Los jóvenes lideran el cambio en Kosovo

Los jóvenes lideran el cambio en Kosovo

En una plaza de Prístina junto al Teatro Nacional, un cartel luminoso muestra imágenes con grano de los guerrilleros que combatieron en los noventa por escindirse de la entonces denominada República Federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro). Es un anuncio de la campaña de la Alianza por el Futuro de Kosovo, el partido de Ramush Haradinaj –ex primer ministro y uno de los líderes de aquella guerrilla– de cara a las elecciones legislativas que celebra Kosovo este domingo.

Unos metros más allá, dos jóvenes reparten a los viandantes el programa de Vetevendosje (Autodeterminación) y muchas farolas están decoradas con lazos rojos en apoyo a este partido nacionalista de izquierdas, cuyo lema (“No hay Estado con los ladrones”) toca la fibra en un país de 1,8 millones que ya no tiene que combatir por su independencia (la declaró en 2008 y unos 100 países la reconocen) pero la corrupción sigue entre sus principales males.

En el país más joven de Europa, el primer partido ofrece pasado, y -según las encuestas- corre el riesgo de quedar fuera del Parlamento por falta del 5% de votos necesario, mientras que el segundo habla del futuro y es, por ello, el gran favorito en los comicios. Los sondeos le dan entre un 45% y un 55% de los votos de los albanokosovares, que generarían un auténtico tsunami político tras dos décadas de cuasimonopolio del poder por parte de los partidos tradicionales que surgieron de la guerrilla. El líder de Vetevendosje, Albin Kurti, ya fue primer ministro en 2019, pero apenas 50 días: los que tardó en deshilacharse su acuerdo de coalición y perder una moción de censura. Si tan poco después hay elecciones, las terceras en dos años, es por decisión del Constitucional tras descubrirse que el voto decisivo (61 de 120) para nombrar al que terminó siendo primer ministro desde junio, Avdullah Hoti, no debería haber contado.

En otros países europeos, los jóvenes son relativamente pocos y se inclinan por la abstención. Aquí, en cambio, la edad media es de 30 años (por los 44 de España) y el grupo que más vota es justo el que tiene entre 18 y 24 años. Es el único país en Europa cuya población crece (hay 50.000 nuevos mayores de edad -y, por tanto, potenciales votantes- respecto a hace año y medio). Y eso que 170.000 personas, en su mayoría jóvenes, emigraron entre 2015 y 2019, sobre todo a Alemania y Suiza, en busca de las oportunidades que les niega una economía pobre (la tercera con menor PIB per capita del continente), con un 54% de paro juvenil y altas dosis de corrupción. Casi un tercio de los 2,6 millones de kosovares viven en el extranjero y sus remesas suponen un 15% del PIB del país.

Una encuesta reciente apunta a que un 65% de los menores de 25 años votará este domingo a Vetevendosje. No cuesta encontrar en las calles a aquellos que marcarán en la papeleta la casilla de este partido, nacido en 2005 de un movimiento sociopolítico y cuyo programa se centra en la lucha contra el paro, la corrupción, las redes clientelares, el nepotismo, el crimen organizado… Males que atribuye, con trazo más o menos grueso, a la “vieja guardia”. Un discurso que conecta con la sensación de que, 47 años después de lograr una notable autonomía dentro de la entonces Yugoslavia, 22 después de una guerra y 13 después de declarar su parcialmente reconocida independencia, Kosovo se ha quedado hoy en una especie de suflé que no acaba de subir.

Es el caso de Ardian Krasniqi. Tiene 24 años, estudia Derecho y vende castañas asadas en un puesto callejero mientras los termómetros marcan siete grados bajo cero. “En un país normal yo no estaría aquí ahora mismo”, lamenta casi tiritando. Tanto él como los dos amigos que le acompañan votarán a Vetevendosje. “He pensado en irme. Normal, todo el mundo piensa en progresar en la vida. Pero es difícil salir, son rutas peligrosas. Si nada cambia este domingo, quizás lo haga”, añade mientras sus amigos bajan la cabeza. “Yo les voy a votar solo por cambiar”, tercia uno de ellos, Benart Hyseni, de la misma edad y estudiante de Ciencias Informáticas en una universidad privada. “Simplemente para que haya algo distinto de lo que ha habido en estos 20 años. Los políticos que ha habido hasta ahora tienen su mérito por habernos traído hasta aquí, por lo que hicieron en la guerrilla… pero no podemos estar orgullosos de lo que han hecho después”.

Elvira Thaqi empieza diciendo con una sonrisa de disculpa que tanto ella como el amigo con el que toma té en una cafetería-librería del centro de Prístina son artistas y pasan de la política. Por eso, a sus 23 años, siempre se ha abstenido. Pero este domingo no lo hará. “Nunca he votado hasta ahora porque sentí que no servía para nada, pero esta va a ser la primera vez que lo haga, y lo haré por Albin Kurti [líder de Vetevendosje], para que haya un cambio”.

Aunque en esta ocasión sea en las urnas, no es la primera vez que la juventud pilota el cambio en Kosovo. En 1997, la Universidad de Prístina fue el germen del movimiento de protesta contra Slobodan Milosevic. Y eran jóvenes quienes lideraron la lucha armada en las montañas del norte de Kosovo.

Cambio es, de hecho, la palabra que suena en muchas bocas de quienes llevan poco en la mayoría de edad. A veces, con entusiasmo; otras, casi con resignación. “Vetevendosje es lo mejor dentro de lo malo. No tengo más alternativa porque no quiero desperdiciar mi voto y estoy harto de escuchar a los viejos partidos, que están detenidos en el pasado. Y harto de que la gente se vaya. No tengo planes de hacerlo y hasta me parece mal que lo hagan tantos, en vez de quedarse a tratar de cambiar el país”, señala Fisnik, un estudiante de odontología de la histórica ciudad de Prizren y 20 años de edad.

El pasado mayo, el barómetro del estadounidense National Democratic Institute reflejó las preocupaciones de los kosovares. Las cuatro principales son el paro (84%), la corrupción (53%), la pandemia (48%) y la falta de liberalización de visados (35%). Esto último, por lo que Kosovo es el único territorio europeo cuyos ciudadanos no pueden desplazarse a la UE sin solicitar antes un visado, es uno de los elementos que más frustración genera. Los temas que copan los titulares informativos en el exterior, como el diálogo con Serbia o el reconocimiento de Kosovo, quedaban en cambio bien abajo en el barómetro y no salen en la conversación hasta que se pregunta por ellos. “No es una prioridad”, admite Anita Bytyci, de 21 años, a las puertas de un restaurante de comida rápida. “Tampoco podemos cambiar a corto plazo la realidad con Serbia. Nos nos gustamos y ya está”.

Diálogo

En principio la previsible victoria de Vetevendosje complicará el diálogo con Serbia. El tema ni siquiera está en el programa del partido pese a ser fundamental para ambos. Que Belgrado acordase reconocer a su antigua provincia desbloquearía su eventual entrada en la UE (está en negociaciones, pero en la práctica el acuerdo es condición sine qua non para el ingreso) y abriría a Kosovo las puertas de la ONU y del reconocimiento completo. Kurti ha mantenido históricamente un discurso muy duro contra el diálogo con Belgrado, con precondiciones claramente incumplibles. Además, lideró las manifestaciones contra el pacto que incrementaba la autonomía de las provincias kosovares de mayoría serbia. En los últimos años, en paralelo al ascenso de su partido, lo ha ido suavizando y evita abordar el tema.

Emma, de 19 años y que aún no ha decidido su voto, es otro ejemplo de que, en un país con un 18% de pobres y un salario mínimo de 130 euros hasta los 34 años, las preocupaciones cotidianas no son las negociaciones con Belgrado. Trabaja en una tienda de ropa a la vez que estudia Trabajo Social. “Voy a la universidad pública, pero no soy de Prístina y mi familia son siete miembros y no se pueden permitir pagarme el alquiler, la electricidad y el agua”, cuenta en una calle peatonal del centro. Comparte habitación con una amiga en una casa con más gente. Es para lo que le dan los 230 euros al mes que gana por una jornada completa. Y sin mucha perspectiva de mejora: la pandemia ha retraído el PIB un 9% y la previsión de crecimiento para este año es inferior al 4%, según pronósticos del Banco Mundial.

Son las realidades de aquellos albanokosovares que no han vivido –o eran tan pequeños que apenas lo recuerdan- la represión serbia, ni los 78 días de bombardeos de la OTAN en 1999 que forzaron la retirada de las milicias serbias y del Ejército yugoslavo ante el temor de un nuevo genocidio en el continente, apenas cuatro años después de Srebrenica. Han crecido en una época en la que Hashim Thaci, por ejemplo, no es solo el exguerrillero que luchó por la independencia, sino objeto de bromas por su perenne vinculación al poder. Ejercía de presidente hasta su dimisión el pasado noviembre, cuando el Tribunal Especial para Kosovo –establecido por presiones internacionales para juzgar los crímenes cometidos durante y justo después de la guerra de Kosovo, entre 1998 y 2000, y técnicamente parte del sistema judicial kosovar, aunque con sede en La Haya– confirmó su imputación por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

“Este domingo el voto será más contra la vieja política que a favor de Vetevendosje”, explica en una cafetería de Prístina Agron Demi, analista de asuntos socioeconómicos en el Instituto GAP, un think-tank con sede en la capital especializado en asuntos de gobernanza y transparencia. “Más que preguntarnos qué ha cambiado en Kosovo para llegar a esta situación, habría que mirar lo contrario: qué no ha cambiado. Los índices de desempleo y pobreza son más o menos los mismos que cuando se declaró la independencia, no se ha logrado la liberalización de los visados, los reconocimientos se han estancado e incluso bajado, y el diálogo con Serbia está en punto muerto. El resto de partidos políticos nuevos que aparecieron en los últimos años eran muy débiles, apenas duraban unas elecciones. Vetevendosje es la única alternativa que aún no ha sido probada”.

Y que algunos jóvenes tampoco quieren probar. Nazim Elshani, ingeniero informático de 24 años, apoyará este domingo a Nisma, un partido socialdemócrata con bastante predicamento en su localidad natal, Malisevo, y al que los sondeos auguran en torno al 3% de los votos, lo que le excluiría del Parlamento. “Tienen experiencia y son los que mejor lo han hecho cuando han formado parte del Gobierno. Vetevendosje nunca ha gobernado, y habla todo el tiempo de que hay mucho tráfico de influencias, pero yo logré mi trabajo por mí mismo”. O Diella, una estudiante en la República Checa de 20 años que pasa unos días en su ciudad natal y que duda entre quedarse el domingo en casa, “marcar una gran cruz en la papeleta” o votar “para molestar” a alguno de los partidos que representan a las minorías, que tienen garantizados 20 de los 120 asientos del Parlamento: “Aquí la gente con estudios pero sin contactos acaba de babysitter o de camarero. Los problemas de este país no se resuelven en cuatro años. Y, si gana, Vetevendosje simplemente enchufará a los suyos. No me fío”.

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