Los riesgos del pesimismo económico
Sebastián Edwards es uno de los grandes economistas latinoamericanos y uno de los más reconocidos a nivel mundial. Vale la pena escuchar entrevistas recientes de él o leer sus artículos sobre la explosión social en Chile, así como de la caída de una de las economías más exitosas de la región.
Como él mismo dice, durante casi una generación Chile era el paradigma a seguir. A partir de 1990, fue una de las economías de mayor crecimiento económico de la región, la que más redujo la pobreza y también en la que se verificó una disminución importante de la desigualdad económica, al menos la que se mide a través del coeficiente de Gini, a partir de los ingresos. Chile pasó en 25 años a tener el más alto nivel de ingreso per cápita de América Latina.
Cuando se discutía la Estrategia Nacional de Desarrollo uno de los expertos decía que el objetivo de la República Dominicana debía ser convertirse en lo que era Chile: un ejemplo en el manejo de políticas públicas, evaluación social de proyectos y de la política económica en general, con bajo nivel de corrupción, planes de desarrollo a largo plazo e instituciones de clase mundial como su Banco Central.
¿Y qué dice Edwards? Mientras Chile se erguía como modelo de crecimiento y desarrollo, una parte de la clase política creó una narrativa propalando que todo andaba mal, que la corrupción era alta, que la economía era cada vez más desigual y que Chile iba al abismo. Y esa narrativa se fue metiendo cada vez más en la cabeza de los chilenos.
De hecho, informes de la CEPAL confirman esa contradicción: a pesar de las mejoras en los indicadores económicos y sociales, incluyendo la desigualdad, la percepción era totalmente contraria. Es decir, los chilenos entendían que cada vez estaban peor. Y esto se debía en parte a que esa narrativa negativa se fue convirtiendo en realidad en el imaginario de los chilenos. La percepción creó una realidad paralela.
Claro, el mismo Edwards reconoce que en Chile había muchos problemas que estaban siendo ignorados y que se reflejaban en indicadores más amplios de bienestar, como los que publica la OECD sobre calidad de vida y bienestar. En estos indicadores la foto no era tan buena. Y que también hay un alto grado de lo que él llama desigualdad horizontal o de trato, distinta a la desigualdad vertical o de ingresos.
¿Por qué hago este preámbulo? Porque los dominicanos en muchas cosas coincidimos con los chilenos. Somos una de las economías de mayor crecimiento de América Latina, lo que ha llevado a un aumento sin precedentes en nuestro ingreso per cápita. También gozamos de estabilidad macroeconómica, nos hemos acostumbrado a vivir con baja inflación y relativa estabilidad cambiaria. La pobreza y la desigualdad han disminuido.
¿Nos falta mucho por avanzar? Claro que sí. Hay que dar pasos firmes en la lucha contra la corrupción y la impunidad, en mejorar la institucionalidad, en la transparencia y en mejorar indicadores de calidad de vida y bienestar.
Pero si no reconocemos que hemos avanzado y que se debe trabajar sobre lo construido, muy pronto la narrativa negativa se impondrá y será como una profecía autocumplida: nos encargaremos nosotros mismos de hundirnos.
Durante el gobierno de Danilo Medina el país experimentó una combinación de alto crecimiento y baja inflación casi nunca vista en la historia. También se avanzó en muchas otras áreas. En el gobierno de Leonel Fernández la economía se recuperó de una gran crisis macroeconómica y luego pudo enfrentar con éxito la debacle mundial de 2008. El avance de los programas sociales y el combate a la pobreza fueron notables.
Y de no haber sido por la crisis bancaria, el gobierno de Hipólito Mejía habría brillado en el firmamento: durante su mandato se aprobaron reformas institucionales trascendentales. En su caso, el tiempo se ha encargado de poner las cosas en su lugar.
Si el presidente Abinader quiere tener éxito, debe construir sobre la base ya lograda por sus antecesores. Rescatar lo bueno y aprender de los errores que se cometieron, mejorando todo lo que pueda hacer en el tiempo limitado de 4 u 8 años que le toque gobernar. Pero no estaría mal mirarnos en el ejemplo de Chile y evitar que nos ocurra algo similar en materia de explosión social por meter en el imaginario de la gente que todo está mal.