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Paisaje después de una ‘batalla del Brexit’ en las aguas anglo-normandas

Paisaje después de una ‘batalla del Brexit’ en las aguas anglo-normandas

Paisaje después de una ‘batalla del Brexit’ en las aguas anglo-normandas

El veterano pescador –piel curtida, patillas de lobo de mar y melena al viento– dibuja un mapa imaginario en un muro del puerto y dice: “Estamos encajonados en un rincón”. Más tarde, en su casa en el barrio viejo de Granville, municipio de 12.500 habitantes en la costa de Normandía, el pescador Didier Leguelinel, ya jubilado y hoy dirigente pesquero local, despliega el mapa real, una cartografía de líneas rojas, amarillas, azules. “Jersey”, indica, “bloquea todos los horizontes de este rincón”.

En el puerto de Granville, la geografía nunca fue una asignatura optativa. Quienes salían a faenar sabían, desde tiempos inmemoriales, que toparían pronto con Jersey, la isla dependiente de la Corona británica plantada a unas decenas de millas de la costa francesa, como un portaviones, o un peaje, que bloquea la salida a los océanos. Hace 15 días, los pescadores aprendieron otra lección: la de la geopolítica.

Lo que ocurrió el 6 de mayo ante el puerto de Saint-Hélier, capital de Jersey, todavía es motivo de discusión en Granville y en Jersey. ¿Fue una protesta como tantas en Francia? ¿Una escenificación entre reivindicativa y patriotera? ¿O pudo desembocar en algo más grave?

Medio centenar de barcos salieron en la madrugada de aquel jueves de Granville y otros puertos rumbo a Jersey. Unos días antes, Jersey había repartido los permisos para faenar en sus aguas, un sistema nuevo después de que la salida de Reino Unido de la Unión Europea el 1 de enero de 2021 invalidase los acuerdos antiguos.

Los pescadores franceses descubrieron, para su sorpresa, que, con el Brexit, ya no podían pescar tantos días como antes. O se les imponían unas condiciones –sobre las especies autorizadas, por ejemplo– que trastocaban lo que, en términos empresariales, se llamaría el modelo de negocio. El contencioso se convirtió en un asunto de Estado.

El Gobierno francés amenazó con frenar en Bruselas la negociación para el acceso de los bancos británicos al mercado de la UE y también con cortar la electricidad a la isla. Y los pescadores se plantaron ante Saint-Hélier. Se acababa de desatar lo que algunos diarios sensacionalistas ingleses llamaron “la batalla del Brexit”.

El primer ministro británico, Boris Johnson, desplegó dos patrulleras de la Royal Navy, la HMS Tamar y la HMS Severn. París envió las suyas, Athos y Thémis. La épica aparatosa, la escenografía de una batalla de Trafalgar de cartón piedra, no estaba a la altura de lo que no dejaba de ser una cuestión técnica. Por la tarde los pesqueros regresaron a casa.

“¡No queríamos liarla!”, defiende Paul Grosse, un veinteañero que participó en la protesta, mientras toma unas cervezas en un café del puerto de Granville con su pandilla de pescadores. “Lo que queríamos era mostrar que estábamos ahí”.

El ministro de Exteriores de Jersey, Ian Gorst, declara a EL PAÍS por videoconferencia: “Cuando amenazaron con bloquear nuestro puerto, debíamos tomárnoslo en serio: el 95% de nuestros productos se importan por el puerto de Saint-Hélier. Del mismo modo, entendemos que una manifestación pacífica es una manera adecuada de hacer oír la voz de uno, y aquel día fue una manifestación pacífica”.

Después del incidente del 6 de mayo, se impuso una tregua, y Jersey concedió lo que Gorst llama “una amnistía”. Hasta el 1 de julio los barcos franceses podrán pescar en aguas de Jersey. Mientras tanto, explica el ministro de Exteriores, se han entablado conversaciones entre Bruselas y el Gobierno británico para aclarar las condiciones futuras de acceso para los pescadores normandos y bretones.

“Esperábamos que las cosas fuesen difíciles. Lo que sucedió es que la burocracia que implica el acuerdo comercial [entre Reino Unido y la UE] inflamó los sentimientos en Normandía y llevó a formular amenazas desproporcionadas”, opina Gorst. “Ahora hemos pasado página y podemos afrontar los temas técnicos para alcanzar un acuerdo, porque así es como avanzaremos, y no con la retórica política”.

La tregua es precaria. Ludovic Bouchart, patrón del Alizée III y con 25 años pescando la dorada lo sabe bien. El martes a las 8.30 de la mañana se encontraba en aguas de Jersey. En teoría estaba permitido. Él tiene una licencia, aunque solo para faenar 27 días en vez de los 80 de antes del Brexit. Y dice que tenía el visto bueno de las autoridades francesas.

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Cuando llevaba una hora pescando, apareció primero una barca de Jersey. Unos minutos después, llegó una lancha de la autoridad pesquera de la isla y le obligó a marcharse por ser aquella una zona protegida.

“Jersey me dijo: ‘Esto es nuestra casa. Aquí imponemos nosotros la ley’”, recuerda Bouchart en el muelle de Granville. “Así que no insistí. Saqué la red y me marché”. Los pescadores y vendedores de Granville, en respuesta, rechazaron el derecho a los barcos de Jersey a vender sus productos en su puerto.

En Granville, frontera marítima de Europa, el Brexit no es una abstracción: desde la muralla Jersey se vislumbra en el horizonte y los tecnicismos del acuerdo comercial con Londres tienen efectos a pie de calle. El alcalde, Gilles Ménard, señala que 800 empleos, directos e indirectos, y centenares de familias dependen en su pueblo de la pesca, y, si se les corta el acceso, el futuro del sector peligraría.

“Si no podemos obtener lo que existía antes [del Brexit], hay que realizar acciones fuertes que hagan reaccionar a Jersey”, dice Ménard. “Si es necesario cortarles la corriente, habrá que hacerlo”.

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