Voluntaria y segura
El regreso a las aulas, a la enseñanza presencial, no va a dejar de ser polémico por la compleja decisión que entraña. En otros países de América Latina como Colombia y Nicaragua ya se ha iniciado el proceso, siguiendo unos protocolos de seguridad muy definidos y adecuadamente difundidos.
Aquí, la discusión empieza a cobrar cuerpo porque los padres de familia, los profesores y los psicólogos advierten una ola de depresión infantil y adolescente seria, digna de tomarse en cuenta. Tan seria como la de la salud física propiamente dicha, amenazada por la COVID-19. Hay razones para defender la vuelta a clases de manera presencial. Un regreso voluntario y seguro. Nadie puede imponer a unos padres que sienten miedo por sus hijos que los envíen a la escuela pero tampoco se puede cercenar la libertad de los padres de decidir qué es mejor para sus hijos.
Hay maneras, ya se han probado, de volver a clase por grupos, con protocolos de distanciamiento, de higiene en el plantel. Hay maneras de enseñar a los niños a protegerse y a cuidar a los otros. Ellos necesitan el contacto con sus amigos, la socialización que implica la escuela, salir de casa, volver a una normalidad interrumpida.
Si podemos viajar, ir a hoteles, bancos, supermercados, restaurantes, bares, tiendas, centros comerciales… ¿por qué ellos no pueden ir a la escuela? No es una decisión sencilla y los países de todo el mundo deciden abrir y en ocasiones deben rectificar, es cierto.
Uno de los efectos más terribles de esta pandemia es que ya se va camino de perder otro curso, una laguna de aprendizaje que no se salva comprando tabletas.