El presidente de Israel encarga a Benjamín Netanyahu formar Gobierno pese a no contar con mayoría
A tres meses del fin de su mandato, el presidente del Estado de Israel, Reuven Rivlin, ha hecho de tripas corazón este martes al encargar al primer ministro en funciones, el conservador Benjamín Netanyahu, la formación de nuevo Gobierno tras las elecciones del 23 de marzo, las cuartas en dos años. “Ningún candidato tiene una oportunidad real de obtener la confianza de la Kneset (Parlamento de 120 escaños) con una mayoría de 61 parlamentarios”, reconoció el veterano mandatario, quien justificó su decisión en que Netanyahu ha recibido el mayor número de apoyos de diputados, por lo que cuenta con mayores posibilidades y la ley le obliga a designar un aspirante a primer ministro. “No ha sido una decisión fácil en los planos moral y ético”, concluyó su alocución televisada, pocas horas antes de la constitución de la Cámara surgida de las urnas.
“Como presidente, no debo tener en cuenta los argumentos de quienes sostienen que un procesado [por corrupción] no puede recibir el encargo [de formar Gobierno]”, aclaró el sentido de una decisión que parecía contradecir sus propias ideas, “ya que leyes y [jurisprudencia de los] tribunales permiten que un primer ministro encausado pueda seguir en su puesto [mientras no se sea condenado en firme]”.
Tras cuatro comicios legislativos con resultados no concluyentes desde abril de 2019, Israel sigue empantanado en un bloqueo político sin aparente vía de escape. La deriva hacia un callejón sin salida se produjo cuando la brigada policial anticorrupción presentó acusaciones formales por tres casos de soborno, fraude y abuso de poder contra el primer ministro. Los cargos fueron avalados por el fiscal general y condujeron a la apertura de un juicio sin precedentes a una jefe de Gobierno israelí en el ejercicio del cargo.
Israel sigue bloqueado porque Netanyahu precisa del blindaje legal que le proporciona el poder frente a la acción de la justicia. Mientras el presidente Rivlin celebraba consultas con los partidos el lunes, el primer ministro asistía desde el banquillo de los acusados al inicio de la fase testifical de su proceso en un tribunal de Jerusalén.
El primer ministro que más años ha estado en el cargo en el Estado judío —con mandatos ininterrumpidos desde 2009, a los que se añade un primero entre 1996 y 1999— encabeza la lista del partido Likud, la más votada hace dos semanas, con el 24% de los sufragios y 30 de los 120 escaños de la Kneset. Juntos a sus aliados ultraortodoxos y de la extrema derecha judía, suma 52 diputados. “No se visualiza ninguna posibilidad de que pueda formar Gobierno”, sostiene el analista político Daniel Kupervaser, “salvo en el caso extraordinario de que [su antiguo rival en Likud] Gideon Saar dé marcha atrás y le respalde”.
El exministro Saar, que desafió en 2019 a Netanyahu en unas primarias internas en el Likud, se presentó a las últimas legislativas al frente del partido Nuevo Esperanza, con el que obtuvo seis escaños. Al igual que las dos listas electorales árabes (que agrupan a 10 diputados), prefirió abstenerse el lunes y no recomendar al presidente Rivlin ningún candidato a primer ministro.
Bloque de oposición heterogénea y dividida
En el bloque de la oposición, el exministro centrista Yair Lapid era el aspirante alternativo a Netanyahu. Su formación política, Yesh Atid, que fue la segunda más votada –con un 14% de los sufragios y 17 diputados–, está al frente de una heterogénea asociación pentapartido con nacionalistas laicos, centristas, laboristas e izquierda pacifista que ha alcanzado los 45 escaños. Después de que el conservador Saar y los partidos árabes tiraran la toalla y se abstuvieran por distintas razones, la única opción que le quedaba a Lapid para retar al líder del Likud era pactar un reparto de poder con el partido nacionalista religioso Yanina, liderado por el exministro Naftalí Bennett (siete escaños), pero este antiguo colaborador de Netanyahu optó por desmarcarse al proponerse a sí mismo como candidato.
Minutos antes de la constitución de la Kneset a primera hora de la tarde del martes, Bennett se mostró partidario de la formación de un Gobierno estable de la derecha y declinó en principio integrarse en una coalición “esencialmente de izquierdas”. El líder de Yamina anticipó que su partido participará con “buena voluntad” en negociaciones con el Likud y sus aliados conservadores y religiosos, pero se reservó el derecho a seguir intentando formar un Gabinete de unidad presidido por él mismo si con ello contribuye a evitar unas nuevas elecciones.
La alternativa al embrollo en el que se halla sumido el Estado judío, si entre los 13 partidos de la fracturada Kneset no se alcanza algún tipo de consenso, es la convocatoria de las quintas elecciones legislativas en otoño. Cuando los israelíes empiezan a emerger de la pandemia tras una masiva campaña de vacunación contra la covid y la economía se tambalea con un 16% de paro en un país habituado al pleno empleo, nadie parece interesado en volver otra vez a las urnas. Salvo tal vez Netanyahu.
En su discurso de designación de candidato a primer ministro, Rivlin, que acumula cerca de cuatro décadas de carrera política, dio una posible pista para desatascar el bloqueo: “El presidente de Israel no reemplaza a los poderes legislativo o judicial. Es misión de la Kneset decidir sobre la cuestión ética (de si un aspirante a jefe de Gobierno puede estar penalmente encausado)”. El ministro de Defensa en funciones, el centrista Benny Gantz ligado ahora a la oposición, maniobró con la celeridad de un antiguo general jefe del Ejército y presentó una propuesta ante el nuevo Parlamento para vetar por ley que un procesado se haga en el futuro con el timón del poder en Israel.