Glynn S. Lunney, el hombre que respondió al mensaje de “Houston, tenemos un problema”

Glynn S. Lunney, el hombre que respondió al mensaje de “Houston, tenemos un problema”

La épica de la conquista espacial que embelesó al mundo a mediados del siglo XX habría sido imposible sin la labor de personas como Glynn S. Lunney. Desde el centro de mando de la NASA, en Houston, el ingeniero aeroespacial fue aclamado, igual que el buen comandante en una batalla, no solo por saber desplegar sus tropas, sino por devolverlas sanas a casa.

Como en las hazañas bélicas más glosadas, Lunney, jefe de vuelo de la agencia, logró guiar hasta la luna a las primeras misiones espaciales, pero también rescatar a la tripulación en apuros del Apolo 13, en 1970. El director de orquesta espacial, que veló armas y estrellas en el insondable campo de batalla del cosmos, murió el 19 de marzo en Clear Lake (Texas) a los 84 años, víctima de un cáncer de estómago, sin tener que aguardar a la posteridad para pasar a la historia.

Lo hizo en vida, apenas treintañero, cuando tras escuchar el mensaje “Houston, tenemos un problema” dirigió el rescate de la tripulación del Apolo 13 después de que la nave espacial fuera sacudida por una explosión a bordo de camino a la luna. Al frente del equipo de tierra de la NASA, bajo una inmensa presión pero sin perder la sonrisa, Lunney improvisó una vía para reconducir a los tres astronautas -James Lovell, Fred Haise y John Swigert- hasta un plácido amerizaje en el Pacífico. Un desafío que fue, en sus palabras, “el mejor operativo de mi vida, aquel que jamás habría podido imaginar”.

Su nombre está ligado también al primer alunizaje, tras guiar a los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin hasta la luna en julio de 1969. Lunney se había estrenado un año antes como director de operaciones y vuelos espaciales de la agencia, donde ingresó tras su fundación, en 1958. Su trabajo fue clave para desarrollar los procedimientos de vuelo del Apolo 11 y permitir ese viaje pionero, cuando la carrera espacial –hoy un divertimento megalómano o pecuniario de magnates como Elon Musk– era parte indisoluble de la doctrina estratégica de disuasión de la Guerra Fría. La rivalidad con la Unión Soviética también se medía en el espacio, y Lunney ejerció como maestro de ceremonias de operaciones medidas al milímetro, en riesgo vital y alcance científico, pero también de propaganda política.

El control de misión de la NASA observa el vuelo de la misión Gemini-10, en julio de 1966. Glynn Lunney es el segundo desde la izquierda.NASA

En julio de 1975 dirigió la misión que permitió a una nave con tres astronautas atracar con la rusa Soyuz, tripulada por otros dos. Fue un hito: la última misión del programa Apolo, y la primera conjunta de dos naciones en el espacio, EE UU y la URSS, rivales cara a cara en el cosmos. Durante las 44 horas que ambas naves permanecieron acopladas sus tripulantes llevaron a cabo experimentos, intercambiaron banderas y regalos, y se visitaron mutuamente. La Guerra Fría empezaba a templarse, y el acercamiento desembocó en las misiones de los transbordadores espaciales a la Mir y luego en la Estación Espacial Internacional.

Todos esos avances sucedieron bajo la mirada atenta de Lunney, gran operador entre bambalinas de una coreografía espacial y estratégica. Pero ninguna misión le reportó tanta fama como el rescate de la nave, una gesta patriótica e inevitablemente cinematográfica, como demostró años más tarde la taquillera Apolo 13, protagonizada por Tom Hanks.

Junto con otros tres responsables de vuelo y una miríada de científicos y astronautas, Lunney habilitó una autopista espacial para recuperar a los tres astronautas. “Construimos una autopista espacial de un cuarto de millón de millas por la que, durante casi cuatro días, pudimos retornar a la tripulación a casa. Para devolverlos al planeta Tierra, personas de todos los continentes trabajaron en apoyo de estos tres exploradores en peligro. Fue un sentimiento inspirador que nos recordó una vez más nuestra humanidad común”, contó Lunney después, en un documental grabado por la NASA para recordar la epopeya. Parafraseando a Julio Cortázar y el título de uno de sus últimos libros, ese fue su gran legado, el gran viaje de los autonautas por la cosmopista.

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