Credo liberal
Para quienes al cumplirse 85 años de su fallecimiento, todavía no lo saben, Horacio Vásquez fue un líder de profunda convicción democrática, coherencia envidiable, hombre de paz, obligado por su sentido de responsabilidad social a participar en hechos patrióticos violentos.
Así, organizó, lideró y abanderó el Movimiento 26 de Julio que en 1899 ajustició al tirano Lilís, una de las dos epopeyas de la libertad que ha tenido el país. La otra fue el complot del 30 de Mayo. Y enfrentó intentos de entronización del despotismo.
En diciembre de 1915 afirmaba: “Siempre ha sido vencida la tiranía; pero el pueblo ha quedado defraudado en sus esperanzas, burlado en sus aspiraciones, encarnecido por la inutilidad de sus esfuerzos y de sus sacrificios… Para poner término definitivamente a tan gravísimo mal, no hay, no puede haber más que un medio: la reforma general de nuestra organización política, en el sentido principalmente de poner los derechos individuales fuera de la acción coercitiva de los gobernantes; de instituir la autonomía de los municipios y prepararla en las provincias o regiones; de hacer imposible toda influencia del poder en las operaciones electorales y en la sinceridad del voto; de hacer efectivas la independencia y la eficacia de la justicia represiva; de que todo funcionario público sea responsable y destituible por mal desempeño de sus funciones; de que la organización del gobierno, en resumen, corresponda a los fines de su institución…”.
Luego de la intervención militar de 1916, Horacio creó las juntas nacionalistas, distintas al movimiento que propugnaba por la retirada sin condiciones, pues exigir que ¡se vayan ya! solo conduciría a que no se fueran nunca. Por eso aceptó formar parte de la comisión que produjo y acordó el plan de evacuación.
En marzo de 1924 se presentó como candidato presidencial a las elecciones presidenciales y obtuvo el 70 % de los votos.
En su toma de posesión contempló, con el pecho vibrante y palpitaciones aceleradas, como se erguía en la Torre del Homenaje la bandera nacional, majestuosa, luego de ser enhestada en un acto preñado de emoción y de simbolismo.
En 1929 firmó el tratado de límites con Haití, que puso fin a disputas interminables desde los tiempos de la independencia en 1844. Y complementó esa grandiosa obra con la colocación de los 311 hitos que marcan la línea divisoria y con la política de colonización y repoblación de la frontera.
Una muestra de su credo liberal y de civismo se encuentra en las palabras que pronunció ante la Asamblea Nacional en 1926: “Al comenzar este mensaje invoqué el nombre de la paz como protectora de la República…a su sombra bienhechora el pueblo dominicano está ejerciendo con entera libertad sus derechos ciudadanos…No es la paz impuesta por las bayonetas ni por el temor a las autoridades; es la paz producto del orden; es la paz consecuencia de las garantías ciudadanas y del respeto a las instituciones; es la que deriva de la confianza de los pueblos cuando adquieren plenamente los atributos de su propia determinación”.
Hace un tiempo visité la catedral de Santiago. Recorrí sus recovecos. Dirigí la mirada hacia la sobria cúpula. Observé la fortaleza de las columnas. Y de pronto, una plancha color negro carbón que sobresalía del piso llamó mi atención.
En un libro en proceso escribí: “En la Iglesia Catedral de Santiago Apóstol descansan hoy los restos de Lilís cubiertos con una imponente y lujosa lápida, color negro carbón, con incrustaciones y ribetes de oro, rehabilitada en el año 2010 en ocasión de la remodelación de ese conjunto religioso.
En agudo contraste, en la Iglesia San Rafael, de Tamboril, se encuentra la humilde tumba de Horacio Vásquez, cuya lápida estuvo tapada (ocultada) durante decenios con una alfombra desteñida para que nadie supiera que esos restos y los de la laureada poetisa Trina de Moya, su esposa, descansaban allí.
La tumba de Horacio y de Trina, tan mal y pobremente resguardada, al igual que la vieja y humilde casa de Horacio en Tamboril, destartalada y en estado de ruina total todavía a la altura del año 2021, son el testimonio elocuente del retroceso que experimenta el país en materia de escala de valores.
Al pueblo dominicano se le bombardea constantemente con el mensaje de que aquellos que oprimieron, asesinaron, torturaron y robaron merecen un lugar digno para el descanso eterno, mientras quienes lucharon por las libertades, democracia y decencia en la gestión de lo público están condenados al olvido”.
Afortunadamente, hay cosas que han empezado a cambiar.