Todos contra Andrew Cuomo
Andrew Cuomo (de pie, izquierda) asiste a una reunión de su padre, Mario Cuomo, entonces gobernador de Nueva York, en 1978.Ozier Muhammad / AP

Se presenta en su perfil de Twitter como “padre, pescador y entusiasta de las motos”, además de 56º gobernador del Estado de Nueva York. El demócrata Andrew M. Cuomo (Queens, Nueva York, 63 años) es hijo del que también fuera gobernador Mario Cuomo, y hermano del popular Chris Cuomo, presentador en horario estelar de la CNN, así que está más que acostumbrado a los focos. También a las chanzas y las entrevistas de su hermano, en directo, hasta que el escándalo de los presuntos abusos sexuales que tiene al gobernador en la picota frenó en seco el compadreo. Desde el púlpito de su programa, el hermano pequeño anunció esta semana que por razones obvias dejará de informar sobre su hermano mayor, aunque la CNN siga haciéndolo “exhaustivamente, como ha venido haciendo hasta ahora”, mientras dure la investigación que ha ordenado la fiscal general de Nueva York, Letitia James.

Los Cuomo son italoamericanos, de sangre caliente y devotos de la famiglia. Feos, católicos y temperamentales. Por la actitud un tanto pendenciera del gobernador, que no solo no rehúye la polémica, sino que parece perseguirla (“cuando digo ‘expertos’ entre comillas, es porque no confío en ellos”, ninguneó a los epidemiólogos de su Administración). O por la chulería del informador, que en 2019, al ser interpelado por un trumpista que le llamó Fredo ―por Fredo Corleone, el hermano débil de El Padrino―, respondió con una catarata de improperios y la amenaza de empujarle escaleras abajo en un vídeo que se hizo viral y tras el que recibió el apoyo de su cadena. “Es un insulto racista, étnico”, justificó su reacción el presentador.

Porque los Cuomo son viscerales, latinos, excesivos. El gobernador lo ha sido en grado sumo tanto en su auge, durante la primera oleada del coronavirus, como en su declive, tras conocerse que su Administración falseó durante meses los datos de muertes por covid en geriátricos y ser acusado de acoso por varias mujeres en menos de una semana. El estrellato le ha durado casi un año, durante el cual ha recibido un premio Emmy por sus conferencias televisadas diarias y escrito un libro titulado Lecciones de liderazgo sobre la pandemia, pero la caída le ha llevado apenas un mes, durante el cual Andrew Cuomo se ha instalado en el ojo del huracán y, pese a la insistencia de sus críticos ―sus correligionarios demócratas, los primeros―, ahí sigue, sin dimitir.

La rueda de prensa que convocó el miércoles “para hacer un anuncio” sonaba a renuncia, pero Cuomo volvió a lucirse en el terreno que más lustre le ha dado: la gestión de la pandemia. Con un dominio escénico que explica el porqué de la concesión del Emmy, el gobernador desgranó todos los avances contra el virus con tono didáctico, como si estuviera dando una gran exclusiva ―la paulatina reapertura de Nueva York a partir de abril―, pero en realidad solo tomaba carrerilla para entonar, por segunda vez en tres días, un sonoro mea culpa por las acusaciones de acoso. “Lo siento mucho, estoy muy avergonzado, y pido disculpas si alguien ha malinterpretado mi comportamiento. En mi vida he tocado a nadie de manera inapropiada”, reiteró contrito, pese a las denuncias que sostienen lo contrario formuladas por dos excolaboradoras suyas y una tercera mujer sin vínculos con él, con la que coincidió en una boda. Este sábado, otra antigua asesora denunció el “comportamiento inapropiado” del político: preguntas demasiado personales, un beso al desgaire en la mano.

El patrón se repite: el hombre maduro, con poder, que ejerce de mentor e incurre en coqueteos y luego en conducta dicen que vejatoria sobre víctimas hasta 30 años menores, tres de ellas ligadas a él ―es decir, en posición de subordinación― por trabajo. De su actitud cabe inferir un control sobre la carrera y el futuro en política de sus empleados: una de las denunciantes aspira a presidir el distrito de Manhattan. Un ambiente envenenado que tiene “en estado de pánico” a su círculo más íntimo, según funcionarios de la Asamblea de Albany, la capital del Estado y sede de su Gobierno.

Las víctimas insisten en que las disculpas de Cuomo son falsas (“es un acosador de manual”, remachó el jueves una de ellas), y animan a sus colaboradoras a denunciar “el clima de intimidación” imperante en Albany. La existencia de una plataforma denominada Grupo de Trabajo sobre el Acoso Sexual, lanzada por siete extrabajadoras de la Asamblea que presenciaron o sufrieron episodios de acoso a manos de otros hombres, parece demostrarlo. En los que implican a Cuomo, un adalid temprano del #MeToo y del matrimonio homosexual, los mecanismos de gestión de las denuncias por parte de recursos humanos fallaron, lamenta buena parte del personal.

En su tercer mandato consecutivo, muchos veían en su aclamada gestión del coronavirus el trampolín perfecto para dar el salto a la política nacional, que ya cató, entre 2007 y 2011, como secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano con Barack Obama. Durante meses, Cuomo ha sido un héroe nacional por su manejo de los datos y por la transparencia, la antítesis del negacionismo de Trump, pero el jueves The New York Times reveló que mientras gozaba del favor popular, sus asesores retocaban la cifra de muertos en residencias, reduciéndola a la mitad (8.000, frente a los 15.362 reales), para no empañar su historia de éxito.

Sus propios correligionarios demócratas no dejan de sacarle trapos sucios: la ley que en abril blindó jurídicamente a los empresarios de los geriátricos, algunos de ellos contribuidores de su campaña con dos millones de dólares; o su tardanza en fijar de modo permanente la legislación antifracking del Estado. Los progresistas ya iban a por él antes de que estallara la doble crisis, porque le consideran un ejemplo del establishment más anquilosado, y los escándalos les han dado munición. Al legislador sandersista Ron Kim, su principal azote, le amenazó con destruirlo si volvía a poner en duda su gestión. Otros maniobran para que se le retiren los poderes de emergencia, que le han permitido gobernar de forma ejecutiva, e incluso se le someta a un proceso de destitución. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, o la emergente Alexandria Ocasio-Cortez le han criticado abiertamente, por no hablar de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, que calificó de creíbles las acusaciones. Demasiados frentes abiertos, y demasiados enemigos poderosos, incluso para un entusiasta de la confrontación como Andrew M. Cuomo.

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