El difícil camino hacia el cuarto mandato de Rutte
Hace un mes Mark Rutte iba camino de convertirse en el político holandés con más experiencia como primer ministro tras ganar las elecciones y asegurarse, en principio, un cuarto mandato. Había logrado superar en las urnas los efectos del escándalo relacionado con las ayudas a familias inmigrantes que llevó a su Gabinete a dimitir en enero. Pero ahora afronta otra crisis, con fuertes tensiones entre sus potenciales socios de gobierno y una reprobación en el Congreso que ha hecho tambalear los planes del dirigente liberal.
Si Rutte no consigue convencer a sus posibles aliados de que está dispuesto a cambiar su forma de hacer política y a ser más transparente, el futuro del primer ministro ahora en funciones, que ha liderado tres coaliciones desde 2010, será más complicado. Los demás partidos acercan posiciones y nadie quiere que haya nuevas elecciones, pero él está debilitado. Las turbulencias estallaron la semana pasada y el detonante fue un error del propio Rutte. Durante las negociaciones para formar Gobierno, el político negó haber sugerido que le dieran un ministerio a un diputado democristiano crítico con su labor, Pieter Omtzigt.
Días después salieron a la luz unas notas —redactadas por una diputada y una senadora encargadas de explorar la disposición al diálogo entre partidos— que mostraban que Rutte sí mencionó el hecho. No es habitual sugerir nombres concretos en la primera fase de negociaciones. Y mucho menos corriente es que un político niegue haberlo hecho y luego le pillen. Así que a Rutte le llovieron las críticas.
En una agitada sesión parlamentaria el jueves y el viernes (aunque dimitió el Gobierno, sigue en funciones porque así lo establece la ley en caso de crisis como la pandemia), Rutte se enfrentó a una moción de censura por mentir, pese a que él defiende que no faltó a la verdad, sino que se le olvidó haber comentado la posibilidad de dar un cargo a su rival político. Pidió disculpas a la Cámara por una supuesta amnesia pasajera que, según sus oponentes, es una muestra de su falta de autocrítica tras una década seguida en el poder.
La forma de hacer política de Rutte, marcada por el peso de leales y aliados, saltó por los aires durante esa maratoniana sesión parlamentaria de 15 horas en la que el dirigente pareció envejecer ante las cámaras. Superó primero una moción de censura. Después, se enfrentó a la reprobación del Congreso, que salió adelante con una abrumadora mayoría: uno por uno, 116 diputados (toda la Cámara excepto los 34 del VVD, su partido), y en especial Sigrid Kaag, nueva líder del partido de izquierda liberal D66, le dijeron que querían una nueva “cultura para hacer posible otra forma de gobernanza”. Que era preciso acabar con la falta de transparencia, sobre todo después del escándalo de los subsidios familiares que provocaron la dimisión del Gobierno. El asunto no le pasó factura a Rutte en las elecciones de marzo y dejó un regusto amargo. Porque se informó mal y a destiempo al Congreso, y porque cerca de 30.000 familias, en su mayoría inmigrantes, habían sido acusadas sin motivo de fraude desde 2012. Durante toda la etapa de Rutte en el poder.
El nuevo mediador en las negociaciones para una coalición, recién nombrado, tiene tres semanas para ver qué partidos están dispuestos a entenderse en el Congreso. La pandemia sigue presidiendo la realidad y la estabilidad es buscada por todos los grupos para evitar nuevas elecciones. Nadie reniega de un acuerdo de gobierno, aunque Rutte no sea el candidato a primer ministro apetecido en estos momentos. Pero esta crisis ha dejado al primer ministro en funciones en una situación de debilidad.
El sociólogo Paul Schnabel atribuye que no se notara en los resultados electorales a que el primer ministro no ejerce en Países Bajos un control de sus ministros como en otros lugares. “Las ayudas a las familias competen directamente a los departamentos de Hacienda y de Asuntos Sociales, no a él. Rutte dimitió por responsabilidad política, y de ahí que ganara las elecciones, con el trasfondo de la gestión de la pandemia, sin problemas”, explica, al teléfono. Después añade: “Lo malo es que después de tanto tiempo en la cumbre te olvidas de la realidad y sobrevaloras tu suerte. En especial si, como Rutte, ganas cuatro elecciones seguidas y puedes mirar a la cara a todos tus colegas porque no has traicionado a ninguno”.
La columnista Petra de Koning, autora de una biografía sobre el mandatario, indica que la reprobación y la pérdida de confianza le ha hecho daño, ya que hasta los liberales de izquierda y la democracia cristiana —aliados naturales— esperaban que se fuera. “Ese era el espíritu de la reprobación: que sacara sus propias conclusiones. Pero su partido es el mayor del país y no aceptará a un primer ministro de otro grupo. Así que ahora todos esperan a que se cierren las heridas y vuelva la calma para recuperar la confianza mutua”, señala, también al teléfono. Rutte solo se irá, en su opinión, si ve que su presencia daña a su partido y este pierde el favor del electorado. “No está en su carácter creerse más importante que el partido, pero es verdad que la política es su vida”. Como Schnabel, sostiene que formar una coalición puede llevar meses y no será fácil porque la mayoría está fijada en 76 (de 150 escaños) y para sumar habrá que mirar a derecha e izquierda y hacer muchas concesiones. “Aunque Rutte es flexible, sin duda. Así que si alguien puede cambiar tal vez sea él”, concluye Schnabel.