Keir Starmer se enfrenta al desencanto en su primer año como líder laborista

Keir Starmer se enfrenta al desencanto en su primer año como líder laborista

La política es una complicada carrera de fondo plagada de obstáculos. Requiere de agilidad y resistencia para saltar vallas y fosos sin perder de vista una línea de meta lejana e incierta. Keir Starmer, elegido líder de la oposición laborista del Reino Unido a principios del pasado abril, durante el demoledor inicio de la pandemia, está a punto de cumplir su primer año en el puesto. Las encuestas sugieren que su popularidad entre los británicos ha ido lentamente en aumento. Pero su tendencia a utilizar un mensaje suave y metódico, propio del fiscal que fue, frente al discurso bombástico de Boris Johnson ha llevado a perder la paciencia a muchos críticos dentro de la formación de izquierdas.

“Ha conseguido trasladar la imagen de una persona competente, pero sigue sin tener un mensaje claro”, sostiene Steven Fielding, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Nottingham y autor de algunos libros clave para entender el laborismo británico. “No ha logrado asestar golpes certeros, pero quizá tenga sentido aumentar la agresividad cuando las elecciones se acerquen. De momento, ha escogido sentar las bases para convencer a todos los votantes que dieron la espalda a su partido en 2019 de que se merece otra oportunidad”.

La prensa conservadora reconoce a regañadientes los dos principales aciertos de Starmer durante estos meses. Sin perder las formas, ha puesto en muchas ocasiones contra las cuerdas a Johnson al diseccionar y criticar sus errores en la gestión de la crisis del coronavirus. Ha sido capaz de adelantarse en proponer soluciones -un confinamiento más estricto o el cierre de colegios y universidades- que el Gobierno conservador ha acabado adoptando tarde y a desgana. Y ha demostrado una firmeza implacable en su propósito de erradicar los gestos de antisemitismo que se toleraron en la era Corbyn dentro del partido. Hasta el punto de expulsar del grupo parlamentario a su antecesor, por haber respondido con desdén y calificar de “exagerado” el informe de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos que señaló prácticas y actitudes discriminatorias concretas.

Alguien, sin embargo, ha filtrado para desgracia de Starmer el estudio interno que la dirección laborista manejaba estos días, en el que se revisaba la imagen de la formación ante la ciudadanía y se proponían cambios. “Usar más la bandera, aparecer junto a los veteranos de guerra, vestir de modo elegante en los actos institucionales, etcétera, para dar a los votantes la sensación de que estamos alineados con los auténticos valores británicos”, dice una de las recomendaciones publicada en primicia por el diario The Guardian. En definitiva, más dosis de patriotismo.

Asegura el equipo de Starmer que las palabras corresponden al documento elaborado por la agencia de comunicación Republic, contratada el pasado septiembre para medir la eficacia de la marca laborista. Varios diputados del partido, sin embargo, han visto en la noticia la confirmación de sus sospechas: Starmer, siempre impecable en sus apariciones públicas, es todo forma y nada sustancia. “Eso no es patriotismo. Es patrioterismo. Hay mejores modos de construir cohesión social que seguir los carriles de la derecha nacionalista”, ha escrito en Twitter Clive Lewis, quien fue portavoz de Defensa bajo el liderazgo de Corbyn y llegó a enfrentarse a Starmer en 2020 durante las primarias del partido. “Es el síntoma de una estrategia que persigue los votos de personas que ya tienen su propio partido: el Partido Conservador”, ha dicho Richard Burgon, perteneciente también a la dirección laborista anterior.

No es del todo cierto. Starmer está obsesionado con recuperar el apoyo de la llamada “muralla roja”, las zonas del norte y centro de Inglaterra que se consideraban feudos laboristas seguros hasta que el mensaje del Brexit caló en una clase trabajadora desencantada que se dejó seducir por Johnson y los conservadores. Ha introducido en su discurso apelaciones a la importancia de la familia y al sentido de pertenencia al territorio, pero sin rematar la faena. Incapaz de concretar si la familia a que se refiere es la imagen idílica y conservadora de la Inglaterra posbélica o la nueva familia del siglo XXI, mucho más diversa en sus formas. Y aún más importante: si propone nostalgia o soluciones políticas concretas.

“No pretende convertir al laborismo en un partido reaccionario, como sugieren sus críticos. Colocarse al lado de una bandera no le convierte en un xenófobo”, defiende Fielding. “No ha cambiado el manifiesto electoral con el que la formación se presentó en 2019. Digamos que su mensaje está muy a la izquierda del que tenía Tony Blair, pero a la derecha del de Corbyn. Intenta presentar una propuesta política radical envuelta en términos patrióticos”. Responden, sin embargo, los escasos nostálgicos de Blair que quedan en el partido que el acierto de aquel político fue combatir con propuestas concretas a la derecha y al inmovilismo de su partido. Y que desde los tiempos de Harold McMillan, solo en tres de las once elecciones generales ha logrado el laborismo hacerse con la victoria. “Lost, lost, lost, lost, Blair, Blair, Blair, lost, lost, lost, lost” (Derrota, derrota, derrota, derrota, Blair, Blair, Blair, derrota, derrota, derrota, derrota), ha resumido el panorama en una contundente descripción Alastair Campbell, el hombre de confianza del ex primer ministro y su jefe de comunicación.

Starmer ha hecho suyas, pero no ha defendido abiertamente, ideas heredadas del anterior equipo de Corbyn como nacionalizar de nuevo los servicios básicos de la electricidad, el agua, el gas y los ferrocarriles; incorporar a los empleados en el accionariado de las empresas y sus consejos de administración; o aumentar la presión fiscal sobre las grandes corporaciones. Su breve tiempo al frente del partido ha quedado sin embargo marcado por una única tarea, marcar una línea de oposición responsable durante la pandemia, y una renuncia, asumir que el Brexit es una realidad a la que nadie parece mostrar ningún deseo de darle la vuelta. En ese estrecho margen de maniobra, el líder laborista ha apostado por primar la forma. “Dress right, act left” (Viste apropiadamente, haz política de izquierdas), decía Menzies Campbell, liberal demócrata y uno de los políticos más respetados en la historia del parlamentarismo británico. Algo parecido al “cada día más radical y con la camisa más limpia” del español Francisco Giner de los Ríos. Es la parte radical la que reclaman a Starmer muchos de sus diputados, y la que él está convencido de que no le perdonaría el electorado británico.

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