Juicio a Trump: el voto de McConnell y el dilema republicano
Cuando a Mitch McConnell le preguntaron en verano de 2017 cómo era ser líder de la mayoría en el Senado de Estados Unidos, respondió que era “un poco como ser el encargado de un cementerio”. “Todo el mundo está debajo de ti”, explicó, “pero nadie te escucha”.
Aquella fina muestra del humor negro de Kentucky, si es que existe tal cosa, cobra estos días todo su significado cuando el veterano senador, degradado a líder de la minoría tras las elecciones de noviembre, comprueba cómo el poder se le escurre entre los dedos mientras trata de salvar al partido al que ha dedicado toda su vida.
McConnell simbolizó la alianza que el Viajo Gran Partido selló con Donald Trump. Se tapó la nariz y logró llenar los tribunales de jueces afines, blindando contra los vaivenes electorales una agenda social conservadora cada vez más alejada de la opinión pública. Pero Trump y el senador no han hablado, según The Washington Post, desde el pasado 15 de diciembre. El 6 de enero, en palabras de un asistente, McConnell quedó “horrorizado” de cómo las cosas se les habían “ido de las manos”. Acusó explícitamente a Trump de provocar el asalto al Capitolio. Aseguró que estaba satisfecho con el impeachment de Trump, pero después votó dos veces por acabar con el mismo por considerarlo inconstitucional.
Este sábado, poniendo fin a semanas de incertidumbre, McConnell anunció que votará por la absolución de Trump, y reconoció que la suya ha sido una decisión “por la mínima”. “Colegas, como he dicho desde hace tiempo, se trata de un voto de conciencia”, escribió a sus senadores. “Muchos me habéis preguntado cómo voy a votar, así que pensé que era correcto darlo a conocer antes del voto final”, continúa.
Argumenta McConnell que el impeachment es sobre todo una herramienta para la destitución, y que Trump ya ha sido destituido por las urnas. Reconoce que le “preocupa” el argumento, esgrimido por la acusación, de que absolver a Trump sentaría un precedente de impunidad para los presidentes en las últimas semanas de mandato, pero defiende que “la Constitución deja perfectamente claro que la conducta criminal de un presidente puede ser perseguida una vez abandone el cargo”. “Dadas estas conclusiones”, zanja, “votaré por la absolución”.
La incógnita es si el anuncio de un voto condenatorio de McConnell habría influido en los senadores republicanos, que se han vuelto a arrojar a las faldas de Trump, incluso cuando este ya no está en la Casa Blanca ni dispone de su cuenta de Twitter para señalar a los traidores. La decisión de los republicanos oculta, en muchos casos, un cálculo de poder. Muchos desearían echarse a un lado y esperar a que todo esto pase. El Senado está dividido a 50-50, lo que supone una mayoría demócrata por el voto de desempate que corresponde a la vicepresidenta Kamala Harris, y los republicanos confían en recuperar la mayoría en las legislativas de 2022. No es momento de enfrentarse a Trump, que sigue movilizando a las bases y de quien la mitad de los votantes republicanos cree que debería seguir siendo el líder.
Diez de los 211 congresistas republicanos votaron a favor del impeachment. Seis de los 50 senadores se desmarcaron del partido y votaron por seguir con el juicio en el Senado. De ellos, solo dos se enfrentan a la reelección en 2022. Son apoyos históricos de un partido al impeachment de un presidente de su color. Pero muestran que, a pesar de todo, la formación se resiste a romper con una figura que ha consumado, de manera dramática y personalista, una radicalización que el partido venía experimentando desde la aparición del Tea Party a finales de la primera década de este siglo.
McConnell renunció esta vez a persuadir a unos senadores sobre los que ha ejercido un mando firme desde 2015 hasta el pasado 20 de enero. Aunque los excesos de Trump le costaron la mayoría a McConnell, aunque han sembrado la discordia en su partido, el veterano líder sabe lo difícil que es para los legisladores enfrentarse públicamente a Trump cuando tienen cerca la reelección, arriesgándose a ser desafiados por candidatos más trumpistas en las primarias.
No es el caso de McConnell. Tiene 78 años, volvió a ganar fácilmente su escaño en noviembre y no se enfrentará a las urnas de nuevo, si es que lo hace, hasta 2026. Pero lo que le importa al senador no es solo la mayoría en 2022, sino el futuro de un partido que en 37 años no ha ganado el voto popular en una elección más que en dos ocasiones, con dos candidatos apellidados Bush.