acto poético de ruptura, o se le abandona a la primera lectura, inhabilitado para su comprensión y disfrute. Nosotros asumimos la primera en esta alternativa. A satisfacción.

Desde el texto brota sangre y deseo, sexo y vida. Es una constante en el poeta. (“Potros salvajes los de tu sangre limitándose al deseo…Y aún el pálpito ciego de mi miembro no acontece/ ¿Quién podrá voraginar entre mis piernas tu ser?”). Gérard de Nerval rompía esquemas para construir su propio eslabón de sueños y contravenir el pensamiento de su época con una nueva visión de los temas poéticos entonces en auge. Chahín contrae erotismo y sensualidad como una experiencia del pensar, con un planteamiento propio sobre los sueños y la pasión del hombre frente a esos sueños. Lezama irrumpe entonces para que se soliviante la cronología del pecado. Y el pecado se exhibe como un logro del sueño y de la corporeidad metafísica (“Cuando canto la noche los pechos y las ingles de María/ Que piensa hay un bisonte en lo más íntimo de mi alma/ y todavía insomne arguye con emoción el concepto/ Y la razón que adivina es/ Mi sangre en la palabra gimiente del pecado”).

Plinio Chahín, como correctamente cree José Mármol, es un poeta que erudita sus formas y sus contenidos poéticos. Uno lee los versos que hacen recordar al Borges narrador de El inmortal (“Como si nunca hubiesen existido/ pues jamás olvida el que ha olvidado siempre”), o ve en los “triángulos azules de un rostro terriblemente hermoso”, una recreación de aquella “flor azul” con que Novalis dirigía su cruzada por la nostalgia romántica. Desde luego, Chahín puede sustanciarse de estas, y de otras, referencias culturales –de validez indiscutible para razonar el entorno de su escritura poética- con la finalidad, creemos, de afrontar un ejercicio. Además, la excelsitud del texto se encuentra sin dudas en la transpiración del yo, en la transfiguración de su sustantividad corpórea y mental, y en esa forma del acto poético se consiente la búsqueda de expresividades y pensares conexos a la expresión poética y al pensar filosófico del poeta. Chahín es, pues, pensamiento y realidad, cuerpo y sustancia, sangre y temblor, deseo y alucinación en este poemario (“De tres amanecidas un 33 en la tarde mi boca se azufra/ y todavía las cien mil palpitaciones de la vida no aterrizan/ Pues la cordura esa rosa esquizo del amor envenena mi espíritu/ Como el vértigo sostiene mis sentidos limado en el deseo”).

No son las suyas solemnidades de la muerte, sino ceremonial de vida, puesto que: “Cada uno define su retorno de sombras/ frente al cáliz de luz que es el tiempo”. El poema, mientras tanto, se eleva hacia una dimensión insospechada en el entorno crucial del texto, adquiere otro matiz cuando expresa: “Yo no sé si en ese vaso transmigran las solemnidades de la muerte/ O la quietud del mar ahonda el recuerdo de mi madre”. La poesía se aprehende, se construye, se vive. Armoniza con la materia para ser sustanciada de eternidad. Se correlaciona con la muerte para ser materia de vida. Se solaza en el deseo para ser imagen del sueño y de la pasión.

En El inmortal, Borges relata: “En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales; pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla”. Chahín concluye su poemario como si contradijera a Borges y como si se instalara en otra latitud de la frágil, aunque dulce, quebrada de los sueños; actitud que contacta su anterior texto Consumación de la carne, de donde extrae su propia referencia en una coherente conjunción del pensar poético: “La otra presencia de la muerte es la vida/ la otra ausencia de la vida es la muerte/ Quien regresa de la muerte vive la eternidad”. Un poemario breve, grande en su intención, en su búsqueda, en su telurismo y fortaleza.

Este comentario literario lo escribí hace treinta años. Lo encontré en uno de mis libros sin proponérmelo, mientras buscaba un dato que requería. Lo reproduzco hoy, con ligerísimas correcciones, como recordatorio y homenaje al poemario “Solemnidades de la muerte” de Plinio Chahín, en el 30º aniversario de su publicación.

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