Una anciana venezolana cruzando el Río Bravo en brazos de otro migrante, imagen de dos crisis interminables
Es una imagen que se repite cada día en el Río Bravo: cientos de migrantes y refugiados lo navegan o lo cruzan a pie, en sus puntos más bajos, con la esperanza de ser acogidos en territorio estadounidense y encontrar un futuro mejor. Pero hay escenas, como la que protagonizó este miércoles una anciana venezolana, que impactan especialmente por su crudeza. El cuerpo casi inerte, pero aun con vida, de la mujer, con camiseta rosa fucsia, pantalones grises de felpa, mascarilla y una alianza en su mano izquierda, es cargado por otro migrante para pasar las aguas que dividen México y Estados Unidos hasta llegar a Del Río, en Texas, como muestran las imágenes del fotógrafo Go Nakamura, de la agencia Reuters.
Un video subido a las redes sociales por Jorge Ventura, del medio derechista Daily Caller, muestra a la anciana delgada y con problemas de movilidad, siendo asistida por un agente migratorio al que le dice ser originaria de Maracaibo, en el Estado de Zulia, un antiguo paraíso petrolero que ahora sufre de cortes de luz constantes y de las miserias de una crisis política y económica que parece interminable y que ha sumido en la pobreza y la inseguridad a Venezuela. Poco más se sabe de la mujer, a la que en las redes sociales y los grupos de WhatsApp en los que vuelcan sus frustraciones los venezolanos, han identificado como Irma, de 80 años. Un portavoz de la Patrulla Fronteriza le dijo a este diario que por motivos de privacidad no podía “identificar ni dar información de sujetos bajo su custodia”.
La llegada de la anciana se produjo junto a decenas de venezolanos más, según muestran los vídeos y fotos de los periodistas presentes en ese punto de la frontera texana: hombres jóvenes ayudando a mujeres, madres que cargan a bebés o que llevan de la mano a niños con muñecos y otros que se arrodillan, se abrazan y lloran tras tocar suelo estadounidense, a la que alguno llama “tierra bendita”.
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También se ve a migrantes con maletas sobre sus cabezas, como las que llevan cargando durante años los miles de venezolanos que han salido a través de trochas por tierra hacia Colombia, los caminantes que han cruzado los Andes hacia Ecuador, Chile o Perú, o los que han puesto rumbo a Brasil por la selva amazónica. Es un goteo incesante de 5,5 millones de personas, la mayoría “sin perspectivas de retorno a corto o mediano plazo”, según las últimas cifras de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Ese organismo ha calificado al venezolano como el “éxodo más grande de la historia reciente de América Latina”, unos migrantes que “llegan en extrema necesidad” y que a menudo deben enfrentarse a la “explotación laboral y sexual, el tráfico de personas, la violencia y a la discriminación”.
En Estados Unidos, el Gobierno de Joe Biden anunció a principios de marzo un estatus de protección temporal (TPS, en sus siglas en inglés) a los venezolanos que estaban indocumentados en Estados Unidos en esa fecha por la “crisis humanitaria” que vive su país bajo el régimen de Nicolás Maduro, una medida que les permitiría residir de forma legal y trabajar. Según la Casa Blanca, el programa beneficiará a unos 320.000 ciudadanos que ya estaban en suelo estadounidense cuando se aprobó la medida, pero excluye a los llegados a partir de esa fecha.
Mala suerte para el grupo en el que llegó Irma, que en la frontera se encontró con otro drama que tampoco parece tener fin: el de una crisis migratoria por la que decenas de miles de migrantes arriesgan su vida cada año. Solo en el mes de abril, la Patrulla Fronteriza tuvo más de 178.000 encuentros con personas indocumentadas, la mayor cantidad en 15 años. La mayoría de ellos fueron devueltos de manera inmediata a México por la aplicación del Título 42, una medida implementada por la Administración de Donald Trump y que ha mantenido la de Biden que implica el cierre de la frontera terrestre a actividades no esenciales y a nuevos casos de asilo.
Aunque Biden ha abierto la puerta a algunas excepciones, como los menores no acompañados, algunas familias con niños muy pequeños o a las que considera más vulnerables, la norma que está enviando a cientos de miles de migrantes de regreso a peligrosas ciudades del norte del país vecino, donde muchas veces quedan expuestos al crimen organizado y a la incertidumbre. Hace unas semanas, se hicieron virales las imágenes de una anciana hondureña de 93 años que huía de la violencia y que cruzó el Río Bravo en una balsa donde también llevaba su silla de ruedas. La mujer, que viajaba con sus hijas, les dijo a los periodistas entonces que quería reencontrarse con su nieta en Nueva Jersey, pero fue expulsada a Reynosa (Tamaulipas), donde murió unos días después.
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