El camino hacia la tierra prometida (y 2 )
En su libro, Una tierra prometida, Barack Obama relata los episodios y retos que enfrentó al ascender en 2008 a la presidencia de los Estados Unidos, en medio de una recesión económica y crisis financiera.
En vez de contentarse con gestionar la crisis, crear atenuantes al desempleo y recortes tributarios, se propuso transformar la estructura productiva e hizo aprobar un paquete de estímulos por ochocientos mil millones de dólares, con “iniciativas que tendrían un impacto mayor y a largo plazo, no solo gastos en infraestructuras tradicionales, sino también líneas de tren de alta velocidad, instalación de plantas de energía solar y eólica, líneas de banda ancha en zonas rurales y precarias…Todo eso pretendía que Estados Unidos fuera más competitivo”.
Al tiempo que muchos países entraban en crisis financiera, Obama imaginaba su consternación “cuando supieron que mientras Estados Unidos los sermoneaba con regulaciones prudentes y administraciones fiscales responsables, nuestros sumos sacerdotes de las finanzas estaban en las nubes, tolerando burbujas de activos y fiebres especulativas en Wall Street”.
Con un dejo de ironía, agrega: “Habíamos convencido al mundo a que nos siguiera a una tierra prometida de mercados libres, cadenas de suministros locales, conexiones a internet, crédito fácil y gobierno democrático y, al menos por el momento, tenían la sensación de haber saltado con nosotros por un precipicio”.
El seguro de salud fue uno de sus más complicados logros por la contundente oposición del partido republicano, a pesar de que: “había entonces más de 43 millones de estadounidenses sin seguro médico”.
Obama narra una conversación que tuvo con Václac Havel, quien le dijo: “Los autócratas de hoy son más sofisticados. Defienden las elecciones al mismo tiempo que desprecian poco a poco las instituciones que hacen que la democracia sea posible. Luchan por el libre mercado, pero se implican en la misma corrupción, amiguismo y explotación que existía en el pasado”. Es algo que recuerda nuestra propia historia.
Carcomido por su deseo de cambiar el mundo, pronunció un discurso en la universidad del Cairo: “Y como los vítores y aplausos continuaron a lo largo de mi exposición sobre la democracia, los derechos humanos y los derechos de las mujeres, la tolerancia religiosa, la necesidad de una paz real y perdurable con Israel, y un Estado palestino autónomo, llegué a imaginar el comienzo de un nuevo Oriente Próximo”.
Después vino la caída de Hosni Mubarak en Egipto y brotó la primavera árabe. Era un choque entre el idealismo y la realidad descarnada que lo llevó a preguntarse, cuando la desestabilización parecía apoderarse de la región: “¿Es útil hacer un retrato de cómo debería ser el mundo si los esfuerzos por alcanzarlo están destinados a no cumplirse? ¿Tenía razón Havel al decir que estaba condenado a decepcionar a la gente por haber alimentado sus expectativas?”
Y a cuestionarse: ¿Son y serán siempre los principios abstractos y los nobles ideales meras pretensiones, un paliativo, una manera de superar la desesperación que no coincide con los impulsos primarios que realmente dirigen nuestras acciones y por eso, no importa lo que digamos o hagamos, la historia sigue inevitablemente su curso preestablecido, el eterno círculo de miedo, hambre y conflicto, de dominación y debilidad?”.
Aunque Obama no ofrece una respuesta, sí creía en la capacidad del ser humano para remover las trabas que le rodean, limitados por el peso de sus propios intereses.
Respecto a las relaciones con el Pentágono, refiere un episodio inimaginable: “Joe Biden acercó la cara… y susurró: No permita que le pongan trabas… Rahm comentó que nunca había visto semejante campaña pública orquestada por el Pentágono… Biden fue más sucinto: Es un puto escándalo… Yo coincidía con él. No era, ni mucho menos la primera vez que se filtraban a la prensa las discrepancias de mi equipo, pero sí la primera vez que, durante mi presidencia, tenía la sensación de que todo un organismo a mi cargo estaba siguiendo una agenda propia. Decidí que también sería la última”. Este episodio costó la destitución a un general de cuatro estrellas.
Al final del libro, afirma: “Imaginé como sería Estados Unidos si pudiéramos unir al país para que nuestro gobierno invirtiera el mismo nivel de experiencia y determinación en educar a nuestros hijos o dar cobijo a los indigentes que en atrapar a Bin Laden; cómo sería si pudiéramos aplicar la misma persistencia y recursos a reducir la pobreza o los gases de efecto invernadero…”.
Libro para presentarse con semblante sereno ante el juicio de la posteridad.